» Baúl de autor » José Luis Restán
La hora de la verdad
Durante sus primeras cuarenta y ocho horas en Ucrania, Juan Pablo II ha expresado su aprecio profundo de la tradición cristiana oriental y a la Iglesia ortodoxa en particular, pero al mismo tiempo ha dejado meridianamente claro que no se deja condicionar por ninguna clase de veto. Desde su llegada al aeropuerto de Kiev, el Papa ha querido asegurar que no le mueve ningún afán de proselitismo, sino que desea ?testimoniar a Cristo junto con todos los cristianos de cada Iglesia y Comunidad eclesial?. Una vez más, Juan Pablo II no ha tenido inconveniente en tomar la iniciativa a la hora de pedir perdón en nombre de los católicos, ?por los errores cometidos en el pasado antiguo y reciente?, al tiempo que ofrecía en su nombre, ?el perdón por las injusticias sufridas?. Y aquí es donde ha llegado el momento de detener la mirada.
Al Patriarca Alexis II, que no ha esperado siquiera a escuchar los discursos del Papa en Ucrania para amenazar con una congelación sine die de las relaciones entre la Ortodoxia y el Catolicismo, no se le ha escuchado todavía una sola palabra de arrepentimiento por la complicidad de buena parte del clero ortodoxo en la brutal persecución que sufrieron los greco-católicos en Ucrania durante el régimen comunista; durante aquella larga noche en que esta Iglesia con cuatro siglos de historia a sus espaldas fue condenada a la clandestinidad y al gulag, nadie levantó la voz contra esta injusticia bajo las cúpulas doradas de Lavra, corazón de la ortodoxia de obediencia moscovita en Ucrania. Cierto es que no nos corresponde juzgar lo profundo de las conciencias, pero aquella no fue precisamente una página gloriosa en la historia cristiana junto a las orillas del Dnieper. Todos, tanto ortodoxos como católicos latinos y bizantinos, tenemos motivos para pedir perdón al Señor. Lo increíble es que una parte permanezca tan ciega cuando la otra tiende la mano, más aún si se tiene presente, como ha recordado el Papa, que ?estamos llamados a ser testigos de Cristo, y a serlo juntos?.
La dureza de Alexis II manifiesta más bien impotencia que autoridad. Él mismo, como cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ha visitado a sus comunidades en Austria, Lituania y Eslovaquia sin ningún tipo de problema, y por supuesto sin consultar a Roma, a pesar de que la Iglesia Católica es abrumadoramente mayoritaria en esos países. ¿Por qué habría de someterse el Papa al niet de Moscú, tras recibir la invitación del episcopado católico ucraniano (que guía a un pueblo de seis millones de fieles) y de las autoridades de una República independiente? La crisis interna que vive la Ortodoxia en Ucrania, que es el trasfondo de los temores de Alexis II, obedece a profundas heridas que se abrieron en ella durante el comunismo, que no han sido todavía curadas, y no a una supuesta agresividad de los católicos, que de haber existido, ha sido ya corregida. El propio Arzobispo mayor de Lviv, Cardenal Husar, ha explicado que en más de cien comunidades, ortodoxos y greco-católicos usan el mismo templo por turnos y sin ningún problema.
Hay otro aspecto del que poco se habla, pero que debería irse abriendo paso incluso en algunos ambientes acomplejados de nuestro catolicismo. El Primado de Pedro y de sus sucesores, no sólo no es impedimento para el legítimo pluralismo de tradiciones, ritos y disciplinas en el seno de una Iglesia unida, sino que es su garantía. Esta no es sólo una afirmación teológica de principio, sino una constatación histórica tanto en el pasado como en el presente. Puede ser que para una parte de la jerarquía ortodoxa, ésta sea una verdad demasiado dura de aceptar, pero si el pueblo sencillo entra en contacto con el Papa, puede empezar a darse cuenta, como ha sucedido ya en Rumanía, en Siria, e incluso en Grecia. Pero la última página de este viaje aún no se ha escrito. Tendremos que esperar.
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