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Orgullo familiar
María López y su marido, Alex, reciben más sonrisas que malas caras, más elogios que menosprecio cuando se dirigen a la tienda de comestibles en la capital de Canadá, Ottawa, con sus cuatro hijos. Pero les asombra que también hayan de escuchar críticas. En un mundo en el que a la mayoría nos han enseñado que, cuando no se tiene nada agradable que decir, mejor no decir nada en absoluto, no deja de ser revelador que la gente condene abiertamente a las familias por tomar la decisión de tener más hijos cuando, según parece, lo políticamente correcto es no tener más de dos.
En la era de las frases cortas con gancho, las madres y los padres se encuentran en primera línea de fuego intentando defender la familia con frases de quince palabras o menos. Yo soy padre de cinco hijos y estaba con un pequeño grupo de familias numerosas extranjeras, cuando la charla giró hacia el tema de la hostilidad. Nuestra conversación se convirtió en una sesión estratégica improvisada sobre cómo responder de manera coherente. Estábamos de acuerdo en que, después del insulto, lo mejor es actuar con rapidez. Los atacantes, con su sonrisa complaciente, en realidad no quieren discutir la filosofía de la norma no escrita de los dos hijos; en cambio, los padres agraviados sí desean responder con una máxima que conduzca a una reflexión posterior. «Creo que el mejor regalo que le puedes hacer a un niño es tener hermanos» fue la respuesta ganadora.
Una pareja de Texas con diez hijos contó que la mayoría de la gente se queda maravillada. En los restaurantes, la camarera les pregunta que de qué campamento o grupo son. Pero una vez, les dijeron: «¿Y se consideran personas responsables teniendo diez hijos?». La madre, Catherine Musco García-Prats, respondió: «No medimos nuestro sentido de responsabilidad por el número de niños que tenemos, sino por lo que hacemos con ellos». Se nota que tiene práctica en responder a las críticas. Cuando le preguntan si hay tiempo para querer a tantos, García-Prats contesta: «El amor se multiplica. Cada uno de ellos cuenta con nueve hermanos que lo adoran».
Yo he dejado de decir que tener hijos significa contar con alguien que venga a verme cuando sea viejo. En el fondo, es una respuesta egoísta. Prefiero decir que los niños invitan al sacrificio y estimulan la bondad de las personas. Los niños hacen del mundo un lugar mejor porque obligan a sus padres a madurar al hacerles pensar en las necesidades de los demás.
Si disipamos la cortina de humo, veremos que los índices de natalidad muestran lo contraria a los niños que es la sociedad actual. Un país necesita un mínimo de 2,1 hijos por mujer sólo para sobrevivir. Una sociedad que quiere a los niños no tiene una tasa de fecundidad de tan sólo 1,5 hijos por mujer, como en Canadá, o de 1,3, como en España, Italia y Grecia. Hasta hace poco, cuando numerosos países occidentales se encontraron con la crisis de natalidad, no se ofrecía ningún tipo de beneficio fiscal a las familias que generaban el recurso más valioso: la siguiente generación. Sin embargo, en casi todos los países occidentales, después de que una mujer haya tenido un bebé, una enfermera le da una charla sobre métodos anticonceptivos. Penoso es el caso de Naciones Unidas, que da fondos a la organización de planificación familiar Planned Parenthood, que gasta más dinero en poner fin a embarazos que en cualquier otra cosa.
Pero los comentarios despectivos de los que son blanco las madres, en muchos casos no van dirigidos a ellas, sino a la persona que los pronuncia. Son justificaciones para la mujer que decidió no tener hijos y ahora se arrepiente, o que esperó demasiado.
Por lo general, la hostilidad de los hombres no es más que el mismo egocentrismo de siempre. Me topé con esta situación por primera vez cuando mi primer hijo tenía seis meses y nos lo llevamos a un restaurante donde me encontré con unos conocidos. Para la joven pareja que tenía al lado, tener familia no entraba en sus planes debido a las consecuencias para la figura de ella, la vida sexual de ambos, las noches de fútbol de él y sus planes de viaje conjuntos. Él se inclinó hacia nosotros para expresar su opinión: formando una cruz con los índices de las manos, los colocó ante la cara de mi hijo, como para protegerse de todo mal, y anunció desafiante que en sus vidas los niños estaban absolutamente fuera de toda discusión. Ella no dijo nada. Visto desde ahora, creo que esta escena fue un mensaje para ella, no para mí.
Ahora, hago un esfuerzo consciente para felicitar a los padres y las madres con hijos pequeños, para ayudarles a abrir una puerta o para bregar con el cochecito. Una sonrisa cómplice que diga «la paternidad no es para pusilánimes». Nunca está de más que te den ánimos. En el mundo actual, los padres y las madres lo necesitamos más que nunca.
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