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El relativismo con forma de absolutismo

Se habla mucho de relativismo hasta el punto de que se ha convertido en un falso y peligroso absolutismo. Los que afirman que todo es relativo elevan su afirmación a categoría absoluta sin admitir la contradicción de que si todo es relativo también lo será el relativismo que propugnan.

Pero no se trata de juegos de palabras sino de algo enormemente serio y trascendente. Los cristianos sólo reconocemos un absoluto: Dios. Por ser fieles a Dios muchos cristianos de todos los tiempos lo han pasado mal y han llegado a dar su vida.

El tentador le ofrece a Jesús todos los reinos de la tierra si se postra ante él y le rinde homenaje. Jesús rechazó la oferta diciéndole que solo hay que rendir homenaje a Dios. Pero la tentación se produce una y otra vez. Si rindes homenaje al poder, al estado, a la nación, a la raza, al sistema democrático, a lo que se presenta como científico, a lo que se presenta como progresista, a lo que se presenta como políticamente correcto, serás aplaudido, no te perseguirán, vivirás bien y recibirás honores.

Por eso se proclama que no hay ningún bien ni verdad absolutos, que todas las opiniones son equivalentes, que todo es relativo, que hay que ser tolerante, carecer de convicciones, aceptar como válido lo que opine la mayoría, lo que se haya acordado por consenso, pero sin investigar mucho acerca de la forma en que se haya obtenido esa mayoría o ese consenso.

Dios mismo deja de ser una realidad absoluta y se convierte en una idea cambiante, manipulable, discutida y discutible. Se presenta a Dios como enemigo del hombre, el ateismo como una liberación. Los creyentes seremos quizás tolerados, siempre que abandonemos el espacio público, aceptemos que se eliminen nuestros símbolos, se nos note poco.

En una sociedad imbuida de estas ideas es fácil manipular a los ciudadanos, imponerle leyes «indiscutibles», ya que el absolutismo de la mayoría parlamentaria es el único criterio de validez.

Cuando las viejas monarquías buscaban apoyar su carácter absolutista decían que su poder procedía de Dios, pero sabían que ese Dios que invocaban les pediría cuentas y hubo estudiosos que justificaron el tiranicidio si hacían mal uso del poder, si dictaban leyes injustas, si abusaban de su posición.

El «absolutismo democrático» no tiene ningún referente que lo limite. El resultado electoral y el toma y daca de los pactos posteriores, unge a los gobernantes con un poder desmesurado y escasamente controlable por los ciudadanos. Lo importante para los partidos que juegan a la democracia es alcanzar el poder «como sea» y conservarlo también «como sea». De aquí que busquen una población escasamente educada y por tanto alienada, manipulable, que siga las consignas de lo políticamente correcto, a la que se ofrezcan muchos derechos y pocos deberes, sin exigencia de esfuerzo, ni premio al mérito. Una población homogeneizada por abajo.

La economía puede acabar con todo ello. Hundir un país en la mediocridad no lleva mucho tiempo, reflotarlo al esfuerzo y a la excelencia de los mejores, puede llevar generaciones.

Los cristianos estamos obligados a dar testimonio de que Dios es la única garantía para el hombre, que un mundo sin Dios queda abierto a la tiranía y al totalitarismo.

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