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Dignidades rotas

Hace unos cuantos días en la agencia ZENIT aparecía una noticia con un titular que llamaba a meditar sobre ella y que era el siguiente: «Prostitución, ¿trabajo legal o esclavitud?». Esto, que, en principio parece un tanto absurdo, pues no va a la raíz del asunto (que no es, precisamente, el problema que causa la prostitución) tiene, por muy triste que pueda parecer, una razón. Y esta es perversa, como suele suceder cuando se actúa contra un valor, en este caso la dignidad de la persona, con ánimo de hacerlo menguar hasta que, de él, sólo nos quede un vago recuerdo de su existencia.

Sabemos que la dignidad cualifica a una persona por lo que es y que, por eso mismo, no es entendible que se pueda atacar ese valor y, lo que es más importante, lo que representa para el ser humano, sin que se pueda menoscabar la propia naturaleza humana.

Juan Pablo II, en su Carta Apostólica «Mulieris Dignitatem» dice que «Esta dignidad consiste, por una parte, en la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo, que determina la finalidad tan profunda de la existencia de cada hombre tanto sobre la tierra como en la eternidad. Desde este punto de vista, la «mujer» es la representante y arquetipo de todo el género humano, es decir, representa aquella humanidad que es propia de todos los seres humanos, ya sean hombres o mujeres. Por otra parte, el acontecimiento de Nazaret pone en evidencia un modo de unión con el Dios vivo, que es propio sólo de la «mujer», de María, esto es, la unión entre madre e hijo. En efecto, la Virgen de Nazaret se convierte en la Madre de Dios» (4).

Posteriormente, en la Carta a las Mujeres (de 1995) dejó escrito dónde, exactamente, podemos reconocer la importancia de la dignidad de la mujer:»pero es sobre todo la Palabra de Dios la que nos permite descubrir con claridad el radical fundamento antropológico de la dignidad de la mujer, indicándonoslo en el designio de Dios sobre la humanidad»(6).

Y vale la pena recoger, aquí, todo este párrafo, porque encierra, en sí mismo, el sentido exacto de la dignidad que le corresponde a la mujer como tal porque si se trata de algo fundamental para el género humano ese ser digno de la mujer que la caracteriza por ser lo que es sin necesidad de justificaciones que vayan más allá de ser semejanza de Dios, no es de recibo, que, por ejemplo, en Hungría (según lo dicho por el documento de ZENIT citado arriba) se haya decidido a legalizar la prostitución porque, al parecer, supone una «actividad económica» que puede llegar a general cerca de «mil millones de dólares al año».

Cuando esto se dice de esa forma, con esa frivolidad propia de personas para las que la dignidad de otras personas tiene valor, exclusivamente económico, bien podemos concluir que tal equivocación sólo puede tener un resultado muy negativo para el ser humano que, siendo mujer, se ve abocado a tal clase de vida (o, más bien, de muerte en vida)

Y como ejemplo de lo que las «bondades» supuestas que la legalización de la prostitución puede proporcionar, lo encontramos en el caso, particular, del estado australiano de Victoria. Allí se legalizó la prostitución en 1984. Tras los años que, desde entonces, han transcurrido, atendiendo al estudio realizado por Mary Lucille Sullivan, no se ha conseguido nada de lo que se proponía llevando a cabo tal aberración. Al contrario, se ha mantenido la «dominación masculina, la objetificación sexual de las mujeres y la aprobación de la violencia contra las mujeres».

Y todo esto es evidente que se hace porque, al fin y al cabo, se tiene, de la mujer, una visión de «mercancía», como si fuera una cosa[1] sobre la que se puede negociar olvidando la dignidad que la conforma, algo de lo que nunca debería haberse olvidado (en aquel caso y en todos los que, por el estilo, puedan darse) y que trasluce una falta de verdadera humanidad y el tener, más que nunca, un corazón de piedra y no de carne que es lo que siempre sugiere Jesús cambiar.

Pero como dice el refrán, en todos sitios cuecen habas y en mi casa a calderadas. Esto viene a que hace unos meses, los jóvenes del partido socialista se reunieron para celebrar un congreso y, entre otras (de calibre similar) tenían la «idea» de proponer al Gobierno de Rodríguez Zapatero la legalización de la prostitución.

Cuando una persona oye, de los más diversos progresistas que defienden a la mujer con eso que dicen que llaman que desean que sean iguales a los hombres y proponen supuestas políticas que dicen que llaman que desean que sean mejoras para la vida de las que llaman compañeras sentimentales, a lo sumo «parejas» de los hombres; pues cuando alguien oye eso y, a continuación, escucha, o lee, que esas mismas personas estarían de acuerdo con el hecho de que se convirtiera en legal, se reconociera como un trabajo remunerado más, el ejercicio de la prostitución, pues entonces piensa que algo está fallando.

Y algo falla cuando se puede llegar a argumentar que el cuerpo de la mujer puede ser objeto de cambio monetario como cuando alguien va a comprar una botella de vino o un litro de gasolina; algo ha de fallar cuando no se ve que eso supone, en sí mismo, un ataque frontal a la dignidad de la mujer, como ya hemos dicho más arriba.

Sobre esto es bueno acudir a las fuentes de las que mana agua limpia para el espíritu y para la vida. Así, en entrevista realizada al Cardenal Rouco Varela en el año 2002 manifestó, éste, que «Cristo eleva claramente la dignidad de la mujer, es más, la establece, y desde entonces, ininterrumpidamente en la historia del cristianismo, no ha habido distinción de mujer en la Santísima Trinidad. ¿Quien es más, Pedro o María? María indudablemente. Otra cosa son las funciones».

Por eso, cuando Benedicto XVI dijo, en la Audiencia General de 14 de febrero de este año 2007 que «todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específica» es claro que se refería a lo dicho por San Pablo en la Primera Epístola a los Corintios (12, 27-28) y que es que «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte.

Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas» y dejó, aún más, establecido el sentido que esto tiene (que debe tener) para los católicos.

De todas formas, lo que sí queda claro es que la igualdad de la dignidad es proclamada para todas las personas. Que se haga lo que se hace con la de la mujer es síntoma de desconocer o de no haber comprendido, para nada, lo dicho entonces.

Notas

Nota del autor: Aunque en este artículo se hace referencia, exclusivamente a la mujer como persona afectada por la prostitución, no se quiere dejar, por otra parte, de lado, el tema de la prostitución masculina ni la dignidad que el hombre, en esa situación inmerso, tiene (que también es toda). Sin embargo, es evidente que es la mujer la que más resulta afectada por esa minusvaloración de su dignidad.

[1] Recordemos que una definición jurídica bastante acertada de "cosa" dice que es "un elemento exterior al ser humano susceptible de ser apropiado y disfrutado". Aquí, pues, puede verse la aberración total que supone la prostitución.

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