conoZe.com » Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2007

El extraño derecho a matar

Juan Pablo II Magno, en su Carta Encíclica Evangelium Vitae, dejó dicho que se hace necesario respetar «el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término» y que cada ser humano tiene derecho a «ver respetado totalmente este bien primario suyo» (EV 2)

Pero, antes de eso, Pablo VI, en su Carta Encíclica Humanae Vitae dice que «En cuanto a los «medios» para la procreación responsable, se han de rechazar como moralmente ilícitos tanto la esterilización como el aborto» (HV 14)

Por lo tanto, queda claro que no es posible amparar, bajo ningún punto de vista, el caso, eminentemente inmoral, del aborto.

Pero, como el ser humano es reincidente, sobre todo en lo malo, últimamente, ha vuelto a saltar a la actualidad este tema tan alarmante. Como no es de extrañar, el sentido de esta vuelta al presente es puramente político pues, al parecer, en Navarra se está utilizando este tema del asesinato de seres humanos como bandera de presión en el Parlamento de esa Comunidad Autónoma.

Y la verdad es que resulta bueno, aunque esto pueda parecer una monstruosidad, que por motivos como el citado antes tengamos que plantear, replantear, este tema tan difícil de comprender para un ser humano. Aunque sea por egoísmo, la perpetuación de su especie ha de ser, además de mandato divino, obligación primera de cualquiera.

Al menos, en España y cada año, se producen unos 100.000 abortos. Esta cifra, que supone por sí misma, algo tremendo y sobre lo que habría mucho que decir, supone, dicho pronto, que cada doce meses dejan de existir, de vivir, de estar entre nosotros el número de personas que poblarían una ciudad bastante notable, de las que no hay muchas en España. Y esto no es, sin embargo, lo peor a pesar de que sea muy grave.

Muchas veces se utiliza el aborto como tema a traer a la discusión política como si de lo que se tratara fuera de decidir sobre por dónde va a discurrir una carretera o si se aprueban o no ciertos impuestos. La falta de humanidad de los que así piensan es notable y da qué pensar a quienes creemos que la vida humana, y la dignidad que la conforma no pueden ser objeto de trato como si de algo negociable se tratara.

Muy bien dice la Instrucción sobre el respeto a la vida humana naciente y la dignidad de la Procreación (Donum Vitae) que «El ser humano ha de ser respetado como persona desde el primer instante de su existencia». Por eso no se puede admitir, sin manifestar la más enérgica protesta (es el mínimo derecho que nos queda) por el hecho de que se pueda vincular determinados beneficios para nadie, llevar a cabo un aborto y mucho menos cuando se utiliza tal acto, deplorable para la una mentalidad humana que se tenga por digna, como arma electoral.

Sin embargo, con ser esto muy difícil de entender, lo que es menos digerible es lo que, en sí mismo, supone este crimen contra la humanidad concentrado, su ejercicio, sobre aquellos que son más vulnerables pues, evidentemente, no puede defenderse un feto de los instrumentos que le van a causar la muerte.

¿Quién puede arrogarse el derecho a matar?

A parte del Estado en el ejercicio del mismo, en casos muy determinados y sólo en algunas naciones, nadie puede utilizar eso que deja de ser derecho para ser abuso (y esto es lo contrario de un uso legítimo de lo que es justo) para, sea cual sea la intención, acabar con la vida del nasciturus. No es que no se pueda acoger a los determinados «casos establecidos en la legislación» (excusas nada más) pues si está establecido así es evidente que, legalmente, puede hacerse uso de los mismos sino que, yendo más allá de ese sentido puramente rastrero de la comprensión de la Ley, el derecho que debe de prevalecer es el derecho, básico y humano, a la vida.

Ese supuesto derecho, el de matar mediante el aborto (hipócritamente llamado interrupción del embarazo) del feto que se merecía vivir, no puede ser atribuido a persona alguna. Sustituir, en el hecho de la creación (negándola) a Dios debería ser tenido en cuenta como actuación muy grave y algo que sería conveniente fuera reprochado a quien corresponda en cada momento que corresponda. Otra cosa es silenciar el grito del que ya no puede nacer porque ve truncada su existencia, muchas veces, por puras «razones» egoístas.

Y no se puede producir, por lo dicho hasta ahora, ese silencio voluntario de parte de los cristianos y, por ello, de los católicos. Por si tenemos alguna duda, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (en su número 231) dice, refiriéndose a las familias (pero extensible a cualquier persona individual, claro) que «Las familias cristianas tienen, en virtud del sacramento recibido, la peculiar misión de ser testigos y anunciadoras del Evangelio de la vida. Es un compromiso que adquiere, en la sociedad, el valor de verdadera y valiente profecía. Por este motivo, «servir el Evangelio de la vida supone que las familias, participando especialmente en asociaciones familiares, trabajan para que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que la defiendan y promuevan» (en palabras, las últimas, de Juan Pablo II, en su Carta Encíclica Evangelium Vitae, 93)

¿Cabe, pues, algo sobre lo que sostener el inexistente derecho a matar al que no ha nacido?

En este caso particular, ha sido en la Comunidad Foral de Navarra donde ha surgido el tema, de nuevo, porque al parecer en aquellas tierras de España, existe un muy alto número de médicos que se oponen a practicar abortos.

Quizá si nos ponemos a pensar por qué en el resto de España no se producen polémicas como ésta llegaremos a la terrible conclusión que hiela la sangre en las venas: se ha asumido el aborto como algo normal y eso, se diga lo que se diga, no puede ser bueno para la salud mental de una nación. Mucho menos para su futuro.

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