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¿A quién queremos engañar?

Entra en vigor un sistema educativo que no reconoce el mérito, ni el esfuerzo que no cree en la cultura

Nos aproximamos peligrosamente al año 2010, fecha en la que los Estados miembros de la Unión Europea, según se acordó en la Estrategia de Lisboa, deberán ver reducidas sus cifras de fracaso escolar a un 10%. La cercanía temporal de este objetivo y la imposibilidad manifiesta para cumplirlo por parte del España ha llevado a la ministra de Educación a adoptar medidas a la desesperada. La última de ellas ha sido, ante la absoluta perplejidad de padres y docentes, permitir que nuestros hijos avancen sin aprobar, se promocionen sin esfuerzo y pasen de curso sin merecerlo, aunque hayan suspendido cuatro asignaturas, sean éstas las que sean. Que dicha promoción automática vaya a beneficiar su evolución académica resulta difícilmente creíble desde una perspectiva realista y sincera. Antes al contrario, el chico aprenderá que no sucede nada por no estudiar; que de todas formas pasa de curso; que no es necesario esforzarse, estableciendo una curiosa e injusta igualdad entre el que sobresale y el vago. Con la aprobación de esta medida entra en vigor un sistema educativo que no reconoce el mérito ni el esfuerzo; que no cree en la cultura, el saber o el estudio; en definitiva, que ni educa, ni estimula, ni tampoco enseña a hacerlo.

Con la promoción automática, las cifras de fracaso escolar experimentarán un serio descenso. Quizás lleguemos a cumplir los compromisos adquiridos en Lisboa, pero estaremos estafando a nuestros alumnos. Hacer creer a un chico que se puede progresar sin esfuerzo es una mentira cruel que acabará por conducirle a la mayor de las infelicidades y frustraciones cuando se percate de que no se le ha preparado para superar los desafíos diarios. A estos alumnos que pasan sin pena ni gloria un curso tras otro, les espera, tras los muros del colegio, una realidad mucho más cruda porque nadie les preparó para salvar los obstáculos, aguantar las contradicciones o esforzarse por conseguir algo. Un sistema que deja a los alumnos avanzar «sin progresar», con falta de estímulo, de exigencia, de rigor, de trabajo y acaba produciendo jóvenes con una absoluta carencia de recursos personales para enfrentarse luego a la vida. Lo normal será que no puedan superar la más elemental de las frustraciones, porque no se les ha enseñado a ello. Harán muy poco y lo poco que hagan les costará un gran esfuerzo. Estaremos formando jóvenes sin voluntad, sin capacidad de trabajo, sin autoexigencia, sin sentido de la superación. Seres fácilmente maleables y vulnerables; «carne de cañón» para ideologías radicales y tiránicas, pues son incapaces de asumir el control de su propia vida.

Como señala el psiquiatra Rojas Marcos, está demostrado que los niños que confían en sus propias capacidades de superación persisten con más tesón cuando se enfrentan a problemas difíciles y tienen más probabilidades de solucionarlos. Además, tienden a recuperarse mejor de los golpes que la vida les pueda propinar y son más optimistas ante el futuro. La educación no consiste en darlo todo hecho al alumno sino, por el contrario, en que sea él quien supere las pruebas. No hay que conducir al niño sino mostrarle el camino y que él sea el dueño de su destino. Como dijera David G.Myers, «Bienaventurados aquellos que pueden elegir sus propios derroteros» (La búsqueda de la felicidad, 1992).

En los EEUU, en 1983, la Comisión Nacional de Excelencia en Educación publicó un informe sobre la situación escolar en el país titulado: «Una Nación en peligro». Este finalizaba con una cita de Paul Copperman: «Cada generación de americanos ha sobrepasado a sus padres en educación, alfabetización y logros económicos. Por primera vez en la historia de nuestro país, las habilidades aprendidas en la escuela por una generación no serán sobrepasadas ni alcanzadas ni igualadas, ni siquiera se acercarán a la de los padres». En España hace tiempo que estamos en esta situación con unas cifras de fracaso escolar y de abandono temprano de los estudios que causan escalofríos. Y realmente se puede hablar de una «Nación en peligro», de una España embrutecida. Hemos logrado marcar cifras récord en la reducción de los conocimientos de nuestros alumnos. Y hemos logrado una gran conquista social, que nuestros jóvenes de 16 años sepan bastante menos de lo que sabían antes a los 14. Todo ello en nombre de la igualdad y la equidad. Hemos conseguido algo realmente extraordinario, eso sí, realmente justo: enseñar nada a todos.

Es necesario que existan evaluaciones objetivas. No se debe tener miedo a las pruebas, a los suspensos y a las consecuencias de ésto; es decir, a los exámenes extraordinarios y si es necesario, a la repetición de curso. El alumno debe saber que sus actos y omisiones tienen consecuencias. En definitiva que su libertad genera responsabilidad.

Con la promoción automática lograremos presentar ante la Unión Europea unas cifras más elevadas de éxito escolar que apestan a mentira por el fracaso personal y existencial que esconden. Pero ahora en España, quizás más que nunca, sea plenamente aplicable el conocido axioma del poeta y filósofo asturiano Ramón de Campoamor: «En este mundo traidor nada es verdad, ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira».

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