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El cristiano y la soledad (II)

Solitario, en un sentido corriente, es un hombre que se aparta de los demás hombres. El hombre se cansa de la civilización y expresa su descontento refugiándose en la naturaleza. Pero esto no es más que una manifestación de la capacidad de apartarse del hombre. En medio de la cultura, el hombre sigue siendo capaz de ponerse aparte, y cuando la cultura, en vez de ser una superación es un marasmo, pierde su virtud de ser continente en la vida y pierde su capacidad de amparara a los espíritus. Los espíritus se repliegan en búsqueda del lugar natural perdido. De este modo, su rebeldía no es sino una forma de expresar el deseo de poseerse a sí mismo, cansado de la inflación académica y separándose, se recobra. La historia puede concebirse pendularmente. En rebeldía con la naturaleza, el hombre se aferra al espíritu, pero en cuanto el espíritu se manifiesta opresoramente, se vuelve de nuevo a la naturaleza.

Las sociedades o grupos humanos, organizándose, tienden a dar seguridad al hombre y excluir el riesgo de soledad para los individuos. Pero, esa seguridad así creada, suele convertirse en pobreza de inventiva. Las sociedades humanas que no son abiertas, viven bajo la amenaza de la disolución. La buena salud intelectual y espiritual del hombre, dista por igual del conformismo que de los cambios bruscos o revolución. Una autenticidad ética no es compatible con el legalismo ritual. Cierto grado de voluntad creativa es distintivo del hombre. Los grandes hombres no fueron espíritus conformistas, tuvieron espíritu de protesta y anhelos redentores. El aburguesamiento es el peor ambiente para la grandeza moral, entendiendo como tal el que proporciona un cuadro de normas fijadas, funcionalizadas, empobrecedoras del patrimonio creativo del hombre. El hombre verdadero es el que vive una actitud disponible, fuera de lo rutinario y convencional, en manos de una vocación y responsabilidad personales. La vida merecedora de vivirse hay que concebirla como un compromiso, no como confort. La paz no es del que la soporta sino del que la conquista.

La dignidad espiritual hace al hombre solitario, pero su condición de tal le exige ser solidario. La existencia queda así dominada por esta tensión. Emerson habla de la necesidad de aislamiento que el genio siente. El genio es hijo del retiro, la meditación y la perseverancia, y no es afecto de la suerte o de la inspiración. Edison observa humorísticamente que el genio es noventa y nueve por ciento transpiración y un uno por ciento inspiración. Cuando a Newton le preguntaron cómo había podido descubrir los principios mecánicos del universo, contestó: «dándole vueltas en la cabeza día y noche». Pero si Edison y Newton hubieran sido divertidos camaradas, amigos del baile o de tertulias, no tendríamos hoy sus inventos. Ciertas calidades humanas fecundan sólo en el silencio y en la soledad. Ninguna isla descubrió Colón más solitaria que él mismo. Los espíritus superiores fueron siempre, en un sentido o en otro, desterrados, y las grandes obras de arte o literatura, fueron producidas en ese ambiente de exclusión y destierro.

Sin embrago, el hombre sin la sociedad se encuentra indigente. Las artes y las instituciones son para su espíritu tan necesarias como el vestido y el confort para el cuerpo. Sin soledad no se entra en el reino del hombre, y en soledad hay peligro de encierro y asfixia. El hombre es una criatura desdoblada, es el solitario que necesita del prójimo, pero también requiere pensar a solas

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