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Un centenar de abusos y el heroísmo cotidiano
Si la noticia sobre el mal siempre nos encoge, cuando se encarna en personas especialmente llamadas a enseñar y reflejar el buen camino, inmediatamente asoma el escándalo. Nada puede atenuar el dolor que produce saber que haya religiosas que han sufrido abusos sexuales por parte de sacerdotes, con todo el cortejo de violencia y desprecio por la dignidad de las personas que esto conlleva. Habrá que acotar las dimensiones del problema, verificar los casos, descartar exageraciones y fantasías, de acuerdo, pero el nudo de la cuestión permanece. Es preciso mirar a la cara el problema, como ha hecho siempre la Iglesia con el pecado de sus hijos.
Notemos que el informe que ahora ha saltado a la prensa fue elaborado por encargo de la propia Santa Sede, a raíz de las denuncias presentadas por la religiosa Maura O?Donohue, coordinadora del Programa contra el SIDA de Cáritas Internacional. El Portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, ha explicado que el asunto se está tratando con los Obispos de los lugares afectados y los Superiores de las Ordenes Religiosas, para resolver cada caso concreto y atajar el mal de fondo a través de la formación. Así pues, el tema no se ha tapado, aunque es comprensible que la Iglesia no lo haya lanzado a la gran prensa. Otra cosa es que las medidas puestas en marcha hayan sido todo lo drásticas y diligentes que requiere el caso; sobre eso podrán existir opiniones muy diferentes, cada una con su parte de razón.
Esta dolorosa historia demuestra que la evangelización necesita tiempo para echar raíces y purificar las culturas. Se habla mucho de la ?inculturación? de la fe, olvidando a veces que la fe tiene que purificar también a las culturas que la acogen, y que esa purificación requiere cambios profundos y dolorosos, así como un gobierno pastoral al mismo tiempo paciente y exigente. No debe extrañar que para muchos africanos el cristianismo pueda ser un barniz, por debajo del cual emerge la vieja mentalidad en cuestiones tan decisivas como la vida sexual o los papeles del hombre y la mujer en la familia y en la sociedad. Esto mismo sucedió, por cierto, en la Europa cristiana de los primeros siglos, que salía de la noche de los bárbaros. Muchos aspectos del cristianismo, tardaron varias generaciones en convertirse en mentalidad habitual entre los propios cristianos.
De todas formas, ahí están los casos; un centenar o los que sean. Desde luego, siempre demasiados. Y, sin embargo, no deberían difuminar el heroísmo cotidiano de 25.000 sacerdotes y 50.000 religiosas, la mayor parte de ellos nativos, dispersos por todos los rincones de África. Los hemos visto al pie del cañón en la tragedia de los Grandes Lagos, curando a los enfermos del Ébola, o restañando las heridas provocadas por odios ancestrales. Y es que sigue siendo verdad, en términos históricos y por lo tanto contrastables, lo que ya dijo San Pablo: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
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