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Clonación, ¿utopia o realidad?

Hay quien al acercarse a un espejo ha soñado con que su imagen tuviera vida y poder encontrar en ella otro yo, comprensivo, paciente, digno de confianza, con quien poder explayarse. También ha sido tema de novelas relatar que en el lado opuesto del globo terráqueo existe nuestro doble.

Desde la utopía el asunto resulta interesante y atractivo. Desde el punto de vista psicológico aparecen bemoles, nos gusta ser únicos y si con toda sinceridad lo pensamos, se desencadenaría una fuerte rivalidad con nuestro clon.

No nos gustaría que el pretendiente pudiera confundirse y cambiarnos, tendríamos que estar siempre en guardia para ganarle al otro los objetos preferidos, y mil aspectos más se podrían considerar. Aquí se esboza ya el punto de vista moral pues las relaciones más que amistosas seguramente pasarían a ser odiosas.

Sin embargo, el problema moral más grave está en que, la suposición con base en los avances científicos, haga a los investigadores creerse omnipotentes y moverse en un plano por encima del bien y del mal. Con tal suficiencia la elección seguramente inclina a experimentar con el fin de fabricar clones humanos. Para salir al paso y poner medios para evitar esta locura, viene bien reproducir la siguiente consideración de Jérome Leujene:

En el código de barras de cada uno de nosotros, en ese documento de identidad genética estrictamente infalsificable, y que llevamos siempre con nosotros, la mitad de las bandas son idénticas a las que encontramos en el padre, la otra mitad provienen de la madre.

Así, bajo nuestros ojos se manifiestan a la vez la originalidad de cada hombre y su verdadera filiación.

Estos códigos de barras podrán ser también leídos por un ordenador, como en un supermercado, sólo que la máquina jamás podrá marcar el precio de la vida humana.

Resumiendo en una sola expresión lo que Sabiduría e Inteligencia nos revelan acerca de nuestra humana naturaleza, se podría simplemente decir: ni cosa, ni animal, ni el cuerpo humano son disponibles.

So pena de reinstituir la esclavitud nadie puede explotarlo ni disponer de él [1].

Suponiendo que esos nuevos seres clonados fueran viables ¿cuál será su filiación? ¿Podremos pedir a los padres de la célula clonada que admitan como hijos a tantos y tantos seres que sean fruto de la experimentación? ¿O los adoptará el investigador? ¿O serán una nueva raza sin derecho a la paternidad?

Cuando hablamos con alguien en proceso de llegar a la madurez, una de las premisas que señalamos para alcanzarla es la capacidad de afrontar las consecuencias de los actos por realizar. En este caso, no viene mal recordarlo a los científicos.

Pero, dejemos las suposiciones y vayamos a los hallazgos científicos:

Hoy sabemos, gracias a Zurran, a Swain y a Holliday, que cada sexo marca con su «impronta» el ADN que transmite. (...)

El hombre subraya lo que permitirá la formación de las membranas y la placenta, y la mujer subraya las instrucciones que sirven para diversificar los tejidos necesarios en el embrión.

Experimentos en ratones han explicado de pronto una patología extraña que conocíamos en nuestra especie. Un óvulo fecundado que contenga sólo el mensaje masculino, aunque contenga un doble ejemplar para cada uno de los cromosomas, no es un ser humano.

Tal proceso no da lugar más que a pequeñas vesículas, pseudosacos amnióticos, lo que se llama una mola hidatiforme que puede degenerar en cáncer, el corio-epitelioma. Recíprocamente el huevo fecundado contiene únicamente el mensaje femenino, incluso al completo —con dos juegos de cromosomas- tampoco es un ser humano. En este caso se fabrican piezas sueltas: pelos, dientes, piel, no importa qué, pero sin sentido, sin puesta en forma alguna (es el quiste dermoide).

La «impronta» masculina y la «impronta» femenina son necesarias simultáneamente para la concepción del ser[2].

Aquí está la respuesta. Aunque, cuando el científico se llena de soberbia, ni esta evidencia lo puede detener pues es tal su necesidad de mostrar su superioridad que está convencido de encontrar el resquicio de excepción que le lleve a lograr lo no alcanzado hasta ese momento. Puede más la seguridad en sí mismo que la verdad científicamente mostrada.

Es cierto que cada vez se abren más espacios para intervenir y, también para modificar procesos naturales asociados con la vida, con resultados aún inciertos. Paralelamente, en las sociedades se multiplican las formas de marginación y exclusión al atropellar los derechos de los más frágiles y vulnerables.

¿Será toda esta locura porque rompimos la brújula de la ética? La respuesta es afirmativa, sin embargo, hay muchos repuestos de brújulas, sólo falta que reconozcamos el poder de la ética realista, distinta a las pseudo éticas planteadas por las utopías o por los intereses mercantilistas.

Volvamos a la cordura y resolvamos los problemas que nos competen como seres humanos que somos. Dejemos de sentirnos semidioses que para eso ya hay profusión de sueños en las mitologías.

Notas

[1] Genética, naturaleza humana y dones del espíritu, en «La Bioética: un compromiso existencial y científico. I. Fundamentación y reflexiones», Gloria María Tomás y Garrido (ed.), Universidad Católica San Antonio, Murcia, 2005, p. p. 18 - 19.

[2] Op. Cit. p. 25

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