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Rebelión de las familias
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, afirmó recientemente que ningún Gobierno ha hecho tanto por las familias como el actual. Reconozco que, ante semejante afirmación y pese a que nos tiene acostumbrados a declaraciones solemnes vacías de contenido o de una contradicción más que evidente, releí su afirmación. Cuando en realidad es el Gobierno de entre todos los que hemos tenido en España que más ha perjudicado a las familias. Es fácil evocar el refrán «dime de qué alardeas y te diré de qué careces».
Aprovechó su anuncio de dar 2.500 euros a quien tuviera un hijo, medida que ha copiado del programa del PP (que preveía 3.000 euros) y que ha anunciado sin estudiar en absoluto su puesta en práctica, y mucho menos su trámite parlamentario, algo que en líneas generales es exigible para un gobernante, pero que Zapatero —en un continuo ejercicio de circo— ya nos ha acostumbrado, y también asombrosamente extraña cada vez a menos instancias. Los 2.500 euros son una medida precipitada, electoral, de quien se siente culpable y busca compensar la indignación generalizada: un populismo barato, que no creo que cale en la mayoría.
Y si mi opinión es compartida —como pienso— por la mayoría, urge que las familias se rebelen, reaccionen y hablen por sí mismas, porque ya llevan mucho tiempo transfiriendo su responsabilidad a otras instancias, sobre todo el Estado.
Estas líneas pretenden ser lo que parecen: una invitación a que las familias se movilicen —por supuesto, cuando llegue septiembre— con todos los medios y con constancia para que la familia deje de ser la gran víctima de la política sectaria, irresponsable y demoledora de Zapatero. Seguro que él contestaría que lo que ha hecho es actualizar la familia a los tiempos modernos y a todas las sensibilidades esta institución básica: vestir de modernidad su política familiar es una muestra de demagogia, porque en realidad ha pretendido minar sus pilares.
Si Zapatero conseguirá o no sus fines, ya es otra cuestión, porque es la hora de que las familias hablen, reaccionen y reclamen, siendo protagonistas reales y primarios de lo que les concierne. Pero sin dejarlo a merced de los partidos políticos, o a la hipótesis más que probable de que en pocos meses gobierne otro partido en España: que las familias se pronuncien, y que gobierne el partido que mejor defienda sus intereses.
Lo que casi asusta más es que, cuando Zapatero toma cartas personales en un asunto, se estropea más. Su fama de gafe no es casual. Si no, que se lo pregunten a los catalanes: bastó que afirmara que él seguiría personalmente los asuntos concernientes a Cataluña, para que esta comunidad autónoma haya vuelto a sufrir más apagones —muy sospechoso que el tripartito haya puesto dificultades para que Manuel Pizarro, presidente de Endesa, comparezca en el Parlamento catalán—, los trenes de Cercanías son un caos absoluto, el desorden campea por el aeropuerto de El Prat y los atascos en la autopista A-7 han conocido la nada desdeñable longitud de 75 kilómetros.
Todo es susceptible de empeorar, hasta lo que Zapatero pueda hacer por la familia: ya ha agotado con creces lo que podía haber hecho, y lo mejor que puede hacer es admitir que se ha equivocado radicalmente, y que lo que más le conviene a él y a las familias es ni mencionarlas, y menos para autoalabarse.
¿Cuál es el eje de la familia? El matrimonio. Pues con el «divorcio exprés» se ha cometido un atropello enorme, porque deja al capricho de uno de los cónyuges el divorcio, en vez de tener el sentido común de favorecer la continuidad del lazo matrimonial. Es una locura lo que se ha hecho, y es una locura el aumento de divorcios experimentado en España por esa medida. Como todo contrato, ha de buscarse la seguridad, el cumplimiento, la certeza, la fiabilidad, y máxime cuando en este caso hay o puede haber hijos. Ya es muy común oír el comentario de «para qué casarse, si no sabes lo que va a aguantar el otro».
Con gran ligereza, Zapatero equiparó las uniones homosexuales al matrimonio, desnaturalizando lo que es el matrimonio, unión de hombre y mujer. Podía haber regulado jurídicamente ese tipo de convivencia, sin considerarla —porque no lo es— matrimonio. Aún fue más lejos: les permite adoptar. Basta ver la práctica nula aceptación de estas medidas en el panorama legislativo mundial para caer en la cuenta de que no son sólo opiniones, sino una percepción generalizada de que los experimentos se hagan con gaseosa, no con las instituciones básicas. Zapatero va diciendo que él ha traído nuevos derechos a los españoles, y se le llena la boca.
No deseo ser exhaustivo en la relación de medidas del Gobierno en contra de la familia, pero la asignatura Educación para la Ciudadanía es una más. Pretende —no lo conseguirá— que la formación moral la imparta el Estado, arrebatando un derecho y deber de los padres que va unido a la procreación. El fin primario del matrimonio es la procreación y educación de los hijos, porque no tiene sentido tener hijos y encomendar al Estado o a otras instituciones su educación: en todo caso, Estado u otras instituciones —por ejemplo, los centros escolares— han de formar según y de acuerdo con los legítimos titulares de ese deber, que son los padres.
Las familias cuentan con muchos medios para movilizarse, para rebelarse. Deben hacerlo, y con urgencia. Su capacidad ofrece dudas, por una cierta anemia o pasividad. Han de demostrar que no es así.
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