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498 Mártires beatificados en Roma
El domingo 28 de octubre de 2007 pasará a la historia como la fecha en que la Iglesia Católica celebró en Roma, en la plaza de San Pedro, la beatificación del mayor número de mártires en una sola ceremonia.
Ante una plaza pletórica de fieles, el Cardenal Saraiva presidió la ceremonia, ya que el Papa Benedicto XVI restauró la tradición cambiada por Juan Pablo II, en el sentido de que el Papa sólo preside las canonizaciones, dejando las beatificaciones a un obispo designado para cada caso. En esta ceremonia estuvieron presentes todos los obispos españoles con excepción de tres que están enfermos.
Les acompañaron miles de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, entre los que había un considerable número de contemporáneos de las víctimas de las atrocidades de los comunistas, anarquistas, jacobinos y masones republicanos. En forma racional y emocional, todos los asistentes estuvieron adheridos al principio fundamental que dice: «La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos».
El Cardenal Saraiva recordó la enseñanza de Juan Pablo II cuando dijo en su homilía: «Si se perdiera la memoria de los cristianos que han entregado su vida por confesar su fe, el tiempo presente perdería una de sus características más valiosas, ya que los grandes valores humanos y religiosos dejarían de estar corroborados por un testimonio concreto inscrito en la historia». Más adelante señaló, corroborado por salvas de aplausos: «El mensaje de los mártires de fe y amor, también debe manifestarse heroicamente en nuestra vida». «Una heroicidad que requiere cristianos coherentes que no deben inhibirse en su deber de contribuir al bien común y moldear la sociedad siempre según la justicia, defendiendo —en un diálogo informado por la caridad- nuestras convicciones».
Todo esto, identificado con la misma línea que S.S. Benedicto XVI ha enseñado en «Sacramentum Caritatis», cuando indica la existencia de una serie de «valores innegociables», como lo son las convicciones sobre la dignidad de la persona, sobre la vida desde su concepción hasta la muerte natural, sobre la familia fundada en la unión matrimonial una e indisoluble entre un hombre y una mujer y sobre el derecho y el deber primarios de los padres en lo que se refiere a la educación de sus hijos. Valores conculcados por gobiernos socialdemócratas y socialtecnócratas.
Terminada la ceremonia de beatificación, al filo del medio día, el Papa salió a la ventana de su estudio privado, como lo hace todos los domingos, para dirigir el rezo del «Angelus» y, una vez concluido, dirigió un mensaje en español a todos los fieles que no se habían movido de la plaza de San Pedro. El Papa destacó la siguiente frase: «Los mártires impulsan la reconciliación y la convivencia pacífica. El testimonio de los mártires nos alienta a entregar nuestra vida como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos».
La inmensa mayoría de los asistentes coincidieron en la expresión de fortaleza que implicó a los mártires de siempre, los del tiempo de Calígula y Nerón del primer siglo, y de los «calígulas y nerones del siglo veinte»: ser siempre fuertes cuando eran insultados, maltratados, vejados, torturados y mutilados, concediendo simultáneamente el perdón para sus verdugos y abriendo así las puertas para la reconciliación. Particular alegría hubo entre los mexicanos y cubanos que acompañaban a los españoles de toda la penínsulas ibérica, sin distinciones «autonómicas».
De los 498 mártires beatificados, dos eran mexicanos y uno cubano. Los mexicanos, Manuel Escoto Ruíz, nacido en 1878 en un rancho de Atotonilco, Jalisco, siendo el séptimo de doce hijos. En 1926 se casó con Rosa Orozco en la ciudad de México. Luego de ocho años de ejemplar matrimonio sin poder tener hijos, se trasladaron a Roma para solicitar el «indulto apostólico», otorgado en 1935, para ingresar él en la orden de los Carmelitas Descalzos, con el nombre de José María y, ella, con las religiosas salesas en Barcelona. En julio de 1936 él fue apresado y fusilado a los 57 años. El segundo de los mexicanos fue Luciano Hernández Ramírez, nacido en 1909 en San Miguel El Alto, en Jalisco. Ingresó al seminario diocesano de Guadalajara pero, debido a la persecución de Plutarco Elías Calles, fue enviado a España en donde ingresó a la orden de Santo Domingo de Guzmán. Pudo acogerse a los derechos que le otorgaría la embajada mexicana, sin embargo por su calidad de sacerdote le fue negada, por lo que «quiso emular a los sacerdotes perseguidos y ejecutados por la fe en su país natal».
El jovencito cubano, Fray José López Piteira, no quiso acogerse a su condición de extranjero en España y no renunció a su fe; ofrendó su vida al enfrentarse a sus victimarios en el paredón al grito de: ¡Viva Cristo Rey!
El bellísimo cartel que tapizaba las paredes y vitrinas de las calles de Roma, estaba rubricado con la frase «Vosotros sois la luz del mundo». En verdad, un día memorable en la historia de la Iglesia Católica en España y en el mundo entero.
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