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Aires de renovación

Hace ya varios siglos, se viene repitiendo que «hay que adaptar la doctrina católica a nuestro siglo». ¿Será esta nuestra tarea? Creo que nuestro deber es a la inversa, que debe ser adaptarnos a la verdad de Dios. La verdad del Señor permanece para siempre. Los santos, que fueron al mismo tiempo unos gigantes del pensamiento, fueron fuentes vivas entre lo antiguo y lo nuevo. Son el tronco estable del árbol que se renueva, dando hojas y frutos nuevos. Toda reforma auténtica comienza ahondando en las raíces, no matándolas.

Como las raíces están bajo tierra, la verdadera reforma comienza en el silencio, respetando lo que hay, para provocar los nuevos gérmenes que darán nuevos frutos. Sin estabilidad orgánica, sin continuidad, no hay vida. La sangre nueva solo sirve cuando se une a la sangre vieja. Es siempre una vida renovada, un renacer.

Dios creó una sola vez la vida. A nosotros nos toca continuarla. La fidelidad a la tradición es la ley primera de la auténtica cultura del espíritu. Y... ¿qué es la tradición? Es lo estable, que nos ha entregado Dios, que lo han tomado los espíritus nobles para asimilarlo y que luego han transmitido a los demás. Ocurre lo mismo en la vida física que con la intelectual y la espiritual. Abrir una zanja, entre lo antiguo y lo nuevo, sin puentes, es romper el ritmo de la vida. Solo hace cultura y progreso quien une al fin con el medio y el medio con el principio, el fruto con la raíz. Muchos parecen haber olvidado estos principios elementales.

Nuestros principios cristianos son la creación, la revelación, la encarnación, la redención, la institución de la Iglesia y el Cuerpo Místico. El comienzo de Europa y el descubrimiento de América... ¿qué pensamiento tuvieron los que dieron principio a estas grandes cosas que llenan la historia? ¿Cuál es el sentido de estos hechos? ¿Podemos reformar si no los conocemos? ¿Y si no conocemos la forma original de estas instituciones?

Todo cambio auténtico debe partir de la visión del todo. El todo humano implica la historia, lo de hoy supone lo de ayer. La originalidad, dice Goethe, está integrada de pequeños elementos que hemos heredado o recibido de otros. Solo Dios es absolutamente original, porque sólo El crea. Los santos poseían esta cualidad, que es el equilibrio entre lo tradicional y lo nuevo. Por eso, fueron y serán en su tiempo los únicos renovadores.

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