James Matthew Barrie

James M. Barrie

James Barrie, un hombre que nunca sobrepasó el metro cincuenta de estatura y que pocas veces estableció largas conversaciones con adultos, nació en Escocia un 9 de mayo de 1860. Se crió en el seno de una familia acaudalada, entre 9 hermanos más y un padre sumamente trabajador pero distante, David, y una madre, Margaret Ogilvy, que cambió radicalmente cuando David hijo murió cerca de cumplir los catorce años cuando patinaba en un lago congelado. La trágica desaparición del hijo predilecto trajo consigo períodos de intensa depresión y angustia, donde Margaret permanecía horas y días en su habitación sin querer recibir a nadie y esperando el regreso de su hijo fallecido.

James, que veía la consternación de su madre, procuró desde entonces complacerla imitando a su hermano en todo lo que estuviera a su alcance, hasta el punto de vestir con sus mismas ropas e imitar grotescamente todos sus gestos y costumbres. Pero este proceder, lejos de devolver la alegría a su madre, la sumió en una depresión aún mayor.

Desterrado del cariño de madre y prácticamente olvidado por su padre, que se dedicaba principalmente a sus negocios, James prefirió desde siempre la compañía de niños, aún mientras fue un adulto. Le temía a la vejez y al paso del tiempo; no quería saber nada con crecer y sumarse al mundo adulto. Estaba obsesionado con la obligación de casarse, no lo quería, aunque después lo hizo y su matrimonio fue un rotundo fracaso, ya que terminó en divorcio.

Tres compañías fueron las que más disfrutó durante su vida: la de los hermanos Llewellyn Davies, uno de ellos llamado Peter, nombre del cual, según se cree, se inspiró para su famoso relato: Peter Pan, terminado por el año 1904. Y la tercera compañía fue una niña de 4 años que murió a los 6, extremadamente dulce, en quien Barrie se inspiró para crear a su personaje «Campanita», el hada diminuta de Peter Pan.

Esta obra mundialmente reconocida y representada en todas partes del mundo, fue una proyección perfecta de su ser interior: un niño que nunca quiso crecer, aspirante de la eterna niñez. El mismo Barrie diría en el libro sobre su madre Margaret Ogilvy: «Nada pasa, después de los 12 años, que importe mucho».

Aunque murió de una neumonía a los 77 años, Barrie sufrió en carne propia la muerte de muchos seres queridos: su madre, su padre, su hermano, sus amigos más conocidos e incluso, la muerte de la pequeña niña, que lo trastornó severamente por lo inesperado.

Le encantaba jugar al cricket. Llegó a formar un equipo propio para competir en torneos oficiales e incluso llegó a ser camarada de otro gran escritor, tal vez más reconocido que él, Arthur Conan Doyle, el mismo creador del mítico Sherlock Holmes.

Hombre profundamente silencioso, pero afectuoso a la vez, fue reconocido como un importante escritor cuando de joven comenzó a publicar pequeños relatos en diarios locales. Pronto le llegó el reconocimiento, pero continuó con su estricto mutismo y siguió siendo una especie de niño adulto: «El horror de mi infancia es que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería renunciar a mis juegos y eso me parecía intolerable. Resolví seguir jugando en secreto».

Y fruto de ese secreto, de permanecer niño siendo adulto, con inteligencia madura pero con una gran capacidad de amor y de amistad con los más pequeños, nació su obra maestra, la que reunió su experiencia de vida y su inocencia, su esperanza en la lozanía de la niñez y al mismo tiempo, la crueldad de los momentos difíciles de la vida.

James Barrie murió en Londres en 1937.

Recomendamos de James Matthew Barrie

  1. Peter Pan: aunque hay varios libros de su autoría con este personaje, en todos ellos el mundo de la niñez y de la inocencia es retratado con suma perfección, producto de una vivencia directa e intensa.
  2. Calle Quality: Obra teatral que retrata el ambiente de la época del autor.
  3. Margaret Ogilvy: una biografía acerca de su madre, terminada de redactar apenas un año después de la muerte de ella. Aquí retrata sus impresiones, sus angustias y su relación, tormentosa por momentos, con su madre.

Por Mariano Martín Castagneto

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