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Quieren acallar a la Iglesia
Cuenta Eugenio Xammar en Crónicas desde Berlín (1930-1936) que en 1934, la Iglesia alemana, especialmente la católica, se oponía al régimen nazi. Y Goebbels profería contra ella amenazas como ésta: «El nacionalsocialismo no está dispuesto a tolerar que el púlpito sirva para hacer propaganda política indirecta y solapada». Hoy en día, en España, se arremete duramente contra la Iglesia católica desde dos diarios progubernamentales, uno más que otro como es público y notorio. Se reprocha a la Iglesia «su persistente e indisimulado activismo político» y su «acoso a algunas instituciones y magistraturas del Estado». Se denuncia que «la Iglesia sigue reclamando en la vida pública española un espacio que no le corresponde. Pero, además, sigue reclamándolo desde unas posiciones abiertamente partidistas, cuando no directamente sectarias». La invectiva periodística concluye: «La jerarquía eclesiástica española ha renunciado a la autoridad moral en favor de la militancia política». ¡Cuánta similitud entre esto y lo de Berlín¡.
A los furibundos ataques se suman noticias de corte anticlerical que informan de la preparación de un programa electoral del PSOE que propone la revisión del Concordato entre el Estado español y la Santa Sede de 1979 y de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980. Se pretendería, así, suprimir, por ejemplo, la presencia eclesiástica en las Fuerzas Armadas y en los funerales y demás actos protocolarios del Estado. Y como guinda a este pastel de ingredientes anticlericales y volterianos, la respuesta ofrecida en su periódico amigo por el presidente del Gobierno. Ante la pregunta precocinada ¿qué le parece la batalla mediática sobre el 11-M? responde de forma magnánima, espléndida, como él sólo sabe: «Como presidente del Gobierno debo hacer un llamamiento a la Conferencia Episcopal para que desde esa emisora de su propiedad se contribuya a la convivencia y a la verdad». O sea que, ese estadista de atolón que, cual lucecita de El Pardo, alumbra la vida plurinacional, ese genio de la gestión pública que eleva nuestros ánimos recordándonos que en economía somos un país que juega en la Champions League, que España, como octava potencia mundial, se prepara para el futuro, y quién sabe si en el 2010 puede situar un hombre en la Luna, gracias a la Ministra de Fomento, ese presidente de dibujos animados tiene aún tiempo para dirigir un llamamiento ¿o requerimiento? a una emisora de radio libre, como hace días lanzó un dardo intervencionista a la banca, sugiriendo ¿o imponiendo? no denegar créditos a los clientes. En verdad, que aspira al control total de la sociedad. Al totalitarismo.
Cuánta razón asiste al embajador español en la Santa Sede, el socialista Francisco Vázquez, al afirmar que «en el PSOE siempre ha habido una corriente anclada en el pasado, que yo he llamado a veces casposa. Están muy atrasados respecto al papel de la fe y del compromiso religioso y lo que eso conlleva, una ignorancia absoluta con respecto a lo que representa la Iglesia en la configuración de muchas realidades actuales como es el compromiso con la igualdad y con la justicia".
El diplomático también arrea a la prensa adicta al Gobierno: "Ha tomado una línea editorial marcadamente contraria a la Iglesia con una deformación importante de la verdad". Lo dice Vázquez. No el cardenal Cañizares ni el cardenal Rouco. Hay en marcha una ofensiva laicista contra la Iglesia que niega su presencia en la vida pública, además de acusarla de hacer política, de ser sectaria y partidista y de estimular la crispación. ¡Cuánta incoherencia en los acusadores¡. Cuando Juan Pablo II se oponía a la guerra de Irak o cuando los obispos de las diócesis catalanas opinaban favorablemente sobre el Estatut, nuestra progresía sonreía hipócritamente. Si la Iglesia católica critica la asignatura de Educación para la Ciudadanía o afirma que sólo es matrimonio la unión de un hombre y de una mujer, entonces, esa misma progresía exclama ¡bah¡ ya están los obispos o el Papa metiéndose en política. La Iglesia católica está donde ha estado siempre: en el Evangelio. Es la única que, separando perfectamente lo temporal de lo espiritual, supera las fronteras nacionales y enlaza a todos los hombres por vínculos superiores a los meramente políticos. Es un aliado indispensable como defensora de los derechos del hombre y en las luchas por la libertad.
El laicismo niega a la Iglesia la defensa de sus enseñanzas e instituciones cuando en la vida pública se vulneran sus derechos y doctrina. Pretende arrojarla a una perpetua zozobra haciéndola depender no del derecho, sino de la benevolencia de quienes manejan un poder inmenso. Persigue su destierro civil recluyéndola en los templos.
Se pretende acallar su voz. Ese hábito tan funesto de impedir hablar, recuerda la anécdota de Melquíades Álvarez en Oviedo por los años 30. Iba a hablar D. Melquíades en dicha ciudad, por primera vez tras abandonar las tesis republicanas y sumarse a la causa monárquica. Sus antiguos correligionarios ovetenses decidieron impedir el discurso. Cuando al orador le tocaba su turno, comenzó un vocerío y una pitada tremendos. Tras minutos de alboroto y como los ruidosos empezaban a flaquear, alguien alentó desde las gradas: «No le dejéis hablar que nos convence». Hoy temen algunos que la voz de la verdad resuene y convenza, e incapaces de soportar la libertad que trae consigo, se vean obligados a silenciarla. Como en Berlín.
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