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Ética y cambio climático (y II)

El ambiente creado en torno a la cuestión del cambio climático, es un ejemplo adecuado de lo que podríamos llamar «culpabilización universal». Se crea la impresión que respecto a determinado tema todos somos culpables de lo que está ocurriendo. Unos culpables, que lo son con cualquier cosa que hagan: el sólo hecho de respirar ya produce CO2, y por tanto contribuye al desastre. Pero por otra parte no hay forma de dejar de respirar con lo que es imposible quitarse de encima el peso de la culpa.

Paradójicamente se produce una mala conciencia personal que es difusa, y simultáneamente la atribución de la causa del mal a grupos de poder que siempre son distintos de los nuestros. Esta paradoja, reiteradamente difundida por algunos medios de comunicación, puede hacer surgir en la sociedad una sensación general de impotencia y de miedo ante el futuro.

Al mismo tiempo que se da esta culpabilización general, se afirma la no responsabilidad ética de las acciones individuales. Se afirma -contra lo que pone en evidencia la misma realidad-, que el hombre es naturalmente bueno, y que por tanto sus acciones siempre deben calificarse éticamente de buenas. Si en algún momento se viese que no son lo son, habría que buscar el origen de esa mala elección, en la sociedad, en la educación, o en las circunstancias, pero no se podría responsabilizar al individuo, porque, repetimos, es naturalmente bueno.

También habría que tener en cuenta que nuestra sociedad es plural, y eso se interpreta frecuentemente, como que la ética es relativa y depende del deseo o de la voluntad de cada cual. Por tanto cualquier comportamiento personal será bueno, siempre que se haga con libertad.

Este planteamiento, no puede dejar de acudir al Estado como el origen de una cierta moral civil que se expresa mediante el instrumento de las leyes, y admitir como moralmente válido todo lo que no está prohibido por esas mismas leyes.

Todo este plan pierde fácilmente de vista la responsabilidad de las propias acciones ante sí mismo y ante la sociedad. Ser responsables significa deber dar respuesta de todo lo que uno hace. Dar respuesta exige comparar la decisión tomada con lo que es bueno o malo para el propio individuo o para la sociedad. Y hay acciones que son malas o son buenas en sí mismas, independientemente de la diversidad de personas.

Mentir siempre es una acción mala, porque significa mal uso de la capacidad de comunicación, y daña a la sociedad porque destruye los vínculos entre las personas. Dejarse llevar por la apetencia siempre hace daño a los individuos, porque supone invertir el orden de motivación en las personas: el instinto será el que domine la voluntad. Acompañar a una persona doliente siempre será bueno, porque al materializar el amor nos hacer crecer como personas, y construye una sociedad más humana.

Es cierto que hay problemas que deben tener un tratamiento global para resolverlos. Pero pienso que al final la respuesta la tienen que dar personas concretas que deben sentirse responsables de sus decisiones. Si no se ayuda a las personas desde la niñez a que se sientan responsables de su comportamiento, es decir a que se den cuenta de que han sido causa de bienes o de males, para sí y para lo demás, difícilmente asumirán su responsabilidad en asuntos más graves.

La igual dignidad de las personas, y la necesidad de una igualdad de oportunidades para dar sentido a la propia libertad, no deberían ser confundidas con una valoración ética igualitaria, sea cual sea la acción que se lleve a cabo. Debería reconocerse un mérito cuando se obra el bien, y un demérito cuando se obra el mal. Y esto tanto en el ámbito educativo como en el social.

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