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Escribir es vivir

Plasmar en el papel la propia vida implica volverse sobre sí para encontrarse. Resulta una herramienta útil para conocerse y obtener de esas experiencias el aprendizaje necesario para el futuro, no sólo de uno mismo sino de otros que puedan acercarse a la lectura de nuestro relato de vida.

El pensamiento es algo que a los seres humanos nos sale o nos pasa —como el pelo o la maduración sexual— independientemente de nuestra voluntad: no pensamos como queremos. Sin embargo, en el desarrollo del pensamiento tienen un papel muy relevante el entorno social, la lengua y el ambiente en el que acontece el crecimiento de cada persona.

El horizonte de la vida se ensancha por medio del estudio, la conversación, la lectura, el cine y el arte, pero en particular se enriquece mediante la escritura de aquellas cosas que interesan o inquietan. La maduración personal puede lograrse indudablemente de muy diversas maneras. La que quiero alentar en estas líneas es el crecimiento en hondura, en creatividad y en transparencia que puede ganarse si se aprende a expresar por escrito la reflexión sobre la propia vida.

Para comenzar a escribir

Para todos aprender a escribir es aprender a pensar y aprender a articular pensamiento y vida. Sin duda, este proceso de aprendizaje a través de la escritura ocupa toda la vida, pero pueden distinguirse etapas o actividades diversas que faciliten su aprendizaje.

Coleccionar textos que llegan al corazón

Lo decisivo no es que sean textos considerados «importantes» sino que nos hayan llegado al fondo del corazón. Después hay que leerlos muchas veces. Con su repetida lectura estos textos se ensanchan, y nuestra comprensión y nosotros mismos crecemos con ello.

Lo más práctico es anotarlos a mano, sin preocupación excesiva por su literalidad, pero sí indicando la fuente para poder encontrar en el futuro el texto original si lo necesitamos.

Me parece importante huir de los temas «importantes» y centrarse en los que realmente a uno le importen: las relaciones afectivas, el estilo de vida, el desarrollo de las propias cualidades, las discusiones a nuestro alrededor, los conflictos en los que nos vemos involucrados, las aficiones; en resumen, todos aquellos temas que nos afectan y que queremos comprender con más claridad.

Escribir a partir de esas palabras

También puede ser útil abrir una página de curiosidades, cosas o dichos que llaman nuestra atención, o palabras sueltas que queremos estudiar más despacio, metáforas o imágenes que nos han gustado. Los escritores somos coleccionistas de palabras. «Una palabra viene a ser como un agujero: se entra por la palabra y si se quiere no se sale y desde dentro se ve lo que hay afuera, como desde dentro de un agujero, como si fuera un catalejo y lo que se ve fuera es un paisaje perfectamente circular. Cada palabra está llena de palabras, al mismo tiempo que vacía para entrar más fácilmente. De las palabras es de lo que más me fío, porque son cuevas con pasadizos que las comunican casi a todas».[1]

Estas colecciones de textos en torno a temas que nos interesan, leídas y releídas una y otra vez, pensadas muchas veces, permiten que cuando uno quiera ponerse a escribir, el punto de partida no sea una estremecedora página en blanco, sino todo un conjunto abigarrado de anotaciones, consideraciones personales, imágenes y metáforas. La escritura no partirá de la nada, sino que será la continuación natural, la expansión creativa de las anotaciones y reflexiones precedentes.

Para la exploración vital

Los seres humanos no poseemos una facultad de introspección, no tenemos una mirada interior que nos otorgue un acceso privilegiado a lo que nos pasa. Aunque a primera vista esto parezca extraño, todos tenemos experiencia de que a menudo aprendemos sobre nosotros escuchando a los demás, a lo que ellos dicen de nosotros o incluso de sí mismos.

Cuando tratamos de mirar dentro de nosotros a solas, nos vemos siempre como algo terriblemente misterioso y opaco, en conflicto cada uno consigo mismo, en tensión permanente ante deseos opuestos y objetivos contradictorios. Una manera de crecer en esa comprensión personal se encuentra en el esfuerzo por expresar por escrito esas contradicciones, experiencias, estados de ánimo y afectos.

Por eso, una tarea de singular importancia en la vida es la articulación narrativa de la propia biografía, tanto de la vida pasada como de la proyección imaginaria en el futuro de las más íntimas exploraciones vitales. Esta es la manera en que se abre la vía para llegar a ser el autor efectivo de la propia vida.

Imaginación: el «ábrete sésamo»

El «ábrete sésamo» de la escritura se encuentra muy probablemente en la imaginación (en su exploración y en su explotación), de forma que se vuelque en la escritura literaria o en el desarrollo efectivo de la capacidad de compartir ese manojo de ideas, afectos y sentimientos que cada uno es.

De un lado, están las imágenes pasadas que constituyen nuestra memoria biográfica. Recuérdese el maravilloso consejo de Rilke al joven poeta: «sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana; describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo. Si su vida cotidiana le parece pobre no se queje de ella. Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a los sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su atención».[2]

Se enriquece la propia biografía

Mediante la escritura puede ganarse además el control expresivo de zonas de la memoria o de los afectos que a veces no se sabe cómo compartir porque no se ha trabajado lo suficiente sobre su forma adecuada de expresión. Los seres humanos necesitamos contar nuestra vida a los demás, pero como muchas veces no sabemos contarla, aprendemos a hacerlo escribiéndola. Así se enriquece la propia biografía con recursos expresivos que permiten compartirla con otros.

En otros casos, más que la propia biografía, lo interesante son quizá las imágenes del futuro, los proyectos, los sueños, los anhelos más profundos: ¿qué me gustaría hacer a los 40 años?, ¿qué me veo siendo o haciendo a determinada edad? Este es un campo magnífico para comenzar a escribir, para descubrir el valor de la escritura como articulación creativa de sentir y pensar. Además proporciona pistas bastante fiables para acertar en la orientación personal.

El futuro está en el corazón y en nuestras manos

Frente a quienes dicen que el futuro está en nuestras manos, suelo pensar que el futuro está sobre todo en el corazón o en la imaginación, que se presenta bajo dos formas: pre-sentimientos y previsiones, corazonadas e ilusiones. Pero luego pienso que sí, que el futuro está en nuestras manos —en lo que escribimos— si el corazón y el trabajo por expresarse les dan vida para describir bellamente todo aquello que somos capaces de imaginar, como dejó anotado Friedrich Schlegel en Sobre la filosofía (1799) «Vivir es escribir».

Una parte importante del trabajo de quien comienza a escribir consiste en descubrir o forjar metáforas creativas, enriquecedoras, que ayuden a comunicar mejor lo que se quiere decir.

«A todo comienzo le es inherente un encanto que nos protege y nos ayuda a vivir» hace decir Hermann Hesse a uno de sus protagonistas.[3] Efectivamente, cuando se comienza a escribir no se sabe a dónde se va a terminar. Lo que sí se sabe es que la experiencia se ensancha, que se enriquece el vivir.

Grafomanía y grafoterapia

Ayuda bastante a comprender un problema, sea de la naturaleza que fuere, intentar describirlo de forma sumaria por escrito. Por de pronto, describir por escrito el problema en que uno está metido alivia mucho la tensión interior. Además, muy a menudo, una buena descripción del problema suele sugerir las vías de su posible solución. Esto es así en muchas áreas técnicas, pero en especial suele ser de extraordinaria eficacia en el riquísimo y complejo mundo de las relaciones personales.

Ante una situación de incomunicación, de incomprensión o de malentendidos en el ámbito profesional, familiar o social, la descripción por escrito de ese problema nos ayuda ya a comprender mucho mejor, y sobre todo a entender el papel de uno mismo en esa situación y el que puede asumir para su posible transformación.

Contar historias

Isak Dinesen escribió que todas las penas pueden soportarse si se cuenta una historia acerca de ellas[4] Quizá por esa razón sea una escritora tan grande. Pero además, la escritura es terapéutica porque nos sirve para domesticar el problema que nos tenía atenazados. Escribiéndolo ya no es el problema el que nos domina, sino que somos nosotros quienes al plasmarlo sobre el papel, lo delimitamos y lo hacemos manejable. Hay algo, quizás inconsciente, que nos sugiere que si puede ser escrito puede ser controlado. Y, aunque el problema continúe sin solución, nos resulta menos problemático y por eso nos parece más fácil comenzar a buscar el modo de resolverlo.

Los psicólogos recomiendan a veces esta técnica empelando para ello la fea palabra de «grafoterapia» aunque quizá muchos de ellos no sepan que la escritura con carácter terapéutico aparece ya en los autores cristianos del siglo IV, concretamente en la Vita Antonii de San Atanasio y en Doroteo Gaza.[5]

Como una carta a un amigo

Lo más difícil, como en casi todo, es comenzar. Una técnica de éxito comprobado para empezar a escribir sobre un problema que tenemos o una cuestión que nos preocupa, es la de comenzar como si se tratara de una carta a un amigo en la que le contamos un asunto que nos inquieta, o en otras ocasiones, como si se tratase de un escrito de protesta razonada que elevamos a la autoridad competente. Lo más práctico es comenzar incluso poniendo, «Querido NN: Te escribo esta carta para contarte...». Después de anunciar la finalidad de nuestro escrito habrá que describir con cierto orden y concisamente la cuestión de que se trate.

Muchas veces el orden mejor es simplemente el cronológico. En todo caso, conviene explicar con claridad y sencillez las razones que avalan la propia posición, al mismo tiempo que se intenta dar cuenta de las razones que esgrimen en su favor quienes defienden posiciones distintas a la nuestra y de por qué estas últimas nos parecen insuficientes.

Muchas veces no se llegará luego a enviar la carta al amigo ni la protesta a la autoridad. Ni falta que hace, pues con seguridad se habrá logrado el efecto buscado principalmente que era la mejor comprensión del asunto y el alivio de la preocupación. En todo caso, si se desea efectivamente enviarla, es prudente esperar por lo menos 24 horas y volver a leerla al día siguiente antes de cursar la carta o la protesta.

Diarios, cartas y textos por «encargo»

Para quienes necesitan escribir y no saben qué o no tienen dónde, puede resultar un buen espacio creativo el llevar algo así como un diario. La expresión romana «nulla dies sine linea», empleada en su ex libris por Viollet-le-Duc como invitación a dibujar cada día, puede animar también a quienes aspiren a desarrollar hábitos literarios. Se trata de un género en desuso y quizá poco cultivado.

Para quien no ve el caso a llevar un registro pormenorizado de los incidentes cotidianos de su vida, sí que puede, en cambio, facilitar mucho su creatividad personal el ir anotando en una libreta o cuaderno sus reflexiones u ocurrencias casuales, una detrás de otra, sin más título quizá que la fecha en que las escribe. Un diario así no ha de tener un carácter confesional e íntimo, sino sobre todo una pretensión literaria. Su redacción ha de estar movida por un esfuerzo creativo y comunicativo que permitiera, si llegara el caso, su lectura por otros.

Conviene aprovechar las ocasiones que brinda la vida de relación social para aficionarse a escribir cartas. A mucha gente le resulta una tarea odiosa. A mí, me encanta recibir cartas, no sólo por la atención o afecto que significa el que a uno le escriban, sino sobre todo, porque disfruto luego contestándolas. Los escritores, que de ordinario vamos mendigando lectores, tenemos en el género epistolar un campo privilegiado para nuestro trabajo. Cada carta que uno escribe es una estupenda ocasión de disfrutar tratando de producir un texto en el que se articulen, si fuera posible hermosamente, experiencias y razones.

La comunicación epistolar es una mezcla singular de la narración de la propia experiencia —que mediante un denodado esfuerzo por alcanzar transparencia en la expresión se desea compartir— y de la sugerencia de interpretación mediante nuestro artificio. Una ventaja de las cartas frente a otros géneros literarios es que su redacción ha de estar presidida por una finalidad comunicativa: lo más importante es que quien reciba nuestra carta entienda con claridad lo que queremos decir. Pero además, sirve para expresar gozo, consuelo, afecto o estímulo y volcar un poco nuestra interioridad. Como escribió Pedro Salinas, quien «acaba una carta sabe de sí un poco más de lo que sabía antes; sabe lo que quiere comunicar al otro ser».[6]

En la lucha íntima contra la soledad, la correspondencia habitual con personas a las que apreciamos resulta un medio formidable para el ensanchamiento personal. La naturaleza afectuosa de esta correspondencia puede llegar a alcanzar una insospechada profundidad, pues quizá su distensión en el tiempo y su natural lentitud eliminan las fuentes de conflicto que tantas veces se dan en el trato cara a cara.

Además de lo que escribamos por gusto, para nosotros o para otros —reflexiones, diarios, cartas— las circunstancias profesionales o sociales nos obligarán con frecuencia a escribir «de encargo», por obligación. Desde la biografía breve que se pide en una solicitud, hasta el resumen de un proyecto, pasando por una reclamación, una carta comercial, o cualquier otra colaboración escrita que alguien requiera de nosotros. Cuidar esos encargos es tratar de convertir cada uno de ellos en una obra de arte, al menos una obra del mejor arte del que cada uno de nosotros sea capaz dentro del tiempo disponible en cada caso.

Tome las riendas

El aprendiz progresa cuando centra su atención en tres zonas distintas de su actividad: espontaneidad, reflexión y corazón. Están las tres íntimamente conectadas entre sí. Quizás esto se advierte mejor en su formulación verbal activa: decir lo que pensamos (espontaneidad), pensar lo que vivimos (reflexión), vivir lo que decimos (corazón).

Esas tres áreas pueden ser entendidas como tres ejes o coordenadas del crecimiento personal. Podrían denominarse también: asertividad, que es el trabajo sobre uno mismo para ganar en protagonismo del propio vivir: es independencia afirmativa, confianza en las propias fuerzas, conocimiento de la potencia del propio esfuerzo; creatividad, que es el esfuerzo por reflexionar, por escribir, por fomentar la imaginación, por cultivar la «espontaneidad ilustrada»: lleva a convertir el propio vivir en obra de arte; y corazón, que es la ilusión apasionada por forjar relaciones comunicativas con los demás, para acompañarles, para ayudarles y sobre todo para aprender de ellos: el corazón es la capacidad de establecer relaciones afectivas con quienes nos rodean, relaciones que tiren de ellos —¡y de nosotros!— para arriba.

La espontaneidad es la esencia de la vida intelectual; requiere búsqueda, esfuerzo por vivir, por pensar y expresarse con autenticidad. «Hay sólo un único medio —escribirá Rilke al joven poeta—. Entre en usted. Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda». La fuente de la originalidad es siempre la autenticidad del propio vivir.

La subjetividad confiere vida a los signos y confiere significatividad a la expresión del pensar. Transferir la responsabilidad del vivir y el pensar a otros, sean estos autoridad, sean los medios de comunicación social que difunden pautas de vida estereotipadas, puede resultar cómodo, pero es del todo opuesto al estilo de una vida propia. Como escribió Gilson, «la vida intelectual es intelectual porque es conocimiento, pero es vida porque es amor». Transferir a otros las riendas del vivir, del pensar o del expresarse equivaldría a renunciar a esa vida personal, a encorsetar o fosilizar el vivir y a cegar la fuente de la expresión.

La espontaneidad se traduce en creatividad

El cultivo de un pensar apasionante alcanza su mejor expresión en la escritura. Es también la recomendación de Nilo de Ancira en el siglo IV: «es preciso sacar a la luz los pensamientos sumergidos en las profundidades de la vida pasional, inscribirlos claramente como en una columna y no ocultar su conocimiento a los demás para que no sólo el que pasa por casualidad sepa cómo atravesar el río, sino también para que la experiencia de unos sirva de enseñanza a otros de forma que todo el que se proponga llevar a cabo ahora esa misma travesía le sea facilitada por la experiencia ajena».

Además, poner por escrito lo que pensamos nos ayuda a reflexionar y a comprometernos con lo que decimos: «Escribir —dejó anotado Wittgenstein con una metáfora de ingeniero— es la manera efectiva de poner el vagón derecho sobre los raíles».

Cuando nos empeñamos en escribir nos transformamos en artistas -o al menos en artesanos- porque descubrimos que el corazón de la razón es la propia imaginación. La espontaneidad buscada con esfuerzo se traduce en creatividad, y la creatividad llega a ser el fruto mejor de la exploración y transformación del propio estilo de pensar y de vivir, del modo de expresarse y de relacionarse comunicativamente con los demás. Para quien aspira a una interioridad rica, la escritura es la expresión más genuina de su vivir.

* Las ideas que aquí apunto están tratadas más ampliamente en mi libro El taller de la filosofía. Ediciones Universidad de Navarra. 4ª ed. Pamplona, 2006.

Notas

[1] POMBO, ÁLVARO. Aparición del eterno femenino contado por S.M. el Rey. Anagrama. Barcelona, 1993. p. 98.

[2] RILKE, RAINER MARÍA. Cartas a un joven poeta. Alianza. Madrid, 1980. pp.25-26.

[3] HESSE, HERMANN. El juego de los abalorios. Alianza. Madrid, 1981. p. 425.

[4] Cfr. DINESEN, ISAK. Ehrengard. Anagrama. Barcelona, 1990.

[5] Cfr. HADOT, PIERRE. Philosophy as a way of life. Spiritual Exercises from Socrates to Foucault. Blackwell. Oxford, 1995.

[6] SALINAS, PEDRO. Ensayos completos. Taurus. Madrid, 1981. II, 233.

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