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Acerca de la tolerancia

El hombre cabal no debe atemorizarse de que otros vean las cosas de distinta manera que él. No hay que medir a todos con la misma medida ni pretender que todos piensen como uno. Quien no tolera a los demás es un pigmeo. En la coexistencia generosa y serena se muestra la fortaleza de una persona. El que está seguro de sí mismo, se encuentra tranquilo en presencia de los demás y ciertamente, no se le ocurre pensar que todos deben ser como él. El que no reconoce a quienes son distintos, necesariamente adopta una de estas tres actitudes: oprime a los demás haciéndolos una especie de siervos; o él mismo se rinde sometiéndose; o se enfada y se mantiene lejos, criticando y no haciendo nada. Lo primero se llama violencia; lo segundo, servidumbre y lo tercero, fracaso.

Jamás se puede realizar una gran obra si no es acompañada por la disciplina en el obrar del hombre, si no se logra coordinar el parecer propio con el ajeno, y someterse a una determinada dirección. Es cierto que a lo largo de la historia se han llevado a cabo obras importantes bajo la esclavitud o la coacción —como por ejemplo, las famosas pirámides de Egipto— pero quien tiene ojos para ver se siente horrorizado de tanta sangre, desesperación y violencia que clama al cielo, sepultado en esa obra. ¡Cuántas obras de nuestra época son como aquellas y no obstante resultan una abominación ante Dios! Ante Dios es grande sólo lo que procede de la justicia y del respeto a su imagen, que es el hombre. La verdadera virilidad no está en los puños, sino en el carácter; y quien viola la justicia, no es tan solo un delincuente, sino, en el fondo, también es un hombre débil, por más que se las dé de fuerte.

Todos debemos tratar de ser objetivos con nuestras opiniones; de no ver las cosas únicamente desde nuestra propia y restringida perspectiva, sino desde el todo, desde diferentes ángulos. Uno debe tener convicciones firmes, pero siempre se puede aprender algo de los otros, de tal manera que uno sigue su camino inflexiblemente pero respetando la opinión ajena.

Pero... ¿qué hacer cuando se está convencido de que el otro no tiene razón? ¿y cuando se ha intentado poner en claro el asunto y la persona en cuestión no lo entiende? Aquí, entonces, no queda más remedio que la sana lucha, pero siempre con armas limpias. No rebajar al adversario, ni calumniar, ni denigrar, sino respetarlo. Es la ocasión de medir las fuerzas propias. Nos obliga a un examen más profundo acerca de nuestras aspiraciones, para que puedan resistir las pruebas y nos pueda situar en el ambiente propio del hombre, que es la lucha.

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