Enemigos de la ciencia
El 90% de los científicos asegura que no ocurrirá la detención de la corriente cálida del Atlántico
Los nuevos sumos sacerdotes del cambio climático se permiten otorgar títulos o licencias de enemigos de la ciencia a quienes osan cuestionar las nuevas verdades reveladas por Al Gore y otros agoreros, que ni por asomo aplican un método científico para sustentar sus hipótesis (a veces tautologías).
Han encontrado un nuevo chivo expiatorio en Rajoy, que advirtió la dificultad de predicción a largo plazo y señaló que, aunque hay que estar muy atentos al cambio climático, no puede convertirse en el gran problema mundial. Tales declaraciones se han titulado: «Rajoy ignora el cambio climático». Nada más lejos de la verdad ni nada plasma mejor el uso interesado y retorcido, falseando la realidad, de la información.
Rajoy tenía toda la razón de fondo en lo que señaló sobre la falta de rigor y la escasa fiabilidad de los modelos matemáticos utilizados para realizar cualquier tipo de predicciones sobre el clima, especialmente a muy largo plazo como es el caso del cambio climático, así como la escasa fiabilidad de los supuestos en que se basan o el nulo conocimiento que los científicos tienen de cómo serán las condiciones económicas o los posibles escenarios contemplados en el futuro.
Sin embargo, las declaraciones de Rajoy fueron de una torpeza política sin igual por querer ironizar sobre un asunto de importancia y envergadura, como es la protección del medio ambiente, dejando en manos de sus adversarios políticos la exclusividad de la defensa del ecosistema cuando por experiencia sabemos que son los regímenes totalitarios (incluidos los comunistas) los que menos atención o cuidado prestan al medioambiente, siendo en sistemas libres y democráticos y mediante la propiedad privada que se vigila más por el sustento y reposición de los recursos naturales. O va a resultar ahora que la masiva tala de bosques en Europa en los siglos XVI y XVII se produjo bajo un sistema libre y de mercado o que los gobiernos, el poder y sus leyes no han tenido nada que ver en cada una de las atrocidades, expoliaciones o sobreexplotación de recursos durante los siglos XIX y XX, sin que ello exima de responsabilidad a empresarios o consumidores que, en muchos casos, han aprovechado una mala asignación de los derechos de propiedad, generando externalidades negativas para el conjunto de la sociedad.
Nadie con juicio rechaza la existencia de un cambio climático en términos de calentamiento. Que el clima cambia es de perogrullo y ocurre hace millones de años. Ahora bien, los datos del último panel del IPCC, de la ONU, ofrecen conclusiones bien distintas a las que pregona Al Gore a 200.000 euros la conferencia o en su documental, que nuestro Gobierno compra a su distribuidora, con el dinero de los contribuyentes, 7,3 euros más caro por unidad.
El CO2 junto con otros gases (algunos de mayor impacto y relacionados con actividades agropecuarias) tienen efectos sobre tal proceso, sin que de ello se deduzca como necesaria la creación de nuevos impuestos sobre esa actividad, como se hace con otros sectores, con graves consecuencias económicas no consideradas en la perorata antimercado y prointervencionista (que es de lo que en última instancia se trata).
Lo que se discute es en qué medida la actividad del hombre puede generar por sí sola un cambio climático y en qué medida se trata de un proceso natural e histórico de oscilación térmica. De igual forma, se discuten sus causas y consecuencias, así como si, científicamente descontado, es el primer problema de la humanidad (frente al sida, la malaria, la malnutrición o el abastecimiento de agua potable). Pero no se discute que Gore es un fiasco científico porque simplemente miente en sus cifras y mensajes.
El IPCC de la ONU (redactado por 124 científicos de los 2.500 que suelen citarse como expertos) indica que aunque el Ártico reduce su masa de hielo, en la Antártida las temperaturas bajan y se espera un aumento de la misma. Las posibles consecuencias sobre el aumento del nivel del mar se calculan entre 0,18 y 0,59 metros (0,34 metros de media), no los siete que presagia Gore. El 90% de los científicos asegura que no ocurrirá la detención de la corriente cálida del Atlántico y añade que no pueden relacionarse con el aumento del CO2 los altibajos climáticos locales como los sufridos por Europa en 2003. Y, desde luego, ningún científico honesto atribuye al calentamiento global la gripe aviar, la tuberculosis, el SARS o la guerra de Darfur; tampoco el IPCC, que de paso señala explícitamente que los datos no permiten anticipar tendencias en la frecuencia o intensidad de huracanes y tifones, ni permiten relacionarlas con el CO2.
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