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Solicitud de vacaciones

Me encontré el chiste por pura casualidad, intentando pasar el rato con algo qué leer. «¿Qué tal las vacaciones?», le pregunta un chaval a su amigo, a lo que éste le contesta: «Pues mal, mis padres me han puesto tantas actividades que ya tengo ganas de empezar el colegio» (Jordi Lavanda). Además de una sonrisa, el tema se merece una buena reflexión, pues el tema de fondo que se encuentra tras lo que puede ser una simple viñeta cómica es la realidad que atraviesan muchos jóvenes durante este verano.

El Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de Valencia acaba de elaborar un informe titulado: Estudio sobre hábitos de vida saludable. El informe ha dado a conocer diversas conclusiones, y entre otras una de ellas advierte que «uno de los resultados más sorprendentes del estudio tiene que ver con el estrés infantil; según los propios encuestados, uno de cada tres niños de entre dos y once años padece estrés, y la cifra supera incluso a la de los padres que se reconocen estresados». El mal del siglo XX, sufrido por gran parte de la población, ya está pasando de ser algo propio de los adultos a un mal de nuestra juventud.

Enrique se ha trasladado al Japón hace unas semanas. En uno de sus e-mails, donde contaba sus primeras impresiones, destacaba el excesivo ritmo de trabajo que percibía entre la población. También es sorprendente lo que un colega de trabajo me contaba de Londres, donde llegó a ver a trabajadores que se llevaban el saco de dormir a la oficina para pasar la noche allí. La familia pasa ya a un segundo plano, donde el trabajo y las obligaciones profesionales ocupan un primer lugar, y luego ya viene todo lo demás. Ut operaretur fue creado el hombre, qué duda cabe, pero habrá que ver si ésta debe ser su única ambición.

El estudio elaborado por el Instituto de Creatividad hace hincapié en que muchos adultos no constituyen modelos de referencia deseables para sus hijos. Quizás alguno, al leer estas líneas, podrá preguntarse: «¿Ah sí? ¿Y quién trae el pan a casa?». Porque es cierto que el nivel de competencia profesional exige cada vez más. Ya no basta llorar para mamar, sino que uno debe estar muy bien preparado y ser capaz de mostrar sus cualidades más destacables para ser alguien en la vida.

Podemos divagar y sacar todo tipo de conclusiones, pero lo que está claro es que algo nos está pasando. Y si queremos conciliar la vida familiar con la laboral, algo deberemos de cambiar. Hace un año el periódico gratuito Qué empezó una campaña entre sus lectores, sobre este tema, que obtuvo una respuesta masiva con todo tipo de ideas y sugerencias. Porque en el fondo, lo que quiere la mayor parte de la sociedad, es trabajar lo suficiente y vivir bien. Luego vienen las exigencias sociales que nos impiden hacer realidad este sueño, aunque a veces nos olvidamos que la sociedad no es un elemento abstracto, sino la suma de todos y cada uno de los individuos que la formamos. Pues si estamos de acuerdo... ¿por qué no empezar a cambiar las cosas?

Tiempo libre de los hijos lleno de todo tipo de actividades. Horas tempestivas de trabajo que atrapan a los padres. Padres que no conocen a sus hijos, e hijos que no saben de sus padres. Y luego, al final, acaba pasando que uno cuanto más gana más gasta, ¿realmente vale tanto esfuerzo invertido si al final se pierde la mejor inversión que es la de la propia familia?

El caso de Tomás es cierto como la vida misma. Yo mismo lo conocí en primera persona. Ganaba como nadie, tenía varios coches, una buena casa y todo tipo de lujos. Una esposa paciente y tres hijos pequeños que apenas le veían. Sus continuos viajes y reuniones hasta altas horas de la noche estaban haciendo de él un extraño en su propio hogar. Y llegó un día en que tuvo que decidir entre su trabajo y su familia. Decidió empezar de nuevo, vendió sus coches y su casa, abandonó el trabajo y se cambió de ciudad. Consiguió un trabajo más sencillo y además desde su propia casa. Cuando me lo contaba terminaba diciéndome: «No tengo tantos lujos ni gano tanto a final de mes, pero tengo algo que nadie me lo va a quitar: ahora disfruto de mi familia, antes no».

La vida exige mucho y cuesta seguir su ritmo, pero a veces hace falta un poco de valentía para echar amarras y anclar en puerto seguro. ¿O a caso es más factible hundir el propio barco?

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