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Transgresores de salón

Sin lo que el artista tiene de transgresor no habría proceso creativo verdadero». «La creación artística es ante todo -antes que estética- libertad». «La obra de arte no solo no tiene nada que ver con la moral, sino que es precisamente ésta uno de sus mayores obstáculos».

Estas son las ideas principales del artículo respaldado por un conjunto de heterogéneos firmantes en el que, con categoría de 'Tribuna', se replicaba hace unos días en este periódico a una carta abierta publicada poco antes, también en este medio, suscrita por varios profesores universitarios, ante lo que estimaban grave ofensa a sus convicciones religiosas, y las de otras muchas personas.

¿Trangresor el verdadero artista? ¿De qué? ¿Del buen gusto? ¿De la estética? ¿De la armonía creativa? ¿De los cánones artísticos? ¿De los principios de la convivencia social? ¿Del respeto a los demás? ¿De la recta conducta personal? ¿De la higiene mental? ¿De las leyes de la gravitación universal?... Pobre artista aquel cuyos méritos resultan tan solo los de la transgresión de la moral, cuyo nombre ha de cimentarse en la ofensa a otros.

Pese a su aparente modernidad dichas ideas son ya viejas, pues corresponden al 'Manifiesto Futurista' de Marinetti. El nihilista y luego fascista (seguidor de Mussolini) que a principios del siglo XX propugnaba una rebelión universal basada en «la exaltación del movimiento agresivo; el insomnio febril; el salto mortal, el bofetón y el puñetazo; la glorificación de la guerra como higiene del mundo; el desprecio a la mujer; la destrucción de los museos, las bibliotecas y las academias de todo tipo, como cosas obsoletas; y el combate contra el moralismo y el feminismo» (sic. Filippo Tomasso Marinetti. Manifiesto Futurista, 1909 )

La referida carta inicial se lamentaba de una exposición de fotografías realizada por un artista libertario bajo el impulso y patrocinio de la Universidad de Extremadura, cuyos contenidos resultaban, a juicio de los firmantes, no ya contrarios al más elemental buen gusto, sino ofensivos para las creencias religiosas de muchas personas, por la burda burla de la Iglesia católica que representaba y, en consecuencia, actividad impropia de una institución universitaria, sede, teóricamente, de la excelencia y el rigor.

Los contenidos de la muestra comentada, muy en la línea de un autor significado mucho más que por sus logros en la sublimidad de lo estético, por la acentuación de su agresividad transgresora, siempre basada en la recurrencia enfermiza de lo sexual -quizá porque en los tiempos que corren es más facil lograr cierto eco por lo segundo que por lo primero- resultan ciertamente discutibles, pues atentan frontalmente contra hondos sentimientos y creencias de amplios sectores de la sociedad, entre los que me encuentro. De ahí mi participación en este asunto. Sentimientos y convicciones que, al igual que la libertad creativa en el artístico, también merecen el respeto debido, no solo a los principios de la ética sino a los legales que contempla nuestro ordenamiento constitucional de no atentar contra las ideas de los demás.

En el conocido grabado 'El sueño de la razón produce mostruos', ya advierte Goya -que no era artista conservador ni conformista, precisamentre- a qué grados de aberración puede conducir al hombre el apartamiento de la razón y el recto pensamiento. Y cómo, si se limita a moverse bajo la inspiración solo de los impulsos más primarios, sus acciones pueden llegar al mayor extremo de la degradación y el horror.

La razón del arte es únicamente la aspiración a lo sublime. Apartarse de tal objetivo para discurrir por el camino de la 'transgresión' sólo conduce, o a la inanidad de obras que a fuer de rompedoras no pasan de ser flor de un día, aplaudidas sólo por los abanderados de las progresías más radicales, o a la degradación por el camino de la transgresión y la ofensa. Como la de aquel Eróstrato que, a falta de otros méritos, trató en la Grecia del siglo III a C. de perpetuar su nombre incendiando una de las maravillas del mundo antiguo: el templo de Diana en Éfeso.

En tales casos el arte deja de ser arte para convertise en instrumento de finalidad política, filosófica, económica, de respuesta a frustraciones personales, o lo que sea, pero no artística. Por eso suele ser, de ordinario, un arte apoyado y subvencionado por ciertas instancias políticas.

Pese a todo, tanto el autor de la exposición tan gravemente ofensiva contra la Iglesia católica y las convicciones de sus seguidores como sus heterogéneos defensores, seguro que continuarán afirmando que lo suyo es sólo un ejercicio de libertad artística, y tachando a los que se han sentido, no escandalizados, sino atacados en sus creencias, de moralizadores y defensores de un arte acomodaticio y domesticado.

Pero seguro también que el trangresor, que aquí y ahora se sabe impune, no hace una exposición con los mismos contenidos, pero referidos a Mahoma y el islam. Ni sus defensores publican tales obras en las revistas que dirigen. Porque en el primer caso se juegan, no la discrepancia en plan civilizado, sino problemas mucho más graves. Y en el segundo, el pan nuestro de cada día. Y eso son ya cosas serias, que los trangresores de salón no suelen poner en juego.

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