Espacios donados por Dios
Ayudándonos a comprender mejor las cosas que nos rodean y para que comprendamos cómo es eso y la causa de todo, el Departamento de Pastoral de Turismo, Santuarios y Peregrinaciones, ha preparado un documento, apto para el período 2007-2008, titulado «El Turismo una realidad transversal, su rostro humano y su dimensión ética». Sin embargo, además de reseñar la importancia que puede tener, para el común de las personas, conocer determinadas realidades turísticas, lo que destaca de este material es la realidad misma: Dios nos ha dado, nos ha donado, nos ha entregado, lugares, espacios, sitios donde permanecer en este valle de lágrimas hasta que, cuando, cumpliendo su voluntad, podamos gozar de las praderas de su Reino.
El autor del Génesis definió, a la perfección lo que ha de significar, para nosotros, disfrutar y cuidar de lo creado por Dios. Así, dejó escrito que Dios bendijo a nuestros primeros padres diciéndoles «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra". Para, a continuación, decir que: "Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas las fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde". (Gen 1, 28-30)
Así, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI desde ahora), en su número 456 dice que «El hombre en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza»,[1]. Y esto es demostración de la obligación que el hombre contrajo con Dios cuando el Padre Eterno le encomendó esa labor dicha antes.
Mucho se ha discutido sobre si esta narración responde a la verdad de la Creación o es una interpretación adaptada a la mentalidad de la época en la que se escribió y para los oyentes a los que iba destinada. Sin embargo, pudiendo esto ser cierto, la interpretación de este texto se quiere decir, sin embargo, la Verdad que encierra, y es que Dios, en su omnipotencia y en su sabiduría, entregó al hombre, su Creación predilecta, un mundo que debía, por decirlo así, administrar y llevar a buen puerto, no deja de ser exacta certeza.
Por eso, atendiendo, por ejemplo, al doctor Kevin Schmiesing[2], que dice que «estamos moralmente obligados a usar el medioambiente con responsabilidad, porque es un «regalo de Dios y porque el bien de los demás (presente y futuro) depende de ello» no nos queda otra que no sea defender esa donación de Dios, que en tiempos tan pretéritos pero tan importantes para la raza humana, ofreció para su gestión, evolución y desarrollo.
Ese, digamos, ecologismo cristiano, tan alejado del otro apoyado por los «profesionales» del progresismo, se basa, sobre todo, en el significado de lo dado por Dios y, por eso, en la consecuencia que esto tiene para nosotros, sus depositarios.
Bien dice el CDSI, 457 que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva»,[3] por lo que no podemos pensar que se trata de labor de los poderosos o de los que ostentan los mandos de la sociedad sino, al contrario, de cada uno de nosotros, pues en cada persona se encuentra el alma de Dios y, por eso, su designio es el que corresponde a nosotros, su semejanza. Así, bien sabemos que la Creación incluyó no sólo al hombre sino a multitud de especies que constituyen, así, una biodiversidad que es esencial para comprender el devenir de la Tierra y de la vida en ella. Por eso «se ha de tratar», se refiere a esa vida diversa, «con sentido de responsabilidad y proteger adecuadamente, porque constituye una riqueza extraordinaria para toda la humanidad» (CDSI, 466)
Por eso, bien se trate de aguas, o de tierra e, incluso, del aire, tan contaminado en muchas partes de la Tierra, no podemos hacer dejación de ese mandato, ciertamente imperativo, que Dios hizo «al principio» de todo. Así, como ejemplo de esto, «Los bosques contribuyen a mantener los esenciales equilibrios naturales, indispensables para la vida. Su destrucción, incluida la causada por los irrazonables incendios dolosos, acelera los procesos de desertificación con peligrosas consecuencias para las reservas de agua y pone en peligro la vida de muchos pueblos indígenas y el bienestar de las futuras generaciones. Todos, personas y sujetos institucionales, deben sentirse comprometidos en la protección del patrimonio forestal y, donde sea necesario, promover programas adecuados de reforestación» (CDSI, 466)
Pero, para cumplir con todo lo que implica respetar el medio ambiente y hacer frente, por otra parte, a los retos que nos depara el presente, no basta con adoptar una postura voluntarista, es decir que será lo que se desee sin tener en cuenta la realidad misma, sino que «es necesario abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos» (CDSI, 486) Por eso, aspectos como «consumo» o «formas de producción» se han de vincular, inseparable y consecuentemente, con el más amplio de Creación, pues es en ella donde podemos entender la finalidad para la que la hizo Dios y que no es otro que para servir al hombre que, según el principio antrópico, es para quien se ha hecho todo. Por eso nada es casualidad, ni responde a la aplicación del principio mecanicista a la realidad humana sino, al contrario, a una finalidad inscrita en la mente de Dios y que sólo con esfuerzo y entendimiento, dado también por el Padre Eterno, podemos llegar, sólo, a entrever.
A propósito de esto, Martín Gelabert Ballester, teólogo dominico,[4] ha dejado dicho que «la verdadera calidad humana no está en el poder o en el acumular, sino en la gratuidad, la contemplación, el compartir, el comulgar con la naturaleza y, en último término, en mirar el mundo como un don que sólo a Dios pertenece y a Él hay que devolver como una hermosa ofrenda. Del correcto cuidado del don depende la propia vida del ser humano». Y esto nos clarifica bastantes cosas y nos propone unas actitudes también bastante diáfanas.
Por eso, ahora que es cuando, en general, se comienza a disfrutar de ese tiempo de descanso en el cual vamos a, por decirlo así, sumergirnos, más o menos, en la naturaleza donada por Dios al hombre, es cuando más debemos tener en cuenta la responsabilidad que tenemos, y hacer aparecer en nosotros si no ha sido hasta ahora, ese sentido que nos hace ver, a pesar de lo tumultuoso de nuestra vida, que hay algo que permanece, siempre, incólume, en el devenir nuestro: Dios, en su Amor, que es Caridad, ha permitido, nos ha permitido, hacer uso y disfrute de nuestro mundo. Por eso no podemos defraudarle; por eso sólo podemos ser mansos y no abusar, humildes y admirar.
Notas
[1] Tomado, esto, del Concilio Vaticano II, concretamente de la Constitución pastoral Gaudium et spes, 33
[2] En artículo titulado "Cómo no proteger el medio ambiente", publicado en el suplemento Iglesia de www.libertaddigital.com de fecha 2 de marzo de 2005.
[3] Tomado, esto mismo, del Concilio Vaticano II, concretamente de la citada Constitución pastoral Gaudium et spes, 34
[4] En el artículo titulado "Ecología, cuestión política y moral", publicado en www.dominicos.org
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