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Un velo de discriminación
Cuando las concepciones de la realidad se confunden entre sí suele pasar que lo que es fácil de entender se transforma, mediando la política, en un batiburrillo difícil de presentar. Con el tema del supuesto multiculturalismo (nosotros creemos que sólo hay una cultura y es la cultura de los hijos de Dios) el velo islámico ha venido a demostrar, de nuevo, que cuando se trata de imponer, vía decisión administrativa, la igualdad intrínseca (inexistente) entre las religiones, el resultado que, a la fuerza obligada, se obtiene sólo puede ser el que es: una falsedad sostenida con ánimo verdaderamente discriminatorio.
En casos tan importantes como el del velo islámico resulta necesario poner, en lo que se dice, el cuidado más exquisito para que nadie pueda llevarse a engaño y pueda tomarse por ataque a la religión de Mahoma lo que es plasmación de la realidad y no se vea lo que sucede tras lo que, aparentemente, es el respeto de un deseo.
El Versículo 34 de la Azora IV del Corán dice algo que debería ser significativo para todos aquellos que hacer pasar por normal lo que no lo es. Dice que «los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos más que otros y porque ellos gastan parte de sus riquezas a favor de las mujeres».
A parte de la consideración económica algo extraña que recoge este texto sagrado islámico, lo bien cierto es que muestra, bien a las claras, una concepción algo arcaica de la mujer.
Puede decirse, sin embargo, que la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento (o Antigua Alianza) también muestra, en algunas ocasiones, a la mujer en inferioridad con relación al hombre. Sin embargo, decir esto, sin nada más añadir, sería, en primer lugar, no reconocer el cambio que produjo la venida de Jesús y, sobre todo, no darse cuenta que, desde entonces, el cristianismo ha asumido la doctrina de Cristo y, por tanto, los derechos humanos, también los de la mujer, han venido a más y mejorado en mucho y, sobre todo, no ver (hay que estar cielo para eso) que en el Islam todo sigue igual. O casi igual.
Aquí, pues, es donde lo cubre todo un velo de discriminación.
Sin embargo, no nos encontramos ante un problema de simple uso de una prenda de cabeza, pues de ser así nada de esto tendría sentido sino del significado que ese pañuelo pueda tener para la mujer musulmana que es lo que, en realidad, está en juego.
Cuando los multiculturalistas y partidarios de esa extraña alianza de civilizaciones pretenden que se use el pañuelo, obligando, en este caso, a un centro escolar de Cataluña, a que se admita a una niña que acudió a clase ataviada con el «hiyad», lo que en realidad pretenden es hacer (eso creen ellos) que cualquier símbolo religioso puede ser admitido.
Nada más lejos de la realidad.
Cuando se pretende equiparar, por ejemplo, el hecho de llevar un crucifijo, un rosario o, por ejemplo, una estampa de algún santo o beato con el portar el pañuelo musulmán se quiere, sin duda, aguachinar el sentido de la Fe católica minusvalorando su sentido al decir que, al fin y al cabo, cualquier creencia religiosa tiene el mismo valor. Grave error es esto porque mientras que el crucifijo o la estampa suponen un recordatorio de la Fe para sostenerse en ella, el llevar el pañuelo, para una mujer musulmana, significa mucho más.
Por ejemplo, tiene un sentido negativo para el hombre. Esto lo vemos, claramente, cuando en la Azora XXIV, La luz, aleya 31 se dice que «Y di a las creyentes que bajen la vista con recato, que sean castas y no muestren más adorno que los que están a la vista, que cubran su escote con el velo y no exhiban sus adornos sino a sus esposos, a sus padres, a sus suegros, a sus propios hijos, a sus hijastros, a sus hermanos, a sus sobrinos carnales, a sus mujeres, a sus esclavas, a sus criados varones fríos, a los niños que no saben aún de las partes femeninas. Que no batan ellas con sus pies de modo que se descubran sus adornos ocultos. ¡Volveos todos a Alá, creyentes! Quizás, así, prosperéis.»
De aquí podemos entender, sin mediar mucho la imaginación, que la ausencia de algún tipo de prenda que cubra ciertas partes femeninas puede excitar al hombre por un extraño sentido de la incontinencia sexual. Aquí, por tanto, se hace de menos a la mujer pues se supone que la que no lleve esa prenda lleva escrito en su cara una promiscuidad evidente cuando lo cierto no es eso, precisamente.
Pero, además del sentido claro de la Azora IV citada arriba también se utiliza el pañuelo como oposición a la civilización occidental al afirmar, así, la ortodoxia musulmana. Por eso, cuando se oye, o se lee, que la autorización del uso del velo en los centros educativos supone mayor libertad para todos se incurre en el error de entender aplicables las ideas propias, cristianas, a las ideas musulmanas cuando es, precisamente, al revés lo que se pretende: que la costumbre islámica se imponga a la cristiana pues sabido es que el contenido intrínseco del uso del pañuelo es muy diferente del mero hecho de portar símbolos o signos católicos.
Si, en un principio, quizá se empezó a utilizar el pañuelo para diferenciar a la mujer musulmana de la que no lo era, lo bien cierto es que, con el paso del tiempo, sino desde el principio mismo, el sentido cambió. Atendiendo al famoso diálogo entre Mahoma y Omar, su cuñado, según la cual el segundo le dijo al primero que era conveniente que las mujeres se cubriesen del modo más conveniente para que no pudieran «ser reconocidas y confundidas con esclavas o las mujeres de costumbres libres», lo correcto es entender, aquí mismo se dice, que el pañuelo, diferencia, por decirlo así, «clases de mujeres»: las islámicas y las demás, que sin pañuelo, velo o lo que sea que se utilice, tienen la consideración (eso querrían ellos) de esclavas o «mujeres de costumbres libres» (expresión que no sabemos, exactamente el sentido que tiene en el Islam pero que, a todas luces, se refiere a mujeres públicas).
Esto es, evidentemente, un ataque en toda regla a los valores cristianos pues no se trata, simplemente, de dejar llevar algo puesto en la cabeza o que cubra el rostro; se trata de establecer una superioridad de base entre la mujer musulmana y la que no lo sea. Esto es algo impropio de un sistema de derechos mínimamente admisible.
Por otra parte, en una web musulmana hemos recogido esto: «En una sociedad que sin ninguna vergüenza expone el cuerpo y la intimidad de una mujer públicamente, donde la desnudez de algún modo simboliza la expresión de la liberación femenina y donde los hombres llevan a cabo sus más depravados deseos sin ningún límite, cuesta poco entender por que muchas mujeres musulmanas deciden llevar el hiyad, o velo».
Si alguien es capaz de no ver, no de imaginar sino de no ver, a simple vista, toda una serie de prejuicios contra el hombre y contra la mujer en este texto, que puede ser expresión particular pero seguro generalizada en el mundo musulmán, que apoya de tal forma y con tales arcaicos razonamientos, es que está preparado, ese alguien tan comprensivo con cosas como éstas, para ser absorbido por una forma de pensar políticamente correcta y dispuesto, también, a ser, a marchas forzadas, islamizado.
Y es que alguien acuñó el término de «Eurabia». En Cataluña, aunque sea una pequeña parte del continente europeo, ha comenzado ese proceso de dominio de una religión sobre otra.
El que tenga ojos para ver, que vea.
Del director
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