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Hablar bien

Se ha vuelto costumbre, en algunos ambientes, la crítica constante y sonante al prójimo. La crítica negativa se ha convertido en deporte popular y tantos los medios de comunicación como la gente misma se apresuran, en más de un caso, a juzgar, sentenciar y condenar sin siquiera tomarse el trabajo de corroborar datos, hechos y realidades.

Toda persona tiene derecho a la buena reputación, salvo que su conducta no la merezca. Es una irresponsabilidad muy grande emitir juicios condenatorios sin pruebas, sin testigos, sin nada. Todos juzgan a todos menos a ellos mismos, autor de este artículo incluido.

Hablar bien de la gente que uno estima y nos cae en gracia es una tarea bastante sencilla. Pero la sabiduría y la hombría de bien reside precisamente en destacar virtudes, gestos y valores en aquellos que, por diversos motivos, no nos caen tan bien. Es muy fácil alabar a quien nos alaba, pues de alguna manera nos sentimos correspondidos en nuestro deseo. Pero no es tan sencillo ser dueño de tal actitud cuando quien obra con perfección no es santo de nuestra devoción, por decirlo de una manera vulgar.

Es costoso destacar las obras de bien en quien creemos que hace todo mal, o distinto según nuestro modo de pensar. Se suele creer, erróneamente, que admitir algún rasgo de perfección en los excluidos de nuestro amor y nuestra caridad, significa un retroceso en nuestro escalafón social o en nuestro ideario interior.

La crítica sistemática, casi por costumbre, es tremendamente injusta. En primer lugar, porque así como cada uno observa cosas criticables en los demás, de la misma manera, esos «demás», hallarán en nosotros tal vez aún más material objeto de crítica severa. En segundo lugar, no somos nadie ni tenemos los elementos de juicio suficientes, por lo general, para estar sentenciando al prójimo que no resulta agradable a nuestro paladar intelectual. Muchas veces, esa crítica, es señal certera de un pobre examen interior, de poca introspección, de poca reflexión.

Tomarse la costumbre de hablar bien de los demás, aún cuando tuviéramos elementos para hacer lo contrario, es señal de que uno encuentra su lugar en el mundo: un hombre o mujer que día a día luchan por superar sus defectos y no se creen superiores en nada a los demás. La crítica negativa destruye, desarmoniza y crea resentimientos inútiles y venenosos, que perduran por mucho tiempo y son tremendamente difíciles de borrar.

San Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, escribió en uno de sus libros de meditaciones, «Camino», lo siguiente: «Si no sabes alabar, cállate». Buena idea... ¿no?.

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