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La angustia y el hombre contemporáneo

En el siglo XX se hizo referencia frecuentemente a la angustia, que era un tema favorito del existencialismo con inspiraciones teóricas desde Kierkegaard hasta Jaspers, Heidegger y Sartre. Gradualmente disminuyó el énfasis en la angustia y ahora se hace referencia a la depresión. El hombre ordinario ha dejado de estar angustiado, y ahora está deprimido. Eso se ha convertido en la condición psicopatológica más frecuente en la actualidad, y hasta los laboratorios farmacéuticos presentan ahora medicamentos que son útiles tanto para la ansiedad como para la depresión.

La angustia se genera en la conciencia del hecho instintivo, que en el contexto humano aparece como lo animal y amenaza con desintegrar la mente. Por su fuerza, el instinto no puede aparecer en la conciencia sino transformado en imágenes, sensaciones, deseos, configuraciones, ideas, etc. Hay un conflicto entre la norma y el instinto que se representa en la conciencia, en la que el saber nos libra de lo terrible del instinto: así, en la conciencia el ser humano se siente protegido, a resguardo de sus instintos.

En la angustia el hombre se halla expuesto a la realidad, en su soledad, con su propia fuerza. La realidad se presenta como algo vasto, infinito, sin principio ni fin. El infinito como símbolo del hombre de Occidente lleva implícita la angustia, que es semejante a la que sentía el hombre del Renacimiento que quería hacerse cargo de su propio destino. Las herramientas con que cuenta son la ciencia y la técnica: expresión del fuego prometeico. Esto llega a su máxima expresión en el uso de la energía atómica: al hombre lo asalta la incertidumbre y teme por su destino.

La traducción de la ansiedad en términos de fenómenos corporales la hizo Hans Selye en 1956 cuando describió la condición del estrés, como una respuesta específica a una variedad infinita de agentes. De manera que no se produce ante algo en particular, sino en general: se podría decir que el estrés es la condición general del «estar enfermo», y de manera secundaria se agregan los indicadores de acuerdo con la etiología del proceso específico. La idea del estrés hace referencia al concepto de 'sobrecarga' de las tareas o funciones del individuo, lo que se asocia al concepto de resistencia. Aquel individuo que no resiste, tolera o soporta cae en situación de estrés.

En la existencia las posibilidades reales del hombre son ilimitadas, pero dichas posibilidades dependen de su fuerza, y ésta no es la misma para todos los individuos. El que pide ayuda porque las tareas de su cargo, actividad o responsabilidades le generan tensión, significa que no tolera dicha tensión que le genera su realidad; al igual que el suicida no pudo tolerar la crisis en la que se encontraba y sucumbe a sus propias fuerzas destructivas. En muchas de estas circunstancias, el individuo se plantea exigencias para las que no tiene la fuerza suficiente, de manera que no tiene capacidad para hacer frente a las mismas. Se puede decir que la exigencia sobrepasa su capacidad, su fuerza.

La idea de infinito se corresponde con la de autonomía, como uno de los criterios básicos de la individualidad, y autonomía significa bastarse a sí mismo, sobrellevar la vida con la propia fuerza venciendo la tendencia a la dependencia. En la dependencia el individuo se halla expuesto a fuerzas externas a él, naturales o sobrenaturales; se siente protegido y seguro. Es la condición natural del niño, que gradualmente va superando en la medida en que usa su propia fuerza; y también es la condición del débil que vive a expensas de los demás. El individuo autónomo es el que se puede denominar «emocionalmente maduro», capaz de sobrellevar la vida con su propio esfuerzo, de formular y guiarse por sus propios criterios. Para el hombre contemporáneo el estrés o la angustia son inherentes a las condiciones de su existencia, y se convierten en principio de fortaleza y satisfacción al hacerles frente y soportarlos.

La depresión expresa la condición humana en la que el individuo se ha separado de un objeto y no ha tolerado tal separación; es incapaz de bastarse a sí mismo y busca afanosamente aquel objeto, realidad o situación de la que se ha desapegado. Y así como el individuo respondía con angustia ante los problemas de la existencia, ahora que la sociedad tradicional se ha ido, que el bienestar de la modernidad se ha esfumado, se siente extrañado de un mundo que anhela. Busca tener la protección del Estado que tenía anteriormente, que le proveía de los mínimos de bienestar, al igual que el niño anhela la protección de sus padres o mayores. La depresión es expresión de la impotencia ante una realidad que no se puede soportar. Otra salida para no apegarse al objeto del cual se ha separado es la actitud de superficialidad respecto a la realidad que se vive, lo que puede ser percibido como una respuesta defensiva ante la pérdida del mundo de la modernidad, que culmina en la II Guerra Mundial. Pero también es expresión del desapego de la realidad, el escepticismo respecto a la misma, la desvaloración propia del nihilismo: se trata entonces de seres humanos que no creen en nada, pero que tampoco tienen la fuerza suficiente para valer por sí mismos. Al final, hay una incapacidad de apego al objeto e incapacidad de dominio de los objetos de la realidad, por la escasa fuerza de la voluntad de poder.

Lo anterior significa que el ser humano del Occidente contemporáneo ha perdido su capacidad para hacer frente a la realidad, lo que a su vez significa que ésta se ha vuelto "más difícil", que en su complejidad plantea exigencias que se traducen en conflictos para el individuo, el cual no dispone de la fuerza suficiente para solventar dichas exigencias. La respuesta que se ha dado es "medicalizar" la vida, y en la medida en que el individuo se piensa como enfermo se siente dispensado de hacer frente a sus propios problemas. Dicha medicalización de la existencia se ha acompañado de

disminución de la tolerancia al dolor, al sufrimiento, etc. El hombre contemporáneo 'puede menos que antes; ahora la sensación de logros viene por el lado del poder que da la ciencia y la tecnología.

El problema es, pues, la debilidad del hombre contemporáneo y su incapacidad de obtener de sí la fuerza necesaria para hacer frente a los problemas de la existencia. No faltan voces que dicen que todo esto guarda relación con la distancia que ha puesto el hombre respecto de la religión, de manera que no tiene algo seguro o alguien a quien recurrir para solventar los conflictos. Y es posible que así sea, pues eso mismo muestra que la fortaleza que se tenía era la de la Verdad; era sentirse apegado a alguien, viviendo a expensas de su fuerza. El problema es, pues, la debilidad del hombre contemporáneo y su incapacidad de obtener de sí la fuerza necesaria para hacer frente a los problemas de la existencia.

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