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Una oposición reveladora
La oposición del gobierno francés a que se incluya en la futura Carta Europea de Derechos Humanos una mención a la herencia religiosa de Europa causa menos asombro por su sustancia que por su argumentación: según el gabinete Jospin, le sería imposible firmar dicho texto porque iría contra el carácter laico proclamado por la Constitución gala.
Las instituciones jurídico-políticas de cualquier régimen se basan sobre una cultura, es decir, sobre una base de valores compartida, que condensa las principales certezas sobre la vida que ha podido alcanzar una sociedad. Según el ministro francés de Asuntos Europeos, "el fundamento de la República francesa es la libertad, la igualdad y la fraternidad", pero no nos explica el significado de esas palabras, ni su raíz cultural profunda, ni se arriesga a remontar el río de la historia para reconocer de qué modo han ido arraigando los valores que ellas significan en la conciencia del pueblo francés. Como buen jacobino, el ministro Moscovici tiende a la abstracción: somos una República laica (¡faltaría más!), luego no podemos reconocer el humus cristiano en el que se han cultivado durante siglos los valores republicanos, y al que por cierto les conviene volver si no quieren sufrir un desfondamiento dramático. De hecho, resulta patético el silencio de la Carta a la hora de definir los "valores comunes" en que se fundaría el futuro de Europa.
Oponerse a mencionar la herencia religiosa (judeo-cristiana) de Europa en este texto demuestra algo más que ignorancia histórica. Revela que no estaban desencaminadas las reservas que han expresado ya algunos episcopados europeos sobre ciertos aspectos del mismo, por ejemplo los que se refieren al reconocimiento de la dimensión social e institucional de cualquier confesión religiosa.
Al gobierno francés de "izquierda plural" le pasa lo que a tantos otros por estos pagos: confunde laicidad (que por cierto, es un fruto maduro de una sociedad de antigua tradición cristiana) con laicismo, que es una forma añeja de confesionalidad del Estado. Brindo por el estado laico, en el que cada grupo puede expresar y vivir su propia identidad cultural y religiosa, pero me asusta un laicismo que llega hasta el ridículo de negar lo obvio.
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