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Pilatos y la democracia
Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia
El relato es sencillo, conmovedor y maravilloso. Pertenece al capítulo XVIII del Evangelio de san Juan. De la casa de Caifás, es conducido Jesús al pretorio, ante Poncio Pilatos, quien, al no ver culpa en Él, pretende que sea juzgado según la ley de los judíos. Y se produce una memorable conversación entre Jesús y el poderoso gobernador romano. En ella, el Maestro afirma que es Rey, pero que su Reino no es de este mundo, y luego declara que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Entonces el gobernador romano pregunta: ¿qué es la verdad? Después apela al pueblo, y lo entrega para que lo crucifiquen después de lavarse, escépticamente, las manos.
La tesis de que la democracia se fundamenta en el relativismo moral es antigua. Al menos, se encuentra ya en el sofista Protágoras. Desde entonces ha reaparecido una y otra vez en el pensamiento occidental, hasta casi prevalecer en nuestros días. El gran jurista, pero pésimo pensador, Hans Kelsen, ha sido uno de sus más tenaces defensores. En su Esencia y valor de la democracia, comentando el inmortal pasaje, afirma que el plebiscito popular fue contrario a Jesús. Y concluye: «Quizás se objetará, objetarán los creyentes, los políticamente creyentes, que precisamente este ejemplo habla antes contra la democracia que a su favor. Y hay que admitir ese reproche; pero sólo bajo una condición: que los creyentes estén tan seguros de su verdad política —que llegado el caso también debe imponerse con la fuerza de la sangre— como lo estaba de la suya el Hijo de Dios». Difícil es equivocarse de manera más descomunal. El pasaje no habla de la democracia, sino de la verdad. Los creyentes, al menos los cristianos, no están seguros de su verdad política, sino de su verdad religiosa y moral. También se equivoca Kelsen al afirmar que Pilatos, como romano, estaba acostumbrado a pensar democráticamente, y que, por eso, apeló al pueblo. Ni Roma era ya una democracia, ni la apelación a los judíos era un plebiscito democrático. Lo que hace Pilatos es escudarse en el relativismo moral para quitarse problemas de encima y permitir la condena de Jesús. Lo que condena a Cristo no es la democracia sino, más bien, el relativismo moral. Acaso esto mismo ya prueba que no se trata de la misma cosa, ni de que uno sirva de fundamento a la otra. Por lo demás, Kelsen se refiere a Pilatos como a un hombre «de una cultura vieja, agotada, y por esto escéptica». El escepticismo es algo propio de una cultura decadente. También había afirmado un poco antes que «la democracia aprecia por igual la voluntad política de todos, como también respeta por igual todo credo político, toda opinión política, cuya expresión es la voluntad política». No; la democracia no respeta por igual todas las opiniones políticas, porque ella misma es una opinión política junto a otras, aunque más conforme a la dignidad y libertad humanas.
La raíz de su error se encuentra en la pretensión de que la democracia se fundamente en el relativismo moral. Si así fuera, carecería de fundamento consistente. Si la democracia encarna y asume valores, no puede fundamentarse en la inexistencia de valores. Un gran filósofo, Hegel, también se había referido, mucho más certeramente, al memorable pasaje evangélico en su Lógica. Al preguntar ¿qué es la verdad?, Pilatos lo hace como quien sabe a qué atenerse en este punto, como quien sabe que no hay conocimiento de la verdad. «Y así, este abandono de la indagación de la verdad que en todo tiempo ha sido mirado como señal de un espíritu vulgar y estrecho, es hoy considerado como el triunfo del talento. Antes, la impotencia de la razón iba acompañada de dolor y de tristeza. Pero pronto se ha visto a la indiferencia moral religiosa, seguida de cerca de un modo de conocer superficial y vulgar, que se arroga el nombre de conocimiento explicativo, reconocer, francamente y sin emoción, esa impotencia y cifrar su orgullo en el olvido completo de los intereses más elevados del espíritu». Nada es más falso que esa idea que pretende que nada podemos saber de lo eterno y absoluto. La dignidad del hombre radica en sentirse capaz de alcanzar las altas verdades. «La esencia oculta del universo no tiene fuerza que pueda resistir al amor a la verdad». ¿Qué es la verdad? Algo que puede ser alcanzado por la razón humana, si acierta a liberarse de la pereza y el prejuicio.
Ni la democracia se fundamenta en el relativismo moral, ni puede ella por sí misma determinar lo que es verdadero o falso. No hay estupidez comparable a la pretensión de excluir de la democracia a quienes pretenden conocer la verdad. Como si la democracia fuera un procedimiento para establecer verdades en el que la condición de la admisión fuera el reconocimiento de carecer de la verdad. Si nada es verdadero o falso en el orden moral, entonces no hay ninguna razón para oponerse a la condena de un inocente. Pero si la condena de un inocente es un mal absoluto, entonces no es lícito condenar a un inocente. Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia.
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