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Católicos y Vida Pública. Catolicidad en ejercicio

El tercer fin de semana del mes de noviembre de 2007 (desde el 16 al 18) se ha celebrado, en Madrid, el IX Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por el CEU y la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP). Su título, sintomático de una necesidad, ha sido «Dios en la Vida Pública, La Propuesta Cristiana» y es, por su contenido mismo, algo sobre lo que es importante insistir.

Aunque en conoZe.com es muy probable que nadie se pregunte sobre la necesidad de pronunciarse en la vida pública de parte del cristiano, en nuestro diario vivir, sí que es importante reconocer que, en verdad, resulta de todo punto necesario hacer hincapié en la importancia de esto, en lo que supone para nosotros, para nosotros, un comportamiento adecuado a nuestra Fe.

Así, los dos enunciados del título del Congreso, ya clausurado el pasado 18 de noviembre, bien nos sirven para explicitar el sentido justo de entender que Dios está presente y que el cristiano, quien se siente discípulo de Cristo, tiene una propuesta que hacer, algo que decir que no sea, simplemente, presentar una actitud de un «Ángel sí señor» frente a la situación por la que, en España, pasa tanto la Esposa de Cristo como sus hijos.

Dios en la vida pública

En nuestro diario vivir, en esa vida pública en la que nos desenvolvemos, podemos encontrar a Dios. A través de las huellas de su paso somos capaces de dirigir los nuestros porque, en verdad, es la única manera de llevar una existencia a la que se le pueda dar el nombre de cristiana. Otra forma es imposible.

Por eso, cuando tratamos de encontrar a Dios para certificar que es cierto que está entre nosotros, acudimos a la experiencia que nos da sentirnos sus hijos.

A este respecto, Benedicto XVI, en un mensaje que dirigió a los organizadores y participantes en el Congreso alentó «a renovar sus esfuerzos para resaltar la necesidad indispensable de oír la voz de Dios y respetar los valores supremos, sujetos a todo derecho, en todos los ámbitos de la vida».

Hemos, pues, de hacer lo posible, y lo imposible, para percibir los valores que representa la Ley de Dios. Él, creándonos, nos permite enseñorearnos de la tierra. A cambio de eso, por así decirlo, hemos de dar razón de nuestra esperanza (como dijera San Pedro). Y esto en todas las formas posibles a nuestro alcance.

Dios, en la vida pública, se hace presente cuando respetamos la diferencia que existe entre ideologías, cuando hacemos presente su Amor (con mayúscula) en nuestras relaciones con los demás; cuando llevamos hasta el extremo la entrega; cuando no sabemos decir no a una necesidad ajena: cuando, al contrario, tenemos la certeza que abandonar un gusto propio es sazonar de fe el paso por la vida; cuando miramos con mirada clara y sin perjuicios al otro; cuando sabemos perdonar y cuando sabemos pedir perdón; cuando ejercitamos con generosidad la virtud de la caridad; cuando somos, en verdad, testigos del Evangelio.

Así, y quizá de otras muchas formas, hacemos ver que Dios está presente en la vida pública, que no se trata de nada inverosímil sino de algo cierto, real, fehaciente.

La propuesta cristiana

No basta, sin embargo, con saber que Dios no nos abandona, que nunca nos deja de su mano, que nos acompaña. No.

Con ser esto de una vital importancia para nuestro vivir y para nuestro espíritu, el cristiano ha de hacer, ha de proponer, ha de manifestar que su fe sirve para algo, que es efectiva; simplemente, que es.

Por eso, el Santo Padre, en el mensaje citado arriba, dijo algo que es trascendente para llevar a cabo una verdadera propuesta cristiana. Nos vino a decir que es necesario «afrontar y tomar conciencia de esta verdad fundamental en los diversos sectores de la sociedad»

También, el que es Presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, don Alfredo Dagnino, ha tenido a bien decir que «El compromiso de los laicos como miembros de la Iglesia forma parte sustancial de la fe. Otra cosa es que no todos los cristianos actúan de la misma manera. Lo que hay que tener claro es que la vivencia de la fe lo impregna todo, no hay dicotomía entre la vida íntima y la proyección política, social o cultural. Si uno es cristiano, lo es siempre y a todos los efectos, cuando dirige un periódico o cuando ejerce de consejero delegado en una sociedad mercantil, o cuando es ministro o parlamentario. Eso requiere una coherencia de vida».

Lo que cada cual hace, por tanto, en su vida ordinaria, ha de ser manifestación de la fe que se propone porque a la sociedad en la que vivimos hay que hacer propuestas que estén de acuerdo con la fe en Dios y con los valores que Jesucristo vino a encarnar; lo que cada cual hace ha de combatir el laicismo rampante que impera en España, contrario a muchos principios cristianos y contrario, sobre todo, a la básica y elemental voluntad de Dios; lo que cada cual ha de mostrar es que la democracia respeta unos valores que han de ser respetados por los componentes de la sociedad y no sólo por la parte de ellos que nos consideramos católicos; lo que cada cual ha de mostrar es que no es aceptable el relativismo que se quiere imponer; lo que cada cual ha de ir es contra los totalitarismos basados en actitudes políticamente correctas, en esas formas suaves y supuestamente benéficas de vencer la voluntad del cristiano, etc, etc.

Por lo visto (y sólo apuntado aquí) no es, por lo tanto, nada meramente teórico lo que se ha dicho, planteado y hecho en el IX Congreso Católicos y Vida Pública. Como es sencillo de entender, comprender y llevar a la práctica y, como dijo S. Agustín, «Dios, que te creó sin ti, no se salvará sin ti», no nos queda otro remedio que hacer efectiva nuestra fe.

Además, tenemos un consejo muy importante que seguir. Nos lo dejó dicho Juan Pablo II, en la Vigilia de Oración, con los jóvenes, en Cuatro Vientos (Madrid), el 3 de mayo del 2003: las "ideas no se imponen, sino que se proponen". Se proponen. Pero se proponen.

Y esto es una buena llamada a ser, en efecto, hijos de Dios.