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El triunfo de la bioética nazi

Muchas veces, si bien un grupo humano, político, ideológico o étnico, es derrotado a la hora de confrontar fuerzas militares, sus ideas, su cosmovisión, sus criterios básicos triunfan, y acaban siendo inclusive sostenidos por sus propios vencedores y hasta por aquellos que se le opusieron acérrimamente, o por sus víctimas. La adopción de símbolos enemigos es muy común. Así por ejemplo, en las veladas de la máxima jerarquía nazi se escuchaba la música del compositor filo-judío Franz Lehar, prácticamente prohibida en Alemania, mientras las películas preferidas del Führer y su entorno eran las norteamericanas de vaqueros, clasificadas como dañinas para el pueblo y prohibidas.

El nacionalsocialismo constituyó, desde el punto de vista de sus criterios bioéticos, un alarde del biologismo social post-darwiniano. Las ideas de Hitler y de Alfred Rosenberg, entre otros, dan por sentado el concepto de 'eugenesia', encarado desde una óptica socialista, comunitaria, inclusive universal. Es decir, por un lado, el 'mejoramiento' de la especie 'humana' entendida como conjunto de razas, algunas de las cuales son 'superiores' a otras, más perfectas, más alejadas del antepasado animal. De entre estas 'razas superiores', la 'aria' es la más elevada, y dentro de ella el tipo 'germano-nórdico', musculoso, alto de cabellos rubios, ojos celestes y nariz recta.

El paso que Alemania dio, 'venciendo' a los EE.UU. y a otros países en la lucha por la eugenesia, fue la vinculación de ésta con la idea de eutanasia, a la luz del concepto de lebensunwertes Leben (vida que no merece ser vivida), tomado del título de una obra publicada en 1920 por el jurista Binding y el psiquiatra Hoche, en que francamente se fomentaba el homicidio 'piadoso' de los enfermos incurables, los dementes, los deficientes mentales (incluidos los retrasados) y los niños deformados. Ambos autores destacaron la importancia de que la operación fuese concretada por médicos, con control jurídico.

La Weltanschauung nacionalsocialista en materia biológica hoy no sólo ha afectado los círculos científicos, sino que se encuentra inserta en el lenguaje, las actitudes y las tablas de valores de la sociedad en general. La presencia de los criterios estéticos hitlerianos es evidente, sobre todo en comunidades cuyos miembros no suelen responder a ellos, como sucede en Hispanoamérica. Los anuncios publicitarios, los desfiles de modelos, las producciones de televisión, muestran un predominio de personas rubias, altas, de tez clara, ojos azules y aspecto 'ario'. En algunos países, la diferencia entre la gente que se ve en el televisor y la que está en la calle es total. Los rasgos indígenas son asumidos como 'fealdad', y llegan a generar rechazos laborales, y otras discriminaciones notables. Infinidad de mujeres (y algunos hombres) se tiñen el cabello de rubio tenazmente e, incluso, se colocan lentillas de color azul. Hasta existen individuos de origen africano que se someten a operaciones y otras técnicas para disimular su estirpe (es paradigmático el 'blanqueamiento' patético del cantante Michael Jackson)

Los estereotipos nazis se han transformado así en prejuicios que forman parte de la conversación corriente y la cultura popular, al extremo de que muchos los consideran científicamente demostrados: que los negros son mejores deportistas y danzarines, pero peores en intelecto, que los eslavos son testarudos y fieles, mas no muy sagaces. Que los indígenas americanos son pobre gente, buena aunque inevitablemente estúpida. Que los judíos son sumamente inteligentes, más que los otros grupos, pero traicioneros y malvados, e incapaces de crear y de hacer arte. Está fuera de discusión la superioridad en todos los aspectos que realmente importan de los blancos, y cuanto más nórdicos mejor. Sus ciudades son más limpias y ordenadas, sus normas jurídicas se respetan más, sus edificios son más impresionantes, son más cultos, son más guapos, son más sofisticados.

Los nazis consideraban preferible la eliminación del sujeto "descartable", cuya vida no merecía ser vivida, cuanto más joven fuera. Por el nivel de la tecnología médica asequible, se pensaba en términos de niños de corta edad. No hay evidencia de que se encarase el exterminio de criaturas en el útero. Hoy, sin embargo, hemos podido llevar el criterio de la juventud hasta el máximo extremo, uno que la Alemania de Hitler no estaba en condiciones de encarar: la eliminación del embrión en sus primerísimos momentos de vida. El papel del 'granjero' es cumplido por el galeno, que escoge entre los embriones los más 'aptos' para ser implantados y descarta a los demás.

Y, como bandera de toda esta constelación de ópticas típicas del nacionalsocialismo que gozan de perfecta vigencia en nuestra civilización actual, flamea invicto el lema de que el fin justifica los medios. Tener un hijo biológico justifica que mueran muchos otros hijos biológicos, obtener un nuevo medicamento, o producto terapéutico, justifica la eliminación de embriones y la experimentación con seres humanos, evitar piadosamente una «vida que no merece ser vivida» justifica las punciones y los abortos.

No es de extrañar que, siendo la cosmovisión nazi un socialismo biológico, es decir, en última instancia, un empirismo utilitario (hasta el término 'idealismo' posee para Hitler una connotación biológica empírica), las mayores defensas en su contra provengan de los baluartes espirituales de nuestra cultura. No se equivocó el Führer al centrar su ataque en los 'antinaturales' valores judeocristianos, compartidos también por el Islam y por otras religiones universales, como el budismo. Hoy como ayer, es de esas direcciones que proviene la verdadera oposición contra el ideario nacionalsocialista.

Quienes aún creemos que los principios de Darwin son muy interesantes para el estudio de las tortugas, pero absolutamente abstrusos en materia humana, porque la civilización se erige sobre premisas más espirituales que biológicas, quienes pensamos que el fin no justifica los medios, que el valor fundamental es el amor al prójimo, no el mejoramiento de la especie, que no existe un solo criterio estético humano, porque hay millones de formas en que la humanidad es bella, que la 'pureza racial' es una majadería mitológica, tenemos aún muchas batallas que librar contra la estupidez de las modas, la perversión de las ideologías y la banalidad de lo 'políticamente correcto'.

En última instancia, como dijo en un famoso discurso pronunciado en Oxford en 1864 el estadista británico Disraeli: «¿Cuál es la pregunta que ahora se coloca frente a la sociedad, con una melosa certeza de lo más asombrosa? La pregunta es ésta: ¿Es el hombre un simio o un ángel? Señor mío, yo estoy del lado de los ángeles...». Como bandera de la constelación de ópticas típicas del nacional-socialismo que gozan de vigencia en nuestra civilización actual, flamea el lema de que el fin justifica los medios.

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