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Camino de alta montaña

Se está haciendo eco de una llamada superior a manifestarnos lo que él ha descubierto

La aparición de Jesús de Nazaret, el libro de Benedicto XVI sobre la vida de Cristo, constituye un acontecimiento cultural de primera magnitud. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero en algunos casos resultan inevitables. Después del tedio provocado por el alud de esa infraliteratura pseudomedieval con la que nos han golpeado las mentes; tras las agresiones a Jesús, a la vida eterna, a Dios mismo, intentadas repetidas veces con tan poco rigor y tan escasa sustancia; al cabo de semejante programa de colonización mental, llega por fin el aire limpio, el ejercicio intelectual de gran estilo, la iluminación fascinante del rostro del hombre que es el Hijo de Dios.

En cada párrafo de su primera entrega acerca de la vida de Jesús, Benedicto XVI sintetiza con nitidez y claridad largos e intensos años de reflexión, de investigaciones y de lecturas minuciosas, un temple científico poco frecuente en esos libros de no ficción que, por algún pintoresco conducto, llegan a nuestras listas de bestsellers. Pero, sobre todo, cada capítulo, cada parágrafo, es original y originario, nada previsible, en absoluto consabido. Siempre a la luz de la tradición bíblica, los gestos de Jesús de Nazaret adquieren un significado hondo y coherente, con un trasfondo de misterio que invita el lector a continuar su recorrido por las bellísimas páginas de este libro, aunque con el temor de llegar fatalmente a su final. Se trata, efectivamente, de una de esas obras que uno no quisiera que se acaben. Sólo hay una advertencia que hacer: para los no especialistas, resulta preferible dejar la lectura del prólogo para el final.

Si tuviera que elegir un capítulo especialmente brillante y conmovedor, me encontraría en un aprieto, porque ninguno tiene desperdicio. Mas si me apuraran a escoger, me inclinaría por el que trata de las tentaciones de Cristo. Allí se encuentra una respuesta a las inquietudes de quien se pregunta por qué ese hombre que es Dios no cortó el nudo gordiano del mal, que se manifiesta hasta nuestros días en el rechazo del que él mismo y su Iglesia son objeto. ¿Por qué no permitió, de una vez por todas, que se desvelara el misterio tras el que parece continuar ocultándose? El teólogo Ratzinger nos hace ver que estas pretensiones son precisamente las del tentador. Y yo me acordé de la novela de Bruce Marshal, El milagro de San Malaquías, en la que el portento de trasladar instantáneamente un cabaret escandaloso desde Edimburgo a una isla lejana no convierte a ninguno de los que allí iban de orgía en orgía. Jesús no pretende el triunfo terreno, no apoya ninguna ideología, no avasalla a nadie. Se ofrece por nosotros hasta el extremo de su amor. Y espera una respuesta libre. Su camino no es el del poder ni el del dinero. Es un «camino de alta montaña», más exigente, pero incomparablemente más incitante. Se toma absolutamente en serio a cada mujer y cada hombre, por los que entrega su propia vida.

El libro de Benedicto XVI es mucho más que una apología. No trata de convencer a quien no crea que Jesús es el Verbo encarnado. Pero se niega a reducirlo a un genio religioso, a un revolucionario social, a un moralista liberal. En todo caso, el Nazareno no aparece como una figura condescendiente y tranquilizadora, que nos ofrece un Reino en el que se sintetizaran los ideales de lo políticamente correcto. No viene a traer una paz light, sino que predica la violencia que cada uno de nosotros se tiene que hacer a sí mismo para no herir nunca a los demás, para ponerse del lado de los pobres y no dejarse engatusar por los poderosos. Compromiso nada fácil, todos lo sabemos, pero en el cual nunca nos encontramos solos, porque él es el Pastor que vela continuamente por sus ovejas.

Estamos ante la sencillez de la verdad. La adhesión de Benedicto XVI a ella es insobornable. Ni una sola vez escamotea las dificultades que se oponen a sus interpretaciones. Resulta impresionante su capacidad de hacer avanzar hacia el presente una memoria bíblica cuyos sentidos profundos se van clarificando a lo largo de la historia, como John Henry Newman comprendió. Es una tradición que se está cumpliendo. Por eso el Reino de Dios se halla siempre más cerca. Joseph Ratzinger demuestra poseer una larga paciencia intelectual, que va dando cada vez frutos más sazonados. Aunque se presenta en este libro como doctor privado y no como Pontífice, parece que se está haciendo eco de una llamada superior a manifestarnos lo que él ha descubierto y ahora nos expone desde su alto Magisterio.

El mejor intelectual del actual momento histórico ha llegado a saber, a través de una prolongada tarea de investigación y estudio, de Palabra y de Pan, lo que ningún otro sabe hoy de manera tan amplia y cumplida. Su sabia narrativa nos permite aspirar a situarnos allí donde él ha llegado. A nuestra disposición se encuentra un regalo de incalculable valor.

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