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Leña a los curas
Se están frotando las manos y la risa no les cabe en el rostro desde que han podido instalar los altavoces a la máxima potencia para proclamar que las recientes encuestas han colocado a la Iglesia católica en los últimos puestos de la estimación popular, al mismo nivel que las denostadas empresas multinacionales, y muy cerca de la falta de confianza que los españoles tienen en su gobierno.
¿Lo conseguimos!, parecen exclamar cuando colocan la noticia en los lugares preferentes de la televisión, cuando la repiten en todos los noticiarios de las radios afines, cuando llenan las mejores columnas de los periódicos. Ahora —continúan pensando— hay que presionar mañana, tarde y noche en todas las tertulias radiofónicas; fomentar la actividad de las asociaciones que piden la retirada de crucifijos en las escuelas, insistir en la consigna de que un país moderno no tiene por qué sufrir el anacrónico espectáculo de las procesiones —que para eso están los templos 'que paga el pueblo'— y colocar cristal de aumento a la noticia de que un cura se ha declarado homosexual, criticando con dureza que, al parecer, su obispo le ha invitado a apartarse de su ministerio. Para avanzar en este campo y conseguir el triunfo en la misma tacada que la Alianza de Civilizaciones y la Memoria Histórica, los estrategas del 'establishment' insisten en la necesidad de anticipar la eliminación de los valores de la derechona, activando al máximo las consignas que se propagarán en todos los centros escolares a través de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, sin olvidar en ningún momento los mimos a esa formidable escuela de costumbres que es la televisión, fuente en la que beben diariamente millones de españoles de todas las edades, que, atentos a la pantalla, devoran escenas de violencia y de sexo, un lenguaje de burdel y todos los vicios que atentan contra la dignidad de la persona. Pero, sobre todo, insisten en que es necesario estar preparados para repetir e incrementar con desgarro de vestiduras hasta la más insignificante noticia que haga referencia a casos de abusos sexuales a cargo de curas, sea quien sea la víctima —mucho mejor si se trata de niños—, y sin que importe que hayan transcurrido cuarenta años entre los hechos y la fecha de la denuncia Dicen que ese es el momento de poner en marcha a todo volumen la poderosa maquinaria mediática para conseguir que televisiones, radios, revistas y periódicos demuestren que esa información es la más importante del siglo. Y la consigna que se propaga por todos los medios es: leña a los curas, leña a la Iglesia (la católica, naturalmente, que por ser la nuestra es la que interesa), leña a la religión, porque no hay fe que pueda estar por encima de la ley y, mucho menos, en competencia con los principios que informan nuestro talante.
Posteriormente y como capítulo final, adoctrinan sobre la mejor forma de anticiparse a la defensa que sin duda harán los curas y sus amigos. Dicen que hay que mantener que no es verdad que el ataque pederasta se produce a diario con los próximos a los niños, familiares, educadores, monitores deportivos, etcétera, y que, aunque así fuera, el hecho de que los autores sean sacerdotes otorga al delito un plus de asco e indecencia; y que si la Iglesia indemniza, no es porque lamente y sufra esos fallos intentando atenuarlos en lo humano, sino porque busca acallar el escándalo y que nadie se entere, terminando la relación de consejos con la recomendación de que se empequeñezca la presencia en todo el mundo de esa legión de hombres y mujeres que, sirviendo al Crucificado, se consagran hasta la extenuación y la muerte por sus semejantes, los más desvalidos, los enfermos de quienes nadie se ocupa, los que padecen hambre, sed y miseria, aquellos a los que ninguna doctrina política se ha acercado jamás Cuando los defensores se pronuncien en este sentido —aconsejan los de la campaña mediática—, hay que contestar rápidamente que nos dejen de monsergas, porque también esa Iglesia es cómplice del nefando delito: «No dejen de decir y escribir esta palabra, nefando, y continúen repartiendo leña».
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