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La conquista de la felicidad

¿Cuál será la causa del aumento de enfermos psicológicos, cuya herida afectiva termina en trastornos orgánicos? Prescindiendo de las disposiciones personales, creo que las causas son la influencia de la educación y el medio ambiente. La moral de antes estaba basada en el esfuerzo y el deber; guste o no, se debía hacer esto o aquello...

La moral de hoy pone todo su acento en la satisfacción y en el placer: tiene derecho a esto o aquello, las necesidades son fundamentales... Desde esta perspectiva, la felicidad no consiste en limitar o en dominar los deseos, sino en satisfacer el mayor número posible de placeres. Todo nos empuja por este camino, desde los métodos de educación que confunden el juego con el estudio, hasta el martilleo publicitario, que nos promete el máximo deleite, con el mínimo de esfuerzo. Aún las necesidades materiales, el dinamismo de la economía, asegura una cantidad de satisfacciones que aumentan día a día. Pero, en cuanto a los deseos afectivos, aún no hemos encontrado el medio de aumentar la producción afectiva del corazón humana, para elevar la oferta al nivel de la demanda...

Producida la ruptura entre la realidad y los deseos, el hombre mantenido en la ilusión de que «todo se le debe», reacciona con la revolución o con la desesperación, y las dificultades que forman parte del normal desarrollo de la existencia, aparecen como una intolerable injusticia.

Las enfermedades, consideradas como imaginarias o posibles cuando llegarn, muestran la incapacidad interior de adaptación de los hombres ante tal acontecimiento. No quiero juzgar casos particulares, solo afirmo la existencia de cierto clima psicológico que ha convertido la felicidad en una exigencia absoluta. Esto no sólo nos deja inermes ante el mas pequeño sufrimiento, sino que hasta nos empuja a complacernos con la desgracia, a exagerarla, a prolongarla en enfermedad psíquica. Freud puso el dedo en la llaga al hablar de «la enfermedad como huída».

La neurosis es la última forma de la solución del facilismo. No es casual que en la época en la que se habla incesantemente del derecho al amor, a la felicidad, al desarrollo, etc, florezca el sufrimiento en su peor aspecto, tomado como artificial, gratuito o superfluo.

Ya no se quieren los sufrimientos necesarios, se tienen sufrimientos de lujo; se rechaza el sufrimiento —remedio y se destila para uno mismo el sufrimiento— veneno. No se puede prestar peor servicio a los hombres que invitarlos a la felicidad, sin enseñarles al mismo tiempo que no hay una auténtica felicidad sin sacrificio y sin algo de victoria sobre uno mismo.