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En busca de la felicidad

Aunque el mundo gire, y la gente con él, existe una especie de vértigo existencial, que envuelve al desprevenido, al incauto. Lo deja mareado y desorientado, y camina vacilante sin rumbo. O con destino provisorio con el carácter de endeble y ficticio. Se quiere la felicidad, palabra y verdad tan anhelada, pero buscándola no se la encuentra.

Y el mundo es un muestrario de lo que verdaderamente representa. Copia imperfecta de lo infinito y de lo interminable, de lo inconmensurable. El placer no puede ser «la» felicidad: no deja la alegría alojada en el corazón. Una cosa es el placer, deleitable pero con final, y otra muy distinta es la alegría, que anida en el espíritu, en el alma del hombre para hacer morada permanente.

Por eso es que vivir para el placer produce tantas insatisfacciones: ni de lejos colma el anhelo del alma humana. Empieza y con el mismo ritmo y velocidad termina. Y cuando se disfruta un placer, el cuerpo pide más; se le da más y aún así permanece insatisfecho. El placer es bueno y Dios quiere que así sea, pero en su justa medida y orden. Aún el más goloso tiene un estómago limitado por cuestiones biológicas: lo que ingiere nunca puede ser mayor que el tamaño de su cuerpo, es lógico. Por eso, el placer no colmaría nunca el ansia de trascendencia. Es un simple medio para el fin.

Y la cuestión del tiempo impide la felicidad completa. El tiempo lleva en su definición un principio y un fin. Se desean cosas, sueños, realizaciones. El tiempo pasa y demuestra muchas veces que lo que se desea está bien lejos de lo verdaderamente posible. Llegan las frustraciones, los desencuentros entre imagen y vida, entre lo que se sueña y lo que se puede.

Cuando el mundo está lleno de imperfecciones por la propia limitación del hombre, revestido de un carácter finito pero llamado a la trascendencia, entonces se comprende, por simple lógica, que la felicidad perfecta, la que no acaba nunca, aquí no se encuentra. Debe venir de fuera necesariamente. Es Dios. ¿O acaso encontraremos lo perfecto en lo imperfecto?

Cuando se comprenden y se asumen las limitaciones, se dejan de lado muchos problemas existenciales comunes y uno baja el nivel de exigencia propia y para con los demás. Empieza a comprender que no hay que esperar tanto de los seres queridos, que simplemente quieren pero a su manera, imperfectamente. Que aman con todo su corazón pero con fallas y torpezas, pero sin quitar el mérito de su amor. Y lo mismo sucede con cada uno de nosotros pero a la inversa.

Cuando se entiende que la felicidad completa en este mundo es imposible, uno se disculpa un poco más y se porta mejor consigo mismo. Cuando gracias a la fe comprendemos que sólo Dios basta y colma, dejamos de lado metas esencialmente materialistas y paganas y nos concentramos en lo verdaderamente importantes, que es el amor al prójimo y a través de él, a Dios.

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