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Los padres y maestros mejoramos junto a hijos y alumnos
En cualquier ámbito de las relaciones humanas pueden existir complicaciones, dificultades en el trato, incompatibilidades, egoísmos. También en lo que respecta a la educación familiar, es cierto que hay variables que pueden agudizar los problemas para seguir unas indicaciones consensuadas y exigentes. A veces, el problema viene con el especial carácter del padre, la madre o algún hijo, por lo que importa mucho tenerlos en cuenta. Reconozcamos que, para eso, también son un hándicap las ausencias del hogar o situaciones familiares de crisis. Asimismo, puede ser una gravosa rémora la sobreprotección, la falta de comunicación, la desunión de los padres en criterios básicos y la falta de tiempo real de trato, de convivencia, entre cónyuges y con los hijos.
Otro tanto puede ocurrir y de hecho ocurre, en los centros educativos, donde múltiples circunstancias de conflicto o la falta de determinación en aplicar las normas, pueden ser una negativa influencia para los alumnos. Y es que, observamos la tendencia de niños y mayores a escapar de la autoridad. Hay como una relación de amor-odio. No nos asuste, es cuestión de naturaleza humana. Pero, no caigamos en la imposición de unas maneras de conducta que sólo reflejen hábitos exteriores para hacer algunas cosas. En el hogar y en la escuela lo básico será el desarrollo de criterios propios para enjuiciar la realidad. Presentemos y expliquemos lo que principalmente niños y jóvenes deben hacer, con optimismo e iniciativa.
Los padres y educadores hemos de comportarnos de forma coherente con lo que exigimos. Somos modelo, queramos o no. Es habitual que hijos y alumnos nos prueben con su actitud y conducta. Quieren conocer hasta dónde pueden llegar y cómo reaccionamos los adultos. Urge saber qué decir y qué hacer. Importa tener ideas claras y buen humor. También, en muchas ocasiones, deberemos ser fuertes para no ceder sin necesidad.
Un medio oportuno y eficaz será la palabra, el poder comunicarse confiadamente las criaturas, con padres y profesores. Quien tiene autoridad debe, con constancia y sistemáticamente, encauzar esa sintonía hacia una doble actividad: la reflexión sobre lo que se está hablando y facilitar una posible intervención del hijo o alumno que seguro querrá expresar su propio pensamiento.
En todo caso, el mejor modelo educativo pasa por la combinación y equilibrio entre la exigencia que las chicas y chicos precisan para su madurez y la justa autonomía que es bueno concederles para su óptimo desarrollo. En esa sincera conjunción y esfuerzo se realizan y mejoran como personas, tanto quien educa como quien es educado.
También es verdad que, como antes recordábamos, sólo quien sabe ser exigente consigo mismo, puede exigir a los demás con eficacia. No estamos hablando de perfección sino de progreso, de lucha deportiva, contagiosa e ilusionante. Por ello, la obediencia de los hijos se complementa con la «honra» que los padres deben a los hijos. Es como un crecimiento y estímulo mutuos: Como dice un amigo, los padres y maestros mejoramos con la mejora de hijos y alumnos.
Es un trabajo de equipo. Es «una entrega sincera de la persona a la persona», como escribió hace años Juan Pablo II. Y eso, aunque la persona tenga cuatro, nueve o quince años. Dicha entrega produce «beneficios de ida y vuelta» y pone en valor a todos a la vez. Pues ¡ea!, a arremangarse tocan.
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