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Jesús también dio las llaves a Benedicto

Muchas de las tergiversadores teorías sobre la existencia, misma, del cristianismo se remontan a los tiempos en los que un maestro de la fe caminaba por los caminos de Israel transmitiendo lo que decía era el cumplimiento de la Palabra de Dios para que, efectivamente, se cumpliera aquello que el pueblo elegido por Yahveh tenía como obligación primera; se remontan, decimos, para tratar de enturbiar la existencia de Cristo y, si es posible, hasta negar la resurrección, causa y motivo de nuestra Fe.

Pero el Santo Padre, Benedicto XVI, ha conocido, conoció, a otro Cristo, al Jesús real, el que tragó polvo por los caminos de Galilea y no el que se «casó» (¿?) con María Magdalena; el que, sin dejar escrito nada ha pasado al presente, a lo largo de algunos miles de años, como el transmisor de una doctrina que, en los Evangelios se muestra clara y plena de esencia divina.

Así, cuando se dice que Jesús entregó las llaves del Reino de Dios a aquella persona que le negó, Pedro, puede dar la impresión de que, en cuanto persona concreta, su mensaje lo dejó dicho pero que transmitirlo al futuro dependía sólo del hombre. Una persona de carne y hueso, Cefas, iba a hacer, por así decirlo, de correa de transmisión de un mensaje que no era, o no consistía, en abolir la ley de Dios sino, como sabemos, en darle su cumplimiento, en darle plenitud (Mt 5, 17)

Ese cumplir la Ley de Dios supone, sobre todo, el seguimiento de Aquel que había venido a hacer efectiva la letra de la norma divina pues, como bien dice Ratzinger-Benedicto XVI, esto supone «la reivindicación evidente de estar al mismo nivel que el legislador, a la misma altura que Dios»[1] . Y esto, que, evidentemente, suponía, y supone, un escándalo para el pueblo judío que había estado haciendo de la Ley de Dios un objetivo, a cumplir, en su vida, y existencia pero que, de ninguna de las maneras, se había entendido en plano de igualdad con el Creador, es lo que Cristo, hijo de Dios y, también hermano nuestro, entrega a Pedro y, a través de los siglos, al actual Santo Padre porque el Papa además ha entendido, a la perfección, lo que esto significa.

Por eso, cuando en su libro Jesús de Nazaret, citado ya, Ratzinger-Benedicto XVI, nos presenta a un Jesús persona que no por eso deja de ser Dios, no hace más que cumplir con el encargo que el Emmanuel diera a Pedro: lo que ates... Pero, sobre todo, responde a una voluntad que ya expresara en respuesta a una indicación de Peter Seewald recogida en el libro Dios y el mundo[2] y que es que «Dios se dirige en Cristo a las personas, adapta la palabra a sus gustos, la traduce en lo que la persona vive y reconoce, en lo que estructura su vida cotidiana, de forma que, merced a lo superficial y cotidiano, consigue acceder y percibir lo esencial».

Estas palabras, proféticas en cuanto transmiten lo que al cabo de los años Benedicto XVI nos dice en su primer libro no dogmático publicado desde que fuera elegido Papa, vienen a ratificar eso de que Jesús también dio las llaves a él mismo en el sentido que se quiere apuntar aquí: Pedro, primer Pontífice de la Iglesia Católica no es, sólo, eso, sino que supuso, para la historia de la humanidad, el primer eslabón de amor y comunidad cristiana que ha confirmado el actual Santo Padre.

No exageramos nada al decir que el Jesús que mira y reconoce Benedicto-Ratzinger es un profeta que toca tierra, que no se deja vencer por la mundanidad de su época, que no se deja arrebatar por las tentaciones del Maligno en el desierto, por sus engaños, por las asechanzas de los que buscan errores teológicos (los de entonces y los de ahora) en sus actos, conversaciones y sermones.

Ese Jesús que sufre, que convence a quien tiene el corazón abierto y que «vivió conforme a la Ley y a los Profetas en su conjunto»[3] (como hemos dicho antes con palabras nuestras) es el mismo que, a través del tiempo ha dado a «este humilde trabajador de la viña del Señor» como él mismo dijo en su primera aparición tras su elección, la posibilidad de responder «casi impaciente, con palabras que Jesús le arrancó: «Jesús, tú lo sabes todo, y ya sabes que te amo»[4]. Sin embargo, esa impaciencia de Pedro, que muy bien recoge Giovanni Papini, no es la que tiene quien necesita ser perdonado a toda costa porque su corazón, perturbado por las negaciones, le pide y exige, sino la de quien, en la seguridad de su Fe, siente la urgencia de transmitir lo que sabe que es bueno para el hombre.

Hay que reconocer, en esto, que Benedicto XVI no tenía, al menos en eso, esa naturaleza miedosa que Pedro manifestó en los momentos más terribles de acusación por la que pasó Nuestro Señor en su Pasión. Y aunque hay que entender las circunstancias por las que pasaban los discípulos de Cristo en aquellos momentos, quizá, en ese sentido, las llaves del Reino que le fueron entregadas en esa primavera romana habían abierto, ya, su corazón.

En esto, francamente lo decimos, se nota el paso de estos 2.000 años... pero para bien.

Notas

[1] Jesús de Nazaret. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Editorial La Esfera de los Libros. Página 132.

[2] Dios y el mundo. Una conversación con Peter Seewald. Publicado, en España, por Galaxia Gutenberg, de Círculo de Lectores. Lo aquí transcrito aquí se encuentra en la página 229.

[3] Jesús de Nazaret. Página 387.

[4] Jesús de Nazaret, de Giovanni Papini, página 159.

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