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Hambre de pan y libertad

Como buen cristiano, el Papa Juan Pablo II comprende bien los límites inherentes a cualquier institución, sistema o plan que pretenda combatir cualquiera de las caras que adopta el mal en este mundo. De hecho, éste es un misterio con raíces muy profundas, y sería ingenuo (cuando no presuntuoso y violento) pensar que la aplicación de una serie de reglas podría desentrañarlo de la faz de la tierra.

El hambre en el mundo es una de esas lacras de las que la Biblia dice que ?claman al Cielo?, entre otras cosas porque no es imputable a causas inexorables, sino también a la injusticia y a la maldad, que tienen detrás protagonistas concretos y no sólo estructuras o mecanismos que funcionan mal.

En un reciente discurso a la FAO, el Papa ha subrayado (en primer lugar, y no después de otras consideraciones) que ?la primera causa de las carencias alimentarias son las guerras y los conflictos internos?, y ha destacado el estrecho vínculo que existe entre la solución de este problema y la cuestión de la libertad y la responsabilidad. ?Liberar del hambre quiere decir también liberar de la guerra?, ha repetido el Papa, evocando la antigua tradición litúrgica de la Iglesia que asocia la enfermedad y el hambre a la guerra.

A continuación el Papa afirma que la superación del hambre y de la inseguridad alimentaria, ?no depende simplemente de una mayor producción de alimentos?, y recuerda que ?en el mundo habría comida suficiente para todos si se distribuyera de modo adecuado?. Son dos afirmaciones claras y difícilmente rebatibles por cualquiera, además de no estar en contradicción con nada de lo anteriormente dicho.

La solución del problema del hambre depende de muchos factores políticos, culturales y económicos, pero se presenta en este minuto concreto a miles de personas concretas, con la consecuencia trágica de la degradación y la muerte. Por eso mientras denuncia la corrupción, la tiranía y las falsas ideologías que imperan en gran parte de la geografía del hambre, el Papa alienta un compromiso que responda aquí y ahora a la tragedia de cada persona. Por eso no pueden despreciarse, con formulaciones miopes, las acciones contra el hambre que llevan a cabo muchas organizaciones (y entre ellas, pioneras, las de la Iglesia) para alimentar a quienes son víctimas en el día a día, de procesos sobre los que no son capaces de intervenir.

No sé cuánto tiempo pasará hasta que muchos países africanos vean saneadas sus instituciones políticas y dispongan de una sociedad civil capaz de tomar las riendas de sus propios destinos: empujar en esa dirección es una grave responsabilidad de Occidente, pero también lo es, y mucho, tratar de impedir la catástrofe humana de millones de personas a causa del hambre.

En fin, si algo no tiene que demostrar Juan Pablo II, es que no hace guiños al partido de la cultura única ni juega a lo políticamente correcto.

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