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Derechos de los fieles

La Carta Apostólica de Benedicto XVI por la que se recupera, de manera ordinaria, el uso del ritual de la Misa previo al Concilio, merece ser estudiada con detenimiento. Primero, hay que dejar claro que el Papa considera el uso de ese ritual como algo «extraordinario» y, por lo tanto, no obliga a nadie a «ir a misa en latín». Se limita a reconocer el derecho de los que lo deseen a celebrar la Eucaristía según ese rito, con las debidas cautelas y requisitos.

Segundo, el rito en cuestión no es «algo malo», pues no hay que olvidar que es la manera en que se ha celebrado la Santa Misa durante siglos, con distintas modificaciones. Ha servido para que personajes como Santa Teresa, San Ignacio o San Francisco se unieran al Señor en el sacrificio eucarístico y no puede ser, por lo tanto, considerado pernicioso para el bien de las almas, como algunos están diciendo. Tampoco es contrario al Concilio, pues éste nunca abrogó este rito, sino que se limitó a impulsar la reforma litúrgica a partir del uso de las lenguas vernáculas.

Tercero, creo que es necesario preguntarse por qué hemos llegado a esta situación, por qué el Papa ha decidido dar este paso. ¿No serán responsables de esto —quizá habría que decir culpables— precisamente aquellos que más están vociferando ahora? ¿No son los abusos litúrgicos los que han escandalizado y en cierto modo alejado a muchos fieles? En una Iglesia donde unos curas se atreven a «consagrar» rosquillas, a leer el Corán junto al Evangelio, a entonar la Internacional con el puño en alto después del Aleluya, ¿puede sorprender que haya mucha gente que esté harta?

Creo que es un momento para la reflexión, para el examen de conciencia, por parte del clero. ¿Qué hemos hecho de la reforma litúrgica preconizada por el Concilio? ¿Ha servido para acercar la gente a Dios o para banalizar y trivializar lo sagrado? Los fieles tienen derechos, y eso es algo que a veces olvidamos.