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La humanidad apenas trascendida

«Ser pesimista es tomar algo por trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad». Estas palabras de Pessoa en El Libro del desasosiego, podrían definir a su connacional Saramago, y expresar la concepción que ambos poseen de la vida «como una posada en la que tengo que quedarme hasta que llegue la diligencia del abismo».

Pero lejos de la comprensión del mundo desde el lado más oscuro, al auténtico Saramago tampoco emerge con sus augurios, que le hacen asumir, improvisándose a sí mismo, una función profética, al pretender incluir Portugal en España para constituir la futura Iberia. El autor de La balsa de piedra siempre se sintió apátrida, y por eso no le resulta ajeno diseñar una nueva ingeniería y construcción de civilización, sin experimentar ninguna lástima por no tener «ni una patria ni una tierra provinciana», como con cierto dolor exponía León Felipe en su Autorretrato.

La cínica humanidad de la que hace gala Saramago es la de una humanidad inmanente, apenas trascendida por el amor de una mujer cercana. Saramago, como cualquier ateo, se ilusiona con que el ateísmo es la única postura digna del hombre que piensa y aspira al progreso, afirmando que «el mundo sería más pacífico si todos fuéramos ateos».

¿Qué hay en Saramago fuera de una concepción materialista de la vida, de la creencia en unos valores culturales, que también son materiales en cuanto derivan de los valores económicos? Habría que recordar al autor de El Evangelio de Jesucristo que la humanidad está asociada a Dios, sobre todo porque Jesucristo, el Hijo de Dios y Redentor de la humanidad, es hombre. En torno a Él crece la sociedad de la humanidad con Dios, y, por tanto, de la humanidad trascendida.

Saramago elimina de la vida el deseo de trascender la condición humana; improvisa, con lucidez y sin arrepentimiento, la construcción de una humanidad sin posible aspiración trascendente. La humanidad trascendida es, según él, la causa del infortunio de las sociedades democráticas. Cruzar la frontera de una pervivencia horizontal y secular, de vivir esta vida humana que tenemos, haría al hombre un ser enfrentado al hombre por causas religiosas y permanentemente amenazado.

Sin patria y sin Dios, sólo queda el carácter dogmático del materialismo en el que tendremos que fundar la realidad de nuestra vida. El profeta de una humanidad desasistida, lejos de la póstuma notoriedad mundial de Pessoa, es celebrado en el tiempo presente. En su concepción antropológica, todavía parece lícito y santo celebrar el amor y promocionarlo con un acto civil. ¡Bendito sea Dios! Que sea para bien y todavía por muchos años.

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