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Jovenes solidarios

Abrir el buzón y encontrarse una carta de alguien que te escribe es algo prácticamente inusual. Con las nuevas tecnologías, y en especial el gran uso dado a los e-mails, escribir una carta es una práctica ya casi extinguida. Sin embargo, hace unos días, recibí la que Álvaro me envió. Y me dio mucho que pensar. Copio una parte: «Estas semanas de vacaciones he estado colaborando como voluntario en un centro de atención a drogadictos y enfermos de sida. He visto dolor, desesperanza, abandono e incomprensión. He cambiado pañales, les he duchado, les he dado de comer... Al principio me costó, pero al cabo de unos días me di cuenta que estaba haciendo algo grande de lo que nunca me hubiera visto capaz de hacer. Ahora que ya terminé mi trabajo, he de decir que les echo de menos».

Como Álvaro, son muchos los jóvenes de hoy en día que se alienan en causas ajenas. Ahora, ante el dolor, ya no queda la palabra, como decía Blas de Otero. Eso es poco. Los jóvenes no sólo hablan, sino que también actúan. La solidaridad ha adquirido una trascendencia evidente en la sociedad actual. No hay duda que es una palabra positiva que transmite el interés por el bien de los demás. Engancha con facilidad a miles de jóvenes, tiene garra, y les encandila. Saben que con ella, prestan un gran servicio a la sociedad, a través de causas que no les pertenecen, pero que desde el momento en que se adhieren las adoptan como algo propio.

La globalización tendrá sus más y sus menos, pero es parte responsable de este sentimiento de apoyo y defensa hacia los más necesitados. Los niños muriéndose de hambre en países del tercer mundo, el terremoto que ha afectado a miles de personas en Perú, la guerra en el Medio Oriente... son hechos que ya no quedan lejanos. Acaban convirtiéndose en realidades tan cercanas a nosotros que, fácilmente, despiertan el interés de prestar ayuda.

El ser humano no vive aislado, estamos unidos aunque muchas veces no seamos conscientes de esta unidad de la que formamos parte. Entonces, cuando nace la solidaridad, la conciencia se despierta y brota la necesidad de hacerse visible en medio del sacrificio y del dolor ajeno. La verdadera solidaridad surge de la igualdad radical que une a todos los hombres. Y esta igualdad se deriva de modo directo de la verdadera dignidad del ser humano, sin que importe la raza, el sexo, la cultura ni el pensamiento político.

Aunque a veces se ha pretendido acuñar el término a otros tipos de ayuda, como la relación entre un ser humano y un animal, o con su entorno ecológico, el verdadero principio y fin de la solidaridad es, y será siempre, el ser humano.

En estos términos, la juventud actual ha sido capaz de descubrir este mensaje. Ha sido capaz de averiguar qué significa dar sin recibir nada a cambio, en ayudar sin que nadie se entere. Éste ha sido, quizás, uno de los grandes logros conseguidos: entregarse a una causa, siendo al mismo tiempo totalmente desinteresados.

Si el egoísmo es aislamiento, la solidaridad es unión. Merece la pena aprovechar esta oleada que ha irrumpido en la sociedad. Entendiendo que, en primer lugar, la solidaridad debe ejercerse en la propia familia, para dar paso posteriormente a la entrega a los demás. A veces causa dolor ver a quienes se entregan con pasión a causas externas mientras se olvidan de aquellos que les rodean.

Potenciemos y animemos las acciones solidarias. ¡Chapeau por los que han sido, son o serán jóvenes solidarios!

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