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Objeción de Conciencia
Aseguraba Manuel de Castro, secretario de la FERE, en una excelente entrevista concedida a Milagros Asenjo que la disciplina llamada Educación para la Ciudadanía será impartida en la escuela católica a la luz de los principios de la antropología cristiana. No creo que existan razones para dudar de su afirmación. Sin embargo, no creo que esta certeza baste para concluir que «la objeción de conciencia en los centros católicos carece de sentido». La objeción nace como un mecanismo de defensa frente a la intromisión del poder en el ámbito de la conciencia; pero, siendo un instrumento de defensa individual, posee una proyección social: a quien objeta no lo mueve tan sólo el interés personal; quien objeta anhela también que ese instrumento pueda servir a otros que se hallen en idéntica circunstancia. En cierto modo, puede afirmarse que el objetor se expone por otros, actúa como ariete frente a una imposición que considera injusta para que otros en el futuro puedan beneficiarse de su actitud pionera. Calificar de «innecesaria» la objeción de conciencia en los centros católicos podría malinterpretarse como un acto de egoísmo. Si algo define la postura del cristiano en la sociedad es el amor a la justicia, un amor generoso que anhela el bien ajeno, antes que el propio, aunque la búsqueda de ese bien ajeno le granjee animadversiones y aborrecimientos. Convendría que releyésemos la Epístola a Diogneto, para entender cuál es la misión dolorosa y sacrificada del cristiano en la sociedad.
En la mencionada entrevista Manuel de Castro alertaba también sobre el peligro de que la objeción de conciencia contra la asignatura llamada Educación para la Ciudadanía se volviese contra las escuelas católicas, de tal modo que algunos padres la ejercitasen contra la asignatura de Religión, o incluso contra el propio ideario del centro. No creo que sea lo mismo objetar contra una disciplina obligatoria que invade la libertad de conciencia que contra una disciplina optativa, fruto del derecho de los padres a elegir la educación moral y religiosa que desean para sus hijos. A nadie se le fuerza a matricularse en un centro de ideario cristiano; y no creo que sea posible «aceptar sólo en parte» el ideario de un centro cristiano, puesto que dicho ideario lo integra una sola idea indivisible: la idea de realizar el Evangelio de Jesús a través de la enseñanza. Ya existe al alcance de cualquier padre un modo de objetar contra el ideario de la escuela católica: consiste en matricular a sus hijos en un centro que no sustente su labor educativa sobre la esencialidad del Evangelio.
En otro pasaje de la mencionada entrevista Manuel de Castro augura «un porvenir bastante incierto» a la objeción contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y un «éxito jurídico muy limitado». Desde luego, si son cuatro gatos quienes objetan, puede anticiparse que tal instrumento se revelará inútil; no tengo tan claro que si son decenas o cientos de miles las personas que objetan pueda concluirse que la objeción sea un fiasco. La criminalización del objetor será mayor cuanto más solitaria sea su causa; y las llamadas al derrotismo contribuirán, sin duda, a esa criminalización. Quizá existan instrumentos jurídicos más eficaces que la objeción contra la imposición de una asignatura que invade el ámbito de la libertad de conciencia; en este caso, la mejor contribución que puede hacer la escuela católica a la sociedad consistiría en informar a los padres sobre tales instrumentos alternativos, no en formular proclamas disuasorias.
Como católico, me apena profundamente que los titulares de la escuela católica y la CONCAPA muestren descarnadamente sus disensiones, que no son sino la expresión tristísima de una traición a la encomienda evangélica: un solo rebaño, un solo pastor. Unos y otros deberían meditar aquellas palabras de San Pablo a los corintios: «Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente y no haya entre vosotros cisma, sino que seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir. He sabido que hay entre vosotros discordias, y que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo?».
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