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Insultar a falta de deberes
Beatriz, colega de profesión y docente de secundaria, me llamó indignada. El episodio vivido a los pocos días de iniciarse las clases la tenía atormentada. Ella es tutora de 3º de secundaria, y además de sus clases de matemáticas, procura que sus alumnos trabajen y rindan al máximo de sus posibilidades.
A las pocas clases dadas ya empezó a advertir que algunos descuidaban con frecuencia el estudio y la realización de deberes. Al principio pensó que las advertencias serían suficientes para hacerles reaccionar. Algunos de ellos así lo hicieron, aunque con otros persistía la pachorra ante el trabajo escolar. El siguiente paso fue avisar a los padres a través de un comunicado. La mayoría trajeron la nota firmada, unos pocos no la habían enseñado en casa. Beatriz, consciente de la importancia de la comunicación con la familia, adoptó la decisión de llamar directamente a los padres de los que no tenían la nota firmada. Entonces se produjo el episodio. Uno de los chicos la increpó para que no llamara a casa. La profesora no cedió, y ante su insistencia, el desahogo del alumno fue atacarla verbalmente: «¡Puta profesora de mierda!».
Encontrarse ante tal escena, para un docente, no es nada agradable. Más cuando ésta se produce en público y ante el resto del alumnado. Entonces se produce una especie de pulso en el que hay que hacer valer la autoridad del profesor. Y siempre, en estos casos, sin perder los estribos ni la compostura. Con serenidad y aplomo, hay que actuar reconduciendo la situación del modo más adecuado.
Tal como se presenta el panorama educativo, podemos preguntarnos: ¿Y cuál es el modo de resolver un conflicto? Antes de llegar a una conclusión, conozcan cómo se desenvolvió el caso que nos ocupa. La profesora, como está previsto en estos casos, informó al Jefe de Estudios para que tomara las medidas oportunas. Entonces ya se planteó el primer problema: «¿Pero qué le has hecho para que te insultara de esta forma?». Pregunta sin malicia, pero que deja entrever una desconfianza hacia la noble actuación de la docente. Siguiente paso: preguntar al resto de la clase que presenció el hecho. Ante el sondeo del Jefe de estudios, respuestas de todo tipo por parte de los estudiantes: «Es que le tiene manía», «Es que tampoco hay porque llamar a los padres» «Es que nos exige que trabajemos mucho» «Es que no había tiempo para hacer tantos deberes, y claro, por eso no los hicimos...». Y así, entre tanto es que y tanta falsa excusa, la profesora se estaba convirtiendo en la mala de la película.
Insistiendo Beatriz en que había que tomar algún tipo de medida disciplinaria, razonando que su autoridad sino se vería mermada, se formó una especie de comité de convivencia para resolver la situación. Es decir, un grupo de chicos de la clase debían valorar si existía algún grado de culpabilidad por parte de quien había insultado. Tras varias entrevistas y reuniones, la conclusión final no tardó en llegar: Es que el chico no está motivado con las matemáticas, y claro, por eso no trabaja.
¡Claro! ¡Como no está motivado le da derecho a llamar puta a su profesora cuando le pide los deberes! Lo más grotesco vino con la entrevista del Jefe de estudios con la docente afectada. En más de media hora intentó hacerle ver que debía ser más indulgente, procurar hacer sus clases más atractivas y huir de todo aquello que la enfrente con sus alumnos. Conclusión: el chico se merece otra oportunidad, tienes que hablar con él y animarle positivamente para que trabaje.
De víctima a culpable, así es como se la hacía sentir a Beatriz, y así es como se les trata a muchos otros colegas del mundo docente. Si tu alumno no trabaja, no le exijas tanto. Si no presenta los deberes, sé más comprensivo. Si tu asignatura no la estudia, ingéniatelas para hacerla más atractiva. Y si llega un momento en el que te insulta, recógele rápido y pídele perdón por haberle provocado su ira.
¡Y cuidadín! ¡Ni se te ocurra mirarle con mala cara! No sea que se te presente el inspector y te sancione por tu falta de profesionalidad.
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