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El género que no genera
Tras la Conferencia Internacional sobre la Población de El Cairo, que se celebró en 1994 y con mayor presencia en la de la Mujer en Pekín al año siguiente, los conceptos sobre la llamada ideología de género se hacen presentes en los medios de comunicación, en los documentos oficiales de los Estados, de las instituciones, en el lenguaje social e, incluso, en modernas legislaciones de diversos países.
Hay quien ve los antecedentes de este movimiento ideológico y social en el libro 'El segundo sexo', de Simone de Beauvoir, publicado en la década de los cuarenta del siglo pasado, con mucha influencia en el Mayo del 68 y, en general, en los ambientes feministas extremados. Dicha corriente ideológica —que excede las posibilidades de poder exponerse en todo su desarrollo en este simple artículo— se sirvió de los feminismos radicales y de los grupos más extremistas, pero pretende ir mucho más allá en un 'calendario' que llegue al sumum de conseguir que los seres humanos no sean considerados distintos ni en su sexo, ni en sus funciones diferenciadoras. Es, pues, un sistema de ideas muy reduccionista o simplista, que parte de la consideración de un enfrentamiento esencial entre el hombre y la mujer y que desea una radical superación de esa pretendida bipolaridad entre los dos sexos; de un modo similar a como pretendieron también, con otras metas, las otras dos ideologías cercanas y fracasadas del siglo XX, que enfrentaron la pureza de la raza (aria) contra las demás o la lucha de clases.
Claro que Simone de Beauvoir tenía razón en alguna de sus tesis y la prueba es que el mundo más desarrollado ya acepta las diferentes funciones femeninas y masculinas como no determinantes, ni discriminatorias para las personas de uno y otro sexo. Pero de ahí a afirmar que los conceptos de hombre y mujer son inventos de las sociedades humanas a lo largo de los siglos para que unos sometan a otras es una reducción simplista y doctrinaria.
Un prejuicio ideológico que no es capaz de admitir la crítica, ni contrastar que la realidad de la naturaleza humana, que hace genética, hormonal, anatómica y psicológicamente distintos a los hombres de las mujeres y, por fortuna, para unos y otras. Lo que no significa en absoluto que sus diferencias tengan que servir para la discriminación ni el dominio, sino precisamente para la complementariedad y la sinergia. Complementariedad y sinergia que sirve para muchas cosas; entre otras, para una tan sustancial como hacer posible que la humanidad y el mundo sigan adelante. Es el sexo el que engendra (del latín ingenerare=crear, hacer nacer), no el género (del latín genus-eris=origen, raza), que es estéril.
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