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Un decepcionante llamamiento al diálogo
El pasado 11 de octubre, a finales del sagrado mes musulmán del Ramadán, 138 musulmanes de todo el mundo dirigieron una carta al Papa Benedicto XVI y numerosos líderes cristianos más. Titulada "Una palabra común entre vosotros y nosotros", la carta era difundida en una operación de cara a los medios en varias capitales del mundo y era celebrada con entusiasmo por uno de los destinatarios, Rowan Williams, el Arzobispo de la Iglesia Anglicana. El cardenal Jean-Louis Taurán, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Inter-religioso, se mostraba cordial y cauto, sugiriendo que mientras que hay cosas de las que hablar basándose en un compromiso compartido con los dos Mandamientos de amor a Dios y al prójimo, también hay muchas dificultades.Algo más me sorprendía con motivo de "Una palabra común" y los comentarios mediáticos sobre ella: tanto los firmantes de la carta como los periodistas que escribían aerca suyo parecían desconocer la propuesta de enmarcar un diálogo nuevo entre Cristianismo e Islam planteada por el Santo Padre el pasado diciembre en su discurso de Navidad ante la Curia Romana. Allí, Benedicto XVI proponía que el diálogo se centrara en la cuestión de cómo las tradiciones religiosas asimilan los logros positivos de la Ilustración. Esos logros incluyen la victoria de la idea de libertad religiosa como derecho humano inalienable - un derecho humano que, reconocido en el Derecho e instaurado así como derecho civil, lleva a distinciones entre autoridad religiosa y política en un estado justo.
El catolicismo, recordaba el Papa a la Curia, había pasado la mayor parte de dos siglos intentando encontrar soluciones a las cuestiones de fe, libertad y gobierno planteadas por la Ilustración, un proceso que daba sus frutos en el Segundo Concilio Vaticano. ¿Podría haber algo en esta experiencia católica de recuperación y renovación de cara a ser sopesado en un diálogo cristiano-islámico?
Éstas sí que parecen ser las cuestiones más apremiantes. Porque a menos que el Islam sepa encontrar dentro de sus recursos espirituales una manera de legitimar la libertad religiosa y la distinción entre autoridad religiosa y política, la relación entre dos mil millones de cristianos y mil millones de musulmanes va a seguir estando inmersa en la tensión. "Una palabra común" habla extensamente de los dos Mandamientos principales; no dice nada acerca de su aplicación a temas de fe, libertad y gobierno de la sociedad; temas planteados, por ejemplo, con motivo de las amenazas de muerte lanzadas a los musulmanes que se convierten al cristianismo, y con motivo de la negativa a permitir la oración cristiana en público en Arabia Saudí. "Una palabra común" también parece estar bastante a la defensiva, como si en el siglo XXI hubiera cristianos que, en cifras considerables, estuvieran justificando el asesinato de inocentes en aras de impulsar la causa de Dios. Pero de manera manifiesta ése no es el caso.
Analistas bien informados de los asuntos islámicos también han planteado dudas con motivo de la composición de los "138", que incluye una cifra considerable de funcionarios de gobiernos, así como figuras con conexiones con el wahabismo, la secta fanática cuyas enseñanzas y recursos financieros provocan tanta agitación islamista en todo el mundo. Siendo así - y no es una cosa significativa - sugeriría que el mejor enfoque sería preguntar a las personas que redactaron "Una palabra común" el motivo de que la invitación del Papa el pasado diciembre no se haya tratado en absoluto.
¿Convienen o discrepan estos 138 musulmanes que la libertad religiosa y la distinción entre autoridad religiosa y autoridad política son los temas en el núcleo de las tensiones de hoy en día entre Islam y Occidente, en realidad entre Islam y todos los demás? ¿No sería más útil concentrarse en estos temas apremiantes de raciocinio práctico (que se reflejan en la organización de las sociedades del siglo XXI) en lugar de enmarcar el diálogo en términos de una exploración generalista de los dos Mandamientos principales (lo cual se arriesga a conducir a un intercambio de banalidades)? ¿Por qué no pasar a la acción?
Para el futuro de la humanidad tiene la máxima importancia que el diálogo inter-religioso genuino se desenvuelva entre Islam y cristianismo (y judaísmo, el cual es en gran medida ignorado en "Una palabra común"). El diálogo genuino exige un eje preciso y un compromiso por parte de los socios dialogantes a condenar expresamente a aquellos miembros de sus comunidades que asesinan en nombre de Dios. Es desafortunado que "Una palabra común" no nos conduzca más cerca de cimentar ninguno de estos fundamentos de diálogo genuino.
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