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Vuelta al cole

Arranca el nuevo curso y con él la polémica. Donde no faltan profesores la escasez de aulas obliga a alojar a los alumnos en barracones, la asignatura de Educación para la Ciudadanía tiene cada vez más objetores, los «comisarios lingüísticos» vigilan los recreos en los colegios catalanes, el nivel de exigencia desciende y el fracaso escolar es una realidad preocupante para todos aquellos que nos sentimos parte responsable de la educación en este país.

A pesar de todo, este panorama educativo no nos debería llevar al pesimismo. Al contrario. Ser conscientes de las dificultades no nos puede impedir, nuestros hijos tienen derecho a ello, que nos planteemos nuevos objetivos a conseguir este curso y que nos ilusionemos en poner todos los medios a nuestro alcance para lograrlos.

Por lo tanto, como un buen comienzo es la clave del éxito, no resulta nada baladí la siguiente reflexión: ¿somos conscientes de que la educación es un arte fundamental para la felicidad social, es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos» como decía Thomas Sowell? ¿Pensamos que la educación no solo sirve para adquirir conocimientos y crear profesionales competentes, sino hombres y mujeres con valores, ya que una sociedad que se permite vivir sin valores esta irremediablemente abocada a la penuria moral?

Porque si esto es así, los padres y profesores, que vamos a moldear el destino de nuestros hijos durante los próximos nueve meses, tenemos una gran responsabilidad. Hacer de nuestros jóvenes unos ciudadanos responsables, justos, coherentes, trabajadores y solidarios es un reto ilusionante.

Nuestra obligación —junto a los profesores— es actuar de tal forma que les mostremos el camino y les llenemos la mochila con los bártulos necesarios para ponerse en marcha, para sortear los obstáculos, para que se esfuercen por lo que vale la pena esforzarse, precisamente porque vale la pena. Hacer que nuestros hijos sean más justos, más generosos, más humildes, más comprensivos, más cariñosos... es parte del trato.

Y nuestros hijos - que tienen el privilegio de poder aprender- deben seguir el camino mostrado, apoyados en nuestro ejemplo y sabiduría. Sabemos que no es tarea fácil. Pero como dice David Isaac en su libro La educación de las virtudes: «Si nuestros criterios —lo más valioso que tenemos— son buenos y los vivimos congruentemente no hará falta «convencer» a los hijos. Se tratará, más bien de dejarse ver, exigir y orientar.»

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