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Volver a nacer
El título no va con sorna. Porque realmente, lo que sentí hace unos días, fue la sensación de volver a nacer. Lluvia intensa, carretera mojada, ruedas desgastadas... y cuatro vueltas de campana con el vehículo. Al final, a Dios gracias, todo ha quedado en una anécdota, con unos cuantos puntos en el brazo y algunas magulladuras. Además, he de confesarlo, he sido testigo de una gran lección llena de humanidad que no puedo resistirme a dejar constancia en este artículo.
Postrado en cama, convaleciente aún por los efectos del accidente, son varios los que vienen con la misma pregunta: «¿Qué pensaste? ¿Qué sentiste? ¿Viste el túnel de tu vida?». No, no... nada de eso. Ya sé que muchos aseguran, habiendo estado al borde de la muerte, ver pasar ante sus ojos toda su vida en fracciones de segundo. Otros cuentan lo del túnel... «Pues yo vi un túnel oscuro con una luz al fondo...». Pues a mi, ¡qué quieren que les diga! ni túnel ni película de mi vida... Eso sí, mientras contaba las vueltas de campana, un único pensamiento afloró de forma inmediata: «Dios mío, no me jodas, ¡coño!». Ya sé que queda poco poético, pero para qué engañarnos, es la simple realidad.
Después de darme cuenta que mis oraciones —poco litúrgicas y algo soeces— han sido escuchadas con vehemencia, viene un intento de rectificar la intención. Un acto de contrición, o quizás un padrenuestro, o un miserere hubieran dado lugar a una mejor preparación espiritual ante una posible visita al más allá. De todas formas, a Dios le supliqué que no me jodiera, por lo que debió pensar: «A éste, no me lo llevo yo, que la fruta no está aún madura para ser cortada del árbol». Pues es verdad que Dios sabe más, como siempre me han enseñado.
Aunque reconozco que no me gustaría pasar por lo mismo, no niego que algo ha valido la pena pasar por esto, a pesar de los pesares. Ante mi han ido desfilando un gran número de personas, que sin esperar nada a cambio y con una actitud discreta, se han convertido en los héroes de mi vida. Aquellos que pararon su coche y ofrecieron toda su ayuda, alguien —a quién probablemente nunca conoceré— llamó de inmediato la ambulancia, otro que te recoge del suelo y no se mueve de tu lado, otro que te ofrece su abrigo sabiendo que nunca más lo recuperará, alguno se para esperando poder hacer algo aunque no sabe qué hacer, etc... Y luego viene lo del hospital. Es verdad que se ha dicho y se ha escrito mucho contra la sanidad pública, pero he sido testigo del amor humano que te dan. Enfermeras sonrientes, doctores que casi te miman, camilleros complacientes... a ellos solamente puedo ofrecer palabras de agradecimiento. Porque en medio del tumulto, ente el griterío de la gente, a pesar de las prisas con las que hoy en día nos movemos, es verdad que existen verdaderos héroes que, sin salir en los periódicos y sin ningún reconocimiento especial, están dispuestos a darse a los demás.
¡Qué lección de humanidad! Puesto que ahora siento que vuelvo a nacer, de lo que sí estoy seguro es que me voy a replantear muchas cosas, fruto de lo que he visto con mis propios ojos. Trabajar con una sonrisa, haciendo el trabajo bien hecho viéndolo como un servicio a los demás; ayudar a quién lo necesite sin esperar nada a cambio, dedicar parte de mi tiempo a otros que puedan requerirlo. Y como no... valorar aquello que me rodea.
El tiempo se va, y contra él difícilmente se puede luchar. Ni siquiera los más poderosos son capaces de poseer su dominio. Y como tampoco sé de cuánto tiempo más voy a disponer, pienso saborear de cada instante de mi vida como si éste fuera mi última vez.
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