» Baúl de autor » Mariano Martín Castagneto

Medios para la santidad

Uno de los grandes problemas a la hora de plantearse la lucha por la santidad radica en verlo como algo destinado tan solo a seres superiores, nacidos en una cuna de oro y provistos de dones mágicos y sobrenaturales no comunes a todos los mortales. La santidad, entonces, es diálogo de palabras mayores, imposible de entender para el hombre común, el trabajador de todos los días.

Inconscientemente, la tesis se pone por obra. Se comienza a pensar que los santos de la Iglesia fueron seres misteriosos, raros, sin caídas y sin pecado. Que siempre hicieron todo bien y que su carácter y su personalidad todo lo pudieron. No coexistieron con ellos tentaciones, debilidades, fragilidades ni caídas. Y se piensa también que para alcanzar la meta sobrenatural de la que hablamos, hace falta entregarse por entero a la vida monacal, al sacerdocio o a una vida de ermitaño, apartado del mundo en entera contemplación.

Consecuencia lógica: se habla poco del llamado a la santidad del hombre común y corriente, de la mujer ama de casa, del hombre trabajador, del joven estudiante. Y menos se habla de los medios para conseguirla. No alcanza con la Misa del domingo. Está claro. Pareciera ser que los sacerdotes son los únicos llamados a una vida de entrega y perfección, mientras que los feligreses aprovechan la situación para hacerse los distraídos cuando se plantea una vida de lucha y entrega en la vida ordinaria.

Los medios sobran para luchar por la santidad. Repito: sobran. La cuestión está en descubrirlos cada día. ¿Qué nos acerca a Dios en concreto? ¿Qué me lleva a la meta a la que aspira todo cristiano? Lo que lleva a lo grande son siempre cosas pequeñas, ese debe ser el punto de partida. Por eso, aspirar a cambiar toda nuestra miseria personal de un día para el otro equivaldría a querer tener cuarenta años cuando el día anterior teníamos veinte. Absurdo. Por eso, el paso a paso es más importante que una gran zancada y una caída estrepitosa motivada por el orgullo personal.

Antes que nada, acordarnos que necesitamos la gracia de Dios para esta divina empresa. Pedírsela de continuo, no para sacar réditos personales, sino para estar más en línea con lo que quiera decirnos. Y luego, manos a la obra, sabiendo que tendremos que sortear variados obstáculos, entre ellos, nuestro egoísmo, que atrofia mucho la voluntad personal. Empezar ahora, y no esperar a que baje el arcángel San Gabriel con una lista de instrucciones para nosotros: es casi seguro que no sucederá, no vaya a ser que esperemos toda la vida este acontecimiento...

El llamado a la santidad está hecho para todos los que habitan la tierra. Por lo tanto, a no hacerse los distraídos ni mirar para otro lado.

Salgamos a la calle, no alcanzan las manos para contar las oportunidades que hay para luchar por la santidad. Pero no luchar por orgullo personal sino para la gloria de Dios. Ojo. Desde el inoportuno que nos insulta sin motivo aparente, el familiar que es recurrente y pesado con sus bromas; cuánto cambia el cerrar bien una puerta delicadamente y no llevados por la ira extrema; cuánto cambia una genuflexión bien hecha en lugar de una acrobacia sin significación alguna. Cuánto avanzamos en nuestro santo camino cuando callamos frente a la acusación u ofensa injusta; cuando sufrimos en silencio; cuando damos generosamente nuestro tiempo postergando nuestro descanso; cuando nos ofrecemos desinteresadamente a los demás; cuando pensamos más en los demás que en nosotros mismos. ¿No es verdad que sobran medios para ser santos? Dios se ocupará en su momento de nuestra recompensa y de nuestro descanso, no preocuparse por ello. Lo que debe ser prioritario es la entrega a los demás, y por ellos, a Dios. Animarse a más cada día sin desfallecer y sin desánimos. Pedir la fuerza de continuo, con la seguridad de que seremos escuchados siempre.