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Una clave de la historia de España
La revolución francesa, al contrario que la norteamericana, invocó los derechos humanos para aplastar los derechos de los ciudadanos, alzó la bandera de la tolerancia para destruir a los discrepantes, y la de la libertad para practicar el terror y el genocidio. Así lo vieron Burke o el intelectual alemán F. Von Gentz, cuyo estudio comparativo saludó calurosamente el presidente norteamericano. J.Q. Adams, porque anulaba la "infortunada imputación" de una identidad básica entre ambas revoluciones. Basta considerar la historia convulsa del continente europeo en los siglos XIX y XX y la mucho más estable y productiva de los países anglosajones, para apreciar la diferencia.
Suele llamarse a la revolución francesa cuna del orden democrático actual, pero también se la puede considerar fuente del desorden de los revolucionarismo totalitarios y los hipernacionalismos, hijos del jacobinismo galo. El terror, el genocidio, la guerra total, rasgos del siglo XX, se cocieron en la teoría y la práctica jacobinas.
En España podemos observar la diferencia entre el liberalismo conservador, promotor de una convivencia aceptable y de casi toda la construcción de un estado moderno como ha mostrado el historiador Seco Serrano en un reciente libro, y el liberalismo jacobino, siempre epiléptico, capaz de poner en peligro la propia subsistencia de la nación. Lo último queda probado por las dos grandes ocasiones del jacobinismo: el sexenio inaugurado con la revolución de 1868 y la II República. Paradójicamente, muchas de las medidas propugnadas por los jacobinos (exaltados, progresistas, republicanos) eran razonables y sensatas, pero el espíritu violento, irrealista hasta la alucinación, con que las aplicaban término por justificar los peores recelos de la sociedad hacia la democracia, en cuya bandera se envolvían con desparpajo los exaltados. Las experiencias jacobinas han contribuido siempre a retrasar el reloj de la historia española.
Hace unos años, Julio Cerón escribía sobre la transición posfranquista, que fue una obra maestra de consenso y sensatez en muchos aspectos. Él se quejaba, supongo que en broma, por la pérdida de la tradición política española de arrebato, alucinación y chifladura. No es una tradición española, sino jacobina. Opino que la diferenciación entre liberalismo conservador y jacobino nos da una clave fundamental de la historia de España en los siglos XIX y XX, idea intuida por algunos, pero aún no desarrollada como merece.
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