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La suave fuerza de Pedro

Juan Pablo II ha dejado atrás las jornadas memorables de Atenas y Damasco, y ya se puede hacer un primer balance. El Papa ha preferido superar las exigencias de la estricta justicia histórica para poner delante de sus interlocutores ortodoxos lo más precioso que posee un cristiano: la fe en Jesucristo resucitado, la única fuente segura de paz, unidad y reconciliación. Frente al memorial de agravios presentado por el Arzobispo Christodoulos, lleno de apreciaciones discutibles, de exigencias abusivas y de silencios espesos (por ejemplo, los que se refieren a la situación que padece la minoría católica en Grecia), las palabras del Papa revelaban a un cristiano que no necesita defenderse: contempla sin censuras el propio pecado y el de sus hermanos, confiándolo al perdón y a la misericordia de Dios. No se enreda en discusiones inútiles sino que manifiesta un profundo deseo de recobrar la unidad.

Era necesario que el Obispo de Roma proclamara en Atenas la gratitud de toda la Iglesia de Occidente por el patrimonio espiritual que ha custodiado la Iglesia Ortodoxa, y del cual se sigue nutriendo toda la cristiandad. Reconocidas las culpas (sin contrapartida), implorado el perdón, expresado el amor, y confesada la fe común, ¿qué podían argüir ya incluso los más recalcitrantes? El Papa supo desarmar los prejuicios con el testimonio de su sencilla autenticidad cristiana: así lo ha reconocido el 99% de la población griega.

Siria ha sido el colofón de este proceso. Allí, los Patriarcas de las Iglesias greco-ortodoxa, siria y armenia, han formado parte del séquito del Papa junto a los obispos católicos en un gesto sin precedentes. Juan Pablo II afirmó que, tras siglos de división, las Iglesias de Oriente y de Occidente se redescubren como hermanas: ?nos unen la sucesión apostólica, el bautismo y la eucaristía?, subrayó el Papa, quien recordó también los avances en el diálogo teológico y en la cooperación pastoral, que tienen lugar especialmente en esa zona del Medio Oriente.

Nadie puede negar que hay una nueva atmósfera entre católicos y ortodoxos, impensable hace apenas unas semanas. Ciertamente, permanecen obstáculos espinosos que volverán a manifestarse con toda crudeza el próximo mes en Ucrania. Pero este Papa, al que tantos recomiendan que se siente a descansar, puede romper nuevos cerrojos con el testimonio sencillo de la fe apostólica que él encarna con la audacia de Pablo y la solidez de Pedro.

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