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La tolerancia y el permisivismo
Cuando alguien pide permiso, muestra la prudencia de quien no está seguro de hacer algo bien hecho o de hacerlo en el momento oportuno. La elección de la persona a quien se consulta es la otra condición para el bien actuar.
El papel del consejero puede ser responsable si analiza bien el asunto y busca ayudar a hacer el bien. Pero también puede ser irresponsable al dar una contestación sin fundamento, sin matices; entonces todo vale, todo da lo mismo. Prácticamente en esto consiste el permisivismo: en la ausencia de orientación, pues se da pie al pensamiento de que da lo mismo hacer que no hacer, o hacer esto o lo otro.
Por otro lado, es patente la cercanía entre los pueblos, la facilidad para conocer otras culturas y otros modos de vida. Y, aunque siempre hemos sabido de la diversidad de razas y del pluralismo en el modo de afrontar las necesidades personales y comunitarias, ahora lo constatamos en carne propia. La globalización nos envuelve, y es por tanto necesario asumir la tolerancia para no descartar a quienes nos resultan muy distintos, para aprender a escucharlos, para darnos la oportunidad de encontrar los motivos por los que piensan así y actúan de esa manera. Y, a la vez, para comprender nuestra sorpresa, para preguntarnos por qué pienso así y por qué actúo de este modo. Entonces se enriquece nuestro horizonte. Al comprender las diferencias nos estamos capacitando para comprender otras que aparecerán más adelante.
De allí que el diálogo tolerante puede ser con respeto o sin respeto. Aparentemente no hay diferencia. En el fondo sí la hay. Cuando hay tolerancia con respeto se toma en cuenta la libertad de todos. Cuando no hay respeto se busca a como de lugar defender la propia libertad sin tomar en cuenta la de los demás.
Tolerancia y libertad es un binomio difícil pero necesario para conformar las auténticas bases de una convivencia social incluyente. Esta disposición favorece la capacidad de interactuar con quien presenta modos muy distintos de enfocar los asuntos y de resolver los problemas. Al mismo tiempo no excluye la capacidad de evaluar dichos enfoques y de distinguir cuáles son mejores o cuáles están muy desfasados. Además, se puede entablar un diálogo sereno, sin apasionamientos, porque a los demás no se les tolera sino se les respeta. El respeto hace posible la benevolencia de saber decir las opiniones contrarias sin acaloramiento. Ese respeto necesariamente se trasluce al interlocutor, quien también es capaz de escuchar lo que le resulta anacrónico porque le conmueve el sincero interés que el otro le muestra.
La tolerancia sin libertad es una postura parcial, busca privilegiar la propia libertad pero no la del interlocutor. Esto queda patente porque cuando una de las partes gana, se vuelve intolerante, impone lo suyo, ya triunfó y le importa muy poco la opinión ajena. La tolerancia se utiliza como táctica para lograr imponerse y entonces instalarse con exclusividad. Obviamente los demás pueden hacer lo que quieran, ya no interesan, no son dignos de tomarse en cuenta ni se admite en ellos ningún tipo de autoridad. El permisivismo es consecuencia de la desvinculación social. Aquí no hay respeto, sólo hay tolerancia como táctica, simplemente se escucha con la finalidad de descubrir los puntos débiles para dar el zarpazo y anular. No hay diálogo, el trasfondo es de indiferencia. No sorprende que en tales casos surja la típica expresión: «allá ellos». Se evita cualquier tipo de intervención para no exponerse a perder la calma, realmente en este caso la suerte del otro no importa, en el fondo casi se desea que le vaya mal para quitarlo de en medio.
Las consecuencias del permisivismo son muy variadas, una es el afán de independencia total sin mantener ningún vínculo, entonces la conducta manifiesta absoluto desinterés respecto a las necesidades de los demás, así se instala el individualismo. En estas condiciones, la persona puede llegar a la desvinculación intelectual y afectiva, actitud especialmente peligrosa en personas con alto nivel de rendimiento porque subrayan su superioridad y desprecian las opiniones o los consejos de los demás, están seguros de no necesitarlos. En el terreno moral hacen sus propias reglas, y cuando carecen de orientación en este campo pueden cometer graves errores y defender la inmoralidad como un modo de actuar con creatividad para resolver los problemas. Sin embargo, como todos tenemos una naturaleza sociable, la ruptura con los demás causa un malestar muy íntimo, se cierran los cauces de la ayuda mutua y la vida aparece como un absurdo; da lo mismo vida o muerte, se llega al nihilismo, nada importa, todo es un sin sentido.
Por eso, cuando la tolerancia queda como un absoluto, sin referentes ni vínculos, se propicia el permisivismo. Sólo la tolerancia enlazada con la auténtica libertad, la del respeto mutuo, puede resultar una actitud capaz de enriquecer la vida personal y la comunitaria.
Pero el respeto no se alcanza de modo espontáneo, requiere cultivar la inteligencia y, sobre todo, el corazón. La inteligencia para entender las diversas maneras de resolver los asuntos, para detectar las causas de los errores y distinguirlos de los aciertos. El corazón para compartir el gozo de quien triunfa y para dolerse con quien no sale del error, y sobre todo, para emprender la ardua tarea de ayudar a cambiar la mediocridad por el empeño de circular por los caminos del bien. Todo ello, especialmente, cuando uno es el equivocado.
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