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Iglesia e Islam: ¿qué diálogo?

Cuando, desde la Iglesia católica, se habla de diálogo interreligioso, no puede haber confusiones con el ecumenismo. Éste sólo se puede producir con las demás confesiones cristianas en busca de la unidad. Con el Islam sólo es posible un acercamiento para conocerse y entenderse mejor, con el fin de establecer unas firmes relaciones cordiales sobre ciertas bases comunes. Pero siempre existirán diferencias insalvables, aunque constituyen sin duda una ocasión de encuentro [1].

El objeto del diálogo no puede ser, por consiguiente, salvar o anular dichas diferencias, sino otro. Tal vez por ello habría que afirmar que el diálogo de la Iglesia con el Islam no puede sostenerse fundamentalmente en el terreno teológico, sino en ámbitos como el cultural o el derecho natural.

La diplomacia vaticana, los grupos de estudio y, principalmente, el magisterio de Benedicto XVI, van en la línea de articular las relaciones con el Islam sobre la idea de libertad religiosa. Es decir, sobre la Declaración conciliar Dignitatis humanae, aunque partiendo del documento clave sobre las relaciones con los monoteísmos no cristianos, la Declaración Nostra aetate, donde se afirma que «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes»y que «si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres».

Respetar las diferencias

Un error —avivado por los relativistas— es que el diálogo interreligioso busca anular o minimizar las diferencias entre las religiones. Es este un reflejo de su idea de tolerancia, que para ellos es un respeto que sólo puede brotar cuando se ha asumido un mínimo común denominador, aun a costa —ese es su objetivo— de que un creyente deba renunciar a la Verdad.

El diálogo de la Iglesia con el Islam no puede caer en esto, y la Iglesia lo manifiesta claramente cuando el Papa Benedicto XVI afirma que el diálogo debe fundarse «en un conocimiento recíproco cada vez más verdadero que, con alegría, reconoce los valores religiosos que tenemos en común y que, con lealtad, respeta las diferencias»[2].

Es decir, el diálogo no debe obviar que existen diferencias; al contrario, es preciso que surja desde un firme asentamiento en las propias convicciones, pues de otra forma se renunciaría a la propia identidad, lo que no reportaría logro alguno para los interlocutores.

En este sentido van las afirmaciones de la teóloga católica Ilaria Morali, que ha participado en encuentros con representantes musulmanes: «Muchos católicos han perdido el sentido exacto que el Magisterio atribuye al diálogo y han reducido su valor pensando y haciendo pensar también a los musulmanes que éste debería expresarse sustancialmente con gestos de amistad y solidaridad, evitando una confrontación serena pero difícil incluso sobre puntos dolorosos. [...] Mis comunicaciones son apreciadas porque hablo con extrema franqueza de mi fe sin esperar que mis interlocutores estén de acuerdo conmigo» [3].

En esta misma línea, el cardenal Murphy O'Connor ha afirmado: «Los católicos, para ser buenos interlocutores, deben primero enraizarse en su comprensión y amor del catolicismo, y me imagino que esto sirve también para los musulmanes» [4].

Esta confrontación sincera con el otro encuentra su parangón en la propia actuación de Benedicto XVI, que no tuvo temor a aludir al espinoso asunto de la violencia con excusa religiosa en su discurso de Ratisbona (12-09-2006). El discurso fue mal recibido en el mundo islámico por sus referencias históricas.

Sin embargo, el diálogo se abrió camino a través de la dificultad surgida, y el posterior viaje a Turquía, en noviembre de 2006, fue un éxito. Así, Benedicto XVI pudo afirmar el día de su partida de aquel país: «Creo que para el pastor supremo de la Iglesia católica el diálogo es un deber. Doy gracias al Señor por haber podido dar un signo de este diálogo y de una mayor comprensión entre las religiones y las culturas, en particular con el Islam» (1-12-2006).

Asegurar la libertad religiosa

Ya antes había dejado claro, en el encuentro con los representantes de algunas comunidades musulmanas en Colonia (20-8-2005), que el diálogo con los musulmanes busca lograr la reconciliación y el respeto a la identidad del otro. Estos objetivos se pueden resumir en un concepto clave, la libertad religiosa, como afirmó en el mismo discurso: «La defensa de la libertad religiosa, en este sentido, es un imperativo constante, y el respeto de las minorías una señal indiscutible de verdadera civilización».

No se puede hablar con más nitidez, y a quien le incumbe, pues esa libertad religiosa es la que no tienen los cristianos en gran parte del mundo islámico. Benedicto XVI no ha tenido reparo en expresar esta convicción, ni siquiera ante el propio embajador de Turquía ante la Santa Sede (19-01-2007). Este derecho, que es aceptado en su integridad por la Iglesia, conforme a la Declaración Dignitatis humanae, no encuentra reciprocidad en el Islam. Lo ha dicho monseñor Lajolo [5]: para lograr este objetivo prioritario, se dialogará en todos los foros nacionales e internacionales, y tanto con autoridades políticas como religiosas, porque en el Islam no se da la separación entre estos ámbitos, dato muy a tener en cuenta.

Así lo hace la Santa Sede, que establece encuentros interreligiosos con dirigentes de la Universidad de El Cairo, con representantes saudíes, chiíes, magrebíes, etc., consciente de que no existe una única autoridad musulmana que pueda erigirse en interlocutora válida. También hay gestos que valen más que mil palabras, como la visita del Papa a la Mezquita Azul, de Estambul (30-11-2006).

Tres caminos

Las dificultades que se presentan, son, por tanto, muchas, y el camino lento. Sin contar con que no se pretende superar diferencias insalvables. Según el islamólogo Padre Lacunza, Benedicto XVI está siguiendo tres caminos en este diálogo: la aplicación del binomio «fe y razón»; la construcción y defensa de la identidad religiosa de los católicos; y afirmar con rotundidad que en la defensa de la fe no se puede llegar a la violencia [6].

El objetivo prioritario es la libertad religiosa, como prueba de que existe un auténtico ámbito de convivencia en paz. A ello aludió Benedicto XVI en su discurso a la Curia Romana, en el que hizo balance del año pasado (22-12-2006): «En el diálogo con el Islam, que es preciso intensificar, debemos tener presente que el mundo musulmán se encuentra hoy con gran urgencia ante una tarea muy semejante a la que se impuso a los cristianos desde los tiempos de la Ilustración y que el concilio Vaticano II, como fruto de una larga y ardua búsqueda, llevó a soluciones concretas para la Iglesia católica».

Este diálogo está en la raíz de soluciones para la convivencia, sin que ésta, como pretende el relativismo, suponga la renuncia a las propias convicciones: «Este diálogo —dice Benedicto XVI— exige también preparar personas competentes para ayudar a conocer y comprender los valores religiosos que tenemos en común y a respetar lealmente las diferencias», porque «para evitar que se desarrollen formas de intolerancia y para prevenir toda violencia es necesario alentar un diálogo sincero, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más verdadero» (20-09-2007).

Una palabra común

Los resultados de esta claridad y esta firmeza empiezan a vislumbrarse, como muestra la carta firmada por numerosas personalidades del Islam y dirigida a las Iglesias cristianas, con el título Una palabra común entre nosotros y vosotros (13-10-2007). Puede entreverse en esta y otras señales esperanzadoras que el amor a la verdad y el verdadero respeto son bases suficientes para un diálogo auténtico, en el que ha de primar el componente personal.

Como ha afirmado el P. Madigan, consultor del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, existen «grandes posibilidades para el diálogo sobre experiencias humanas profundas en las que encontramos un deseo de construir un mundo mejor» [7]. En esta línea, el también consultor P. Sánchez Nogales prefiere hablar de un diálogo «desde el testimonio»,porque «al dar testimonio, el otro está irrumpiendo y brotando hacia su interlocutor desde su origen más puro» [8]. A partir de aquí, desde la autenticidad, se puede ser honesto al reflexionar intelectualmente, generoso al aceptar la diferencia, y firme al reclamar reciprocidad. Huelga, por tanto, lo políticamente correcto en el verdadero diálogo interreligioso, y urge, más que nunca, hacer presente la fe.

Notas

[1] Cfr. S. Khalil Samir, Cien preguntas sobre el Islam, Madrid, 2003, p. 166; ver Aceprensa 126/03.

[2] Discurso de Benedicto XVI en el encuentro con representantes musulmanes y embajadores de países de mayoría islámica (25-09-2006).

[3] Entrevista con la teóloga católica Ilaria Morali (Zenit, 28-11-2006).

[4] Discurso en el Centro de Estudios Islámicos de Oxford, el 16-05-2006.

[5] Discurso a los participantes en la sesión plenaria del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, el 17-05-2006.

[6] Entrevista al islamólogo y padre blanco Justo Lacunza Balda (Zenit, 19-11-2006).

[7] Entrevista con Daniel Madigan, S.J., consultor del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso (Zenit, 18-09-2005).

[8] J.L. Sánchez Nogales, El Islam entre nosotros, Madrid, 2004, p. 269.

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