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El escándalo educativo
Catalunya suspende en educación. El 14% de los alumnos son repetidores cuando llegan a cuarto de secundaria, frente al 12% de los españoles. El porcentaje de los alumnos que se gradúan en secundaria es de 69,6%, siendo el más bajo de todo el estado español. Poco más del 60% de los alumnos que acaban la ESO sigue sus estudios, cuando la media europea es del 80%. Una tercera parte de los jóvenes entre 18 y 24 años abandonan los estudios postobligatorios.
«La foto no nos gusta, y algunos datos son alarmantes», declaró Jordi Sánchez, director de la Fundación Jaume Bofill, la que ha mostrado tales demoledores resultados hace apenas unos días. Y realmente, porque los datos son alarmantes, a nadie debe gustarle semejante foto. La noticia ha copado tertulias, debates, y todo tipo de declaraciones. Ante el análisis de semejante panorama educativo, hay algo que me ha llamado la atención: se han sugerido pocas propuestas y por otra parte se han buscado todo tipo de culpables. Al igual que el ciego de nacimiento, hay quienes se cuestionan: ¿quién tendrá la culpa: el alumno o sus padres?
Por mi propia experiencia docente como profesor de secundaria, que ya empieza a sumar unos cuantos años, era de recibo que esta semana tocara este tema. Por eso, ante el revoltijo de esta semana, me pregunto a qué vendrá tanto escándalo. ¿A caso la mayoría estábamos convencidos que el sistema educativo estaba funcionando correctamente? Eso se lo deberían creer unos pocos, quizás de esos que nunca han pisado un aula ni saben lo que es un adolescente y se perfilan como expertos en legislación educativa. Porque lo que es el inmenso colectivo de docentes, madres y padres ya veníamos diciendo desde hace tiempo que las cosas iban a peor. Incluso hace unos pocos años el famoso informe Pisa ya empezó a dar ciertas alertas que el rumbo del panorama educativo español debía cambiar si queríamos lograr buenos resultados. Por lo tanto, lo que ha hecho el informe de la Fundación Bofill, ha sido constatar una vez más que estamos muy por detrás en materia educativa respecto a la media europea. Algo que ya sabíamos, pero que desgraciadamente hay quiénes aún no quieren enterarse de ello.
¿Culpables? ¿Quiénes lo son? No sería justo achacar la culpa a un único responsable. Ahí debemos sentirnos todos implicados. Los docentes porque podríamos hacerlo mejor, los alumnos por no querer rendir lo suficiente, los padres por no preocuparse suficientemente por la educación de sus hijos, los señores políticos por promover una legislación muy ajena a la realidad de lo que debería ser una buena materia educativa, y en definitiva la sociedad en su totalidad, que nos engaña con falsas campañas de máximo beneficio al mínimo esfuerzo hasta que luego la vida te demuestra que sólo vale aquello por lo que uno lucha. No es un buen momento, pues, de buscar culpables, sino que debemos reflexionar y encontrar vías de solución. Lo hecho, hecho está. Hay que cambiar el rumbo, eso está claro, invirtiendo lo que se deba y poniendo el máximo empeño para cambiar el panorama.
Partiendo de la base que soluciones mágicas no existen, en este terreno debemos sentirnos implicados todos. Por supuesto en el ámbito político hay que empezar a adoptar una nueva política educativa, factible, real y eficaz, pensando en construir un nuevo panorama educativo español y olvidándose de alcanzar auspicias electoralistas. El tema empieza a ser suficientemente serio como para darnos cuenta que quien suspende no es el sistema educativo, sino que somos todos nosotros.
Promover la cultura del esfuerzo, inculcar el gusto por la cultura, la formación de la persona en su totalidad, enseñar destrezas ante la vida, suscitar valores en los jóvenes, junto con otros muchos aspectos son necesarios para configurar un verdadero y eficaz sistema educativo. Y una vez más, como la mayoría de las veces, sólo si existe una buena sintonía entre estado, familia y escuela seremos capaces de lograr nuestro objetivo.
Cierto es que esta foto no nos gusta. De bien seguro que si nos lo proponemos, todos juntos, vamos a conseguir cambiarla. Está en nuestras manos.
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